Podría comenzar con el aspirante al trono de Albania, Leka I, que regresó en 2002 a su país con nueve rifles automáticos, un lanzagranadas, un mortero y dos guerreros zulúes. O con William Blake, que era nudista. O con aquel místico y cartógrafo medieval, Opicinus de Canistris, autor de un mapa de Europa con rasgos antropomórficos sobre el que escribió: "Europa tiene los ojos cerrados, la boca congelada, el brazo cuelga sin fuerzas a su lado, como el mío -porque yo también soy tal, Europa soy yo y sus ríos son heridas sangrantes que debilitan mi cuerpo."

También podría comenzar con la metáfora de la Oración de Manasés, incluida en el apéndice de la Vulgata, "y ahora doblo las rodillas de mi corazón", que, recuerda Ernst Robert Curtius, "aparece igualmente en la poesía medieval". Con la matemática Ada Lovelace, hija de Lord Byron, que ideó el primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina.

O con "la espléndida canción", como dice Carl Schmitt, de los piratas holandeses: "La tierra se convertirá en mar, pero será libre."

Quizá mejor hacerlo con aquello que sostiene Paul Lafargue, yerno de Marx: "¿Cuáles son las razas para las que el trabajo es una necesidad orgánica? Los auverneses; los escoceses, o auverneses de las Islas Británicas; los gallegos, auverneses de España; los pomeranios, auverneses de Alemania; los chinos, auverneses de Asia". O con Albania, el único país de Europa con población mayoritariamente musulmana y también el único que, tras ser invadido por la Alemania nazi, contaba al término de la Segunda Guerra Mundial con más población judía de la que tenía antes.

Debo sopesar igualmente un inicio con la Fiesta del Alfabeto, que se celebra anualmente en Sofía y en la que los niños desfilan por la capital búlgara con una letra en la frente. O con el poeta Velimir Jlébnikov, quien planteó aposentar a todos los habitantes de Rusia en celdas de vidrio con ruedas para que pudieran viajar, verlo todo y ser vistos por todos.

A lo mejor con esto: durante el reinado del emperador bizantino Mauricio Rávena se convirtió en exarcado, literalmente "territorio de fuera". O con esto otro: en 1818 un estudioso suizo propuso transformar Islandia en un museo de artefactos culturales europeos antes de que la civilización se extinguiera. O igual con esto: en 1929 se celebró en Stuttgart un Congreso Internacional de Vagabundos. Acudieron seiscientos de toda Europa. Proclamaron rey a Gregor Gog, fundador de la Hermandad de Vagabundos, cuya primera medida fue declarar la huelga general de por vida.

Tal vez deba arrancar con el fragmento de la carta de Pessoa, enfermo, a Ophé-lia Queiroz: "Lo que haré será pedir refugio, aquí en la Baixa, a Marianno Sant'Anna, que además de dármelo de buen grado, me trata de la garganta de manera competente". O con la leyenda en rumano y hebreo de la lápida de una tumba en el cementerio judío Filantropía de Bucarest: "Aquí descansan los restos de Adolf Hitler. Fallecido el 26 de octubre de 1892 a la edad de 60 años. Rueguen por su alma."

Debo considerar también hacerlo con los surrealistas franceses en Tenerife, a quienes los vanguardistas canarios tuvieron que pagar entradas para los toros. Con las Cartas de Islandia de Auden y MacNeice: "Como raza, no creo que los islandeses sean muy ambiciosos. A algunos de sus profesionales les gustaría llegar a Europa; la mayoría prefiere quedarse donde está". Con Burke: "España no es sino una ballena varada en las costas de Europa". O con el ceramista griego Eutímides, rival del también ceramista Eufronios, que en el siglo V antes de Cristo hizo un vaso en el que, además de su nombre, escribió: "Esto es lo que Eufronios nunca logró hacer."

Podría igualmente empezar con Borís Mijáilovich Skósyrev Mavrusov, aventurero que reinó en Andorra como Borís I entre el 10 y el 21 de julio de 1934. O con el Juicio del Estado Soviético contra Dios, 1918, en el que se acusaba a Dios de genocidio y crímenes contra la humanidad, y que concluyó con una sentencia de muerte cumplida al amanecer por un pelotón que disparó varias ráfagas al cielo de Moscú.

Quizá sea mejor que lo intente con Hölderlin, que en los últimos días de su locura repetía una palabra sin significado: "Pallaksch, pallaksch". O con la poetisa de La Graciosa Inocencia Páez Betancort, que en 1945 viajó con su hermano a las Islas Salvajes para coger lapas y quien, durante este viaje intereuropeo, compuso un poema que concluye así: "Adiós Salvaje querido,/ tierra alegre y saludable/ que a todo el que aquí viniese/ tú te muestras agradable./ Me voy para La Graciosa/ que es a quien tengo amistad,/ es la tierra en que nací,/ le tengo soledad".

Empezar con Benjamin Disraeli, que sería primer ministro de Reino Unido, quien en su novela Tancredo o la nueva cruzada escribe: "La reina debe reunir una gran flota, marchar con toda su corte y las clases dirigentes todas y trasladar de Londres a Delhi la sede de su reino". Con Hildegarde de Bingen, que ideó en el siglo XII la primera lengua planificada de la que se conservan registros. O con Georgiana Houghton, espiritista, que en 1859 empezó a realizar acuarelas, guiada, decía, por espíritus de artistas del Renacimiento y seres angélicos, y a quien se considera la primera pintora abstracta moderna.

Quizá sea más pertinente comenzar con los versos sobre Irlanda de Seamus Heaney: "Los ancianos sueñan viajes en barco y bahías/ y también tienen sus propias historias, como la del hombre/ que, por lo que parece, tuvo que guardar cama y murió convencido/ de que la apertura del Canal de Panamá/ iba a suponer que todo el océano se vaciaría/ y que la isla desaparecería a causa de su agrandamiento". O con el cantón de Cartagena, sitiado por las tropas de la I República española, que en 1873 se dirigió al presidente norteamericano Ulysses S. Grant y le solicitó su anexión a Estados Unidos. O con el pasaje de Le Canarien: "Después pasó el dicho Béthencourt y Gadifer de La Salle con el resto de su dicha compañía a la isla de Albania, llamada Fuerteventura."

Realmente no sé cómo comenzar este texto, pero no tengo dudas sobre cómo concluirlo: vayan a ver la exposición Europa: ese exótico lugar, comisariada por Gilberto González con obras de Agustí Centelles, Juan Botas y Ghirlanda, Óscar Domínguez, Álvaro Fariña, Manuel González Méndez, Emile Lasalle, Juan Ismael, María Laura Benavente, Pérez y Requena, Pablo Estévez y el equipo de arquitectas El Elástico. Se exhibe en TEA?(Tenerife Espacio de las Artes) pero podría mostrarse también en otros museos de Europa.