Mario Vargas Llosa dibujó ayer una literatura enriquecedora, capaz por sí misma de articular los mecanismos para cambiar el mundo, pero, a la vez, analizando con sosiego su conferencia, presentó los mejores libros, las obras de arte, como instrumentos casi aterradores para sus lectores, que bajo esa óptica deben luchar entre lo que viven y lo que un escritor logra imaginar y trasladar en cada página.

En la charla inaugural del Festival Hispanoamericano de Escritores, el premio nobel de literatura expresó que "la literatura, la buena literatura, que es tan rica y tan diversa en el mundo de la lengua española, crea en nosotros un malestar, una inconformidad con el mundo tal y como es, porque en la lectura de la mejor literatura descubrimos que el mundo que inventamos generalmente es más rico, más intenso y más diverso que el real".

Reiteró que "las grandes ficciones, las grandes obras de la literatura", al mismo tiempo que crean "fascinación, hechizo, diversión o entretenimiento", crean "un cierto malestar". Y es que "nos hacen descubrir que aquello que inventamos es mejor que aquello que vivimos y que a la hora de inventar ficciones somos capaces de crear mundos más comprensibles que el mundo en el que vivimos". Y lo peor es que seguramente (seguro) tiene razón.

Vargas Llosa restó dramatismo a ese sentimiento. Eso o te deprimes. Al contrario, ha llegado a la conclusión de que "acaso esta comprobación de que los mundos que inventamos son mejores que el mundo real, sea una locomotora del progreso (...). La buena literatura crea en nosotros una insatisfacción sobre el mundo tal y como es. Somos capaces de crear mundos mejores y superiores al que vivimos".

Esas contradicciones en la lectura, si se quieren entender así, tienen efectos beneficiosos. O eso, al menos, entiende el maestro: "La literatura crea ciudadanos que discrepan con la realidad, con el mundo y que están convencidos, gracias a la literatura, de que este mundo en el que vivimos está mal hecho y que podría ser mejor". Piensa, siempre cree sin querer imponer, que "de alguna manera esos ciudadanos, impregnados de un espíritu crítico frente al mundo real, son una fuente de progreso y, sobre todo, crean una sociedad consciente de sus vacíos...". Y son los que acaban cambiando el mundo.