Pepe Esteban (Sigüenza, 1935) es escritor, periodista y editor. En los años cincuenta logró introducirse en los cafés del viejo Madrid. Tiene en su haber más de una veintena de libros y este año publicó sus memorias: Ahora que recuerdo (Reino de Cordelia, 2019). En 2013 le concedieron el premio ABC Cultural y Ámbito Cultural.

Usted es uno de los artífices de que el Festival de Escritores Hispanoamericanos sea una realidad. ¿Cómo se les ocurrió montar esta fiesta de la literatura?

Bueno, en realidad yo no estuve en los primeros contactos pero sí en los segundos. Me sumé porque me pareció una idea maravillosa. Ya llevamos dos años y esto comienza a ser una realidad. Tiene mucha entidad. Hay mucha gente deseosa de asistir, lo cual es un inconveniente. Pero estamos muy contentos de haber cumplido aquel sueño de venir a La Palma con cuarenta escritores.

¿Por qué la isla de La Palma como escenario?

Parece ser que había más facilidad que en otras islas y luego, Melini, el presidente del festival, es de La Palma y nos introdujo con las autoridades.

Es su segundo año participando en este encuentro. ¿Qué lo diferencia del año pasado?

La experiencia. Hemos aprendido de los errores que cometimos el año pasado y hemos introducido nuevas cosas que consideramos necesarias. Y parece que el resultado no está nada mal.

Por lo que podemos decir que ha venido para quedarse?

Ha venido para quedarse largamente.

Algunos de sus amigos le conocen como el coleccionista de monstruos. ¿Nos podría contar por qué?

Los primeros monstruos son ellos: mis amigos. A mí me gustan mucho los monstruos, no en el sentido terrorífico como el hombre lobo, sino en el sentido de que se salen de lo corriente y además, monstruo tiene muchas acepciones, pero en este caso monstruo es un tipo que sabe mucho, que habla muy bien o que escribe muy bien.

Si hacemos un recorrido por sus amistades a lo largo de su vida podríamos decir que usted atrae a los monstruos?

[Risas]. Sí, creo que yo los atraigo mucho. Todavía no me han comido pero sé que terminarán comiéndome porque el que está con monstruos termina fatal [risas]. Pero bueno, es mi destino.

Acaba de publicar sus memorias bajo el título Ahora que recuerdo (Reino de Cordelia, 2019). ¿Cómo vivió el proceso creativo de rememorar más de sesenta años de literatura?

Debo decir que yo siempre quise escribir mis memorias. En mi etapa de editor contribuí a que mucha gente escribiese sus memorias porque creo que todos debemos dejar la huella de nuestro paso por la vida. Y yo venía pensándolo hace mucho tiempo. Había escrito algunos capítulos, pero de repente, cuando cumplí ochenta años -he de decir que me siento muy joven-, decidí que era el momento de terminarlas y salieron muy fáciles porque, por suerte, gozo de muy buena memoria. Nunca he llevado diarios, son muy aburridos. Ahí está el resultado, que ha sido un poco sorprendente porque los monstruos amigos míos han recibido muy bien el libro.

Alguna vez ha dicho, citando a Valle-Inclán, que usted "no pierde el tiempo escribiendo sobre sus enemigos". ¿Entendemos, por tanto, que sus memorias están cargadas de agradecimientos?

Sí. Mis memorias son muy generosas y la gente me pregunta que si yo no tengo enemigos. Claro que los tengo, pero no pierdo el tiempo hablando o escribiendo sobre ellos. Allá cada cual.

Al recordar podemos caer en los falsos recuerdos. ¿Cuánto hay en su obra de realidad y cuánto de ficción?

Al escribir Ahora que recuerdo me di cuenta de que las memorias son también una obra de ficción. Aunque tú no quieras hay mucha ficción, hasta en las anécdotas que parecen más reales. Yo anticipo todo esto recordando una frase de Valle-Inclán que dice "todo es como se recuerda". Algunos amigos me apuntan "eso que contaste de la editorial tal, no fue así". Pero así es como yo lo recuerdo. Yo no quiero contar la historia exacta, sino como yo recuerdo que ocurrió. No quiero ser un científico sino un escritor de ficciones y la vida a veces es una ficción maravillosa.

¿De verdad es mejor el whisky que el vino para escribir?

Sin duda alguna. Mi mejor maestro del whisky fue Hemingway y él me dijo una vez -cuando me invitó a vino y me preguntó qué quería ser yo, a lo que le respondí: torero y escritor- que tenía que tomar whisky porque con vino no se puede escribir. El Rioja es maravilloso, pero te mete en la realidad, en cambio el whisky te da ficción. Yo seguí ese sabio consejo por el que tengo fama de bebedor entre el mundo literario madrileño, pero creo que me ha ido muy bien y que sin whisky no se puede escribir.

A estas alturas de la partida, ¿podría afirmar que es lo que siempre quiso ser?

Sí. Puedo decir que sí. Me aproximo a lo que quise ser. Porque yo no quería ser un Premio Nobel ni un genio. Solo un ser normal, corriente, simpático, listo y eso sí creo que lo he conseguido.

¿Está escribiendo algo actualmente?

Sí. Yo siempre estoy escribiendo algo.