Desde la península malaya hasta el interior de Borneo, pasando por Johor Bahru y Kota Kinabalu, solo he sentido cariño y hospitalidad de los malayos. Como fueron colonia británica muchos de ellos hablan inglés y siempre están dispuestos a echar una mano. Te preguntan con curiosidad de dónde eres y cosas como qué estás haciendo en su país o si te gusta su pueblo. Siempre me he sentido bien y seguro en el sureste asiático pero este pueblo es especialmente amable.

El viernes, a las cuatro y media de la mañana, dejamos el hotel en Sibu. El plan era ir a Belaga en barco; una remota población maderera. Pusimos proa al este acompañados de entre 150 y 200 locales. Botellas de butano, garrafas de gasoil, arroz, gallinas y todo lo que se pueda necesitar en las entrañas de la jungla de Borneo también nos acompañaban. Ni un solo occidental viajaba en aquel viejo cascarón. La majestuosa selva que nos rodeaba nos produjo una sensación entre asombro y aturdimiento por su belleza y por su infinitud.

Encaramados al techo de aquel cacharro, por si volcaba en alguno de los rápidos que atravesábamos con temeridad, discutíamos sobre la posibilidad de naufragar. Divagamos alrededor de la idea de que los orangutanes (la palabra viene del malayo Orang Hutang, que significa, gentes del bosque) estuvieran mirándonos y de qué pensarían al vernos pasar. El viaje finalmente nos llevó casi doce horas. Paramos infinidad de veces para dejar personas y mercancía, a lo largo de la rivera del Rajang, el río más largo de Malasia.

Breve parada en Song

Al llegar a Belaga, resulta que no hay Iban en aquella zona. La información que tenía no era correcta. Muy atrás quedó nuestra breve parada en Song, que al parecer, es donde realmente podía encontrar a esta tribu. Estas cosas pasan, tienes que preguntar mucho y no todo el mundo tiene información fidedigna, además, no todos entienden qué es lo que estoy buscando. En los mentideros del pueblo me hablaron de los Orang Ulu (Gentes del interior). Este grupo, comprende a tribus muy interesantes como los Kenyah, Kajang o los Lahanan entre otros veintisiete subgrupos.

En las sucias y decadentes calles de lo que podríamos llamar el barrio chino pude ver algunas mujeres Kayan, también Orang Ulu. Al parecer, cada fin de semana vienen a este agujero, que huele a durian y agua estancada, para vender fruta y verdura fresca. Quedé tan impresionado por los tatuajes de sus brazos, que decidí seguir mi instinto e incluirlos en mi proyecto.

La experiencia con las gentes del interior ha sido la más profunda de este viaje. He tenido muy buena conexión con varias personas y grupos, todos me han tratado muy bien, pero la familia Jalong ha sido algo que ha ido un poco más allá. Uno de esos momentos en los que casi oyes el ¡clic! de cuando todo encaja. El sábado por la mañana, un joven y simpático profesor de primaria, Andre, nos había ayudado con la traducción en los alrededores del pueblo, y había hecho algunas fotos de los Ulu pero realmente es un lugar contaminado por otras culturas, debido a que es una zona maderera y tiene un puerto de cierta importancia. Yo quería algo más cercano a la realidad del interior del país. Él mismo nos buscó un transporte de confianza para el siguiente destino y además se ofreció a acompañarnos en el largo viaje hasta las rumah panjang o casas largas de los Ulu.

El domingo, poco antes del medio día, estábamos descargando el equipaje y las cámaras del todoterreno, para alojarnos en una casa particular. En Sungai Asap no hay hoteles o pensiones, tampoco hay tiendas o bares, nadie vende ni compra nada. Es una comunidad con más de noventa familias, que viven en seis casas enormes, donde lo comparten casi todo. Usan dinero fuera de su refugio, porque obviamente, hay cosas que no pueden conseguirse de otra manera, pero intentan mantenerse los más posible, fieles a sus tradiciones.

El pasado enero, tres de esas casas y la iglesia ardieron. Un cable, colocado por el gobierno para dar electricidad al poblado, cayó sobre el tejado de una de las casas y provocó un incendio que acabó con algunos de los últimos vestigios arquitectónicos de la cultura Orang Ulu. Además falleció una anciana después de días en el hospital. Como consecuencia de esto, la familia Jalong se tuvo que mudar a un chamizo que tienen en una pequeña porción de jungla, no muy lejos de sus vecinos. Hablamos, jugamos con su nieto, pescamos en la charca detrás de su casa y comimos arroz con tapioca. Compartimos un tiempo precioso, en el que aprendimos mucho sobre su mundo y sobre la visión que tienen del nuestro.

Tabaco casero

El viejo nos llevó esa misma tarde al poblado y nos hizo de traductor con una de sus vecinas más longevas a la que convencí para una foto mientras fumada su tabaco casero, liado con hojas de plátano. Me explicó que los tatuajes en brazos y piernas de las mujeres se hacen cuando la mujeres jóvenes están preparadas para desposarse, cuando han aprendido todo lo que una mujer tiene que saber para ser una mujer; en su cultura, claro está.

Entre las conversaciones con el cabeza de familia, saqué en claro que la única forma de fotografiar a los Iban, sería volver sobre nuestros pasos. Viajar a Bintulu en coche, luego a Sibu en guagua y terminar por coger el mismo barco que nos había llevado a Belaga hacía ya unos días, era la opción más cómoda y barata de llegar hasta Song. Nos pusimos en marcha el lunes por la mañana y hasta el miércoles por la tarde, no saqué la cámara de la mochila para hacer las primeras fotos. En Nanga Takan, distrito de Song y ayudados por un ex-militar malayo retirado que conocimos preguntando en las tiendas alrededor del hotel. Se llama Ari, aunque es conocido como All Blacks, como el equipo de rugby neocelandés y es un auténtico personaje.

Los Iban son la tribu más importante y numerosa de Borneo y como Roma, conquistaron a golpe de lanza y escudo todo Sarawak, desplazando y casi exterminando a los demás grupos. Cazadores de cabezas y formidables guerreros se dice de ellos que no temían a nada. Incluso los británicos, tuvieron que pactar con ellos porque jamás pudieron reducirlos.

Cuando llegamos a aquel lugar, sentí que no solo eran pobres, sino que habían sido despojados de todo rastro de honor y orgullo de su brillante pasado. El enorme pasillo, al igual que el de los Kayan, que une sus casas, estaba sucio y desconchado. Había varios grupos, uno de ellos cantando karaoke delante de una antigua tele, completamente borrachos. Otro grupo, en otra parte de la descomunal construcción, simplemente bebían en círculo mientras discutían a voces. Las mujeres también parecían estar ebrias, excepto alguna de las mayores. Los niños hacían lo que querían aprovechando que los adultos estaban de viaje a otro lugar mucho más triste que aquel. Hice algunas fotos, para no hacer sentir mal a nuestro anfitrión que nos había tratado muy bien todo el camino y como a todos, le preocupaba que su país nos causara buena impresión.

A posar a empujones

El señor al que fotografié creo que ni siquiera era consciente de lo que ocurría. Su sobrino, bastante borracho también, le obligó a posar para mi a empujones. Hice las fotos por no crear una situación aún más violenta que pudiera acabar mal para todos.

El jueves, decidimos coger un transporte a Kapit, porque nos habían dicho que allí había más posibilidades, que había más Iban algunos integrados y otros viviendo de la manera tradicional. Ari nos dijo que tendríamos que pagar al entrar al poblado, que lo utilizaban para mantener en buenas condiciones la enorme y antigua casa. No me gustaba mucho la idea porque tenía la sensación de pagar por entrar a una atracción turística, pero teníamos pocas opciones sobre la mesa.

Llegamos a Rumah Jandok pasada la una del medio día. Al ver la casa tuve la impresión de estar pisando algo que podía venirse abajo en cualquier momento. Apenas cinco familias quedan en una casa que albergaba a cien hace unos años, pero el gobierno ha construido otra cerca de allí de cemento, aunque con una estructura similar a la antigua. La mayoría de las familias se han mudado a la nueva vivienda.

Una mujer de mi edad aproximadamente, me pidió dinero nada más llegar, 65MYR (15?). Luego dijo OK, se dio la vuelta y se marchó, nunca más se supo. Buscamos entre la poca gente que había y encontramos a un anciano con los tatuajes tradicionales Iban, de los que solo te puedes hacer si has estado en la guerra contra otra tribu. Los jóvenes ya no los tienen, porque no han ido a la guerra. El señor nos pidió dinero antes casi de hablar, le expliqué el proyecto y me dijo, que si no le pagaba, no había foto, todo esto mientras se quitaba la camisa dando por hecho que yo aceptaría.

No pago por mis fotos por dos razones. La primera, porque hago decenas de miles de fotos al año, imaginen que solo tuviera que pagar un único euro por cada una de ellas. Y la segunda razón, porque cuando pagas a alguien, ese alguien, hace lo que tu quieres y deja de ser auténtico. Muchas veces he llevado regalos o comida para ofrecer y en lugares así e incluso he dejado dinero después de hacer una foto al ver la situación en la que se encuentran. Otras veces he ayudado de formas más imaginativas, pero si me pides dinero por hacerte una foto, paso página.

La experiencia con los Iban, hasta el momento, ha sido conocer a una tribu en el ocaso de su existencia, en un momento en el que, los que no han salido del bosque, están siendo pasto del alcohol o de la industria turística.

Arturo Rodríguez.

Santa Cruz de

La Palma, 1977

Desde 1995 hasta 2003 colaboró con medios locales y nacionales de manera habitual. Tras algunos acontecimientos de relevancia internacional en las Islas, comenzó a colaborar para la agencia Reuters y luego consiguió abrirse hueco en Associated Press, donde verdaderamente se formó como fotógrafo de agencia, siendo corresponsal para Canarias, Ceuta y Melilla durante tres años. Más tarde pasó otros tres en Madrid, donde llegó a ser editor adjunto para España y Portugal.

Ha publicado en The New York Times, Interviú, El País, El Mundo, Tiempo, la revista Time, el International Herald Tribune, Washington Post, Der Spiegel, Paris Match o XL Semanal. Y ha trabajado para la organización ecologista Greenpeace.

En 2007, su trabajo sobre la inmigración africana hacia Europa fue reconocido por partida doble en los World Press Photo en las categoría de noticias de actualidad y gente en noticias.

Ha recibido una mención de honor especial en Canadian International Digital Photography Award, YIPPA 2011 y The World Wide Photography Gala Award, por su trabajo sobre la epidemia de cólera en Haití.

Finalista en el premio Lucas Dolega 2013 de fotografía de guerra por la cobertura del conflicto en el norte de Birmania.

Mención de honor FCCT / Lightrocket photo contest 2015 (Foreign Correspondent Club of Thailand) por su trabajo sobre las minorías étnicas en Myanmar, Face Oblivion.

Primer premio, individual (segundo general) en el VI Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2015.

Primer premio individual y primer premio de reportaje en el VII Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2017. Arturo Rodríguez ha impartido seminarios y talleres en diferentes lugares del mundo, ponente en las charlas TEDxLa Laguna. Embajador de buena voluntad de la Unesco y miembro del equipo Fujifilm X-Photographer.

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