Leer te lleva a diferentes mundos. Es un viaje a través de tantas vidas como el escritor ayuda a descubrir. Espacios imaginarios, otros reales. Y creces. No lo dice el redactor, un simple redactor, lo dijo, a su manera, todo un premio Nobel: Mario Vargas Llosa. Fue ayer, en el arranque del Festival Hispanoamericano de Escritores.

Antes de que el majestuoso escritor relatara la importancia de amar la lectura, de tratarla con cariño, la especialista en literatura infantil y narradora oral Patricia Acuña interpretó Fonchito y la luna, un relato escrito por el propio Vargas Llosa. Es una cuento que esconde un trasfondo sobre la importancia de nunca rendirse, tampoco en el amor, y de los esfuerzos generosos que el ser humano es capaz de hacer por hacer feliz a la persona que quiere.

Fonchito se enamora de la niña más guapa de la clase. Suele ocurrir. Apenas quiere un beso. Y lo logra, aunque no sin antes rebuscar en su mente hasta capturar y regalar la luna. Sí, el primer amor. Patricia Acuña no lo contó así. Tampoco lo leyó. No. Fue un paso más lejos. Interpretó el cuento. Le puso el alma sobre el escenario, cuando a pocos metros la observaba el autor del relato. Y si es un premio Nobel, te tiemblan, para qué engañarse, las piernas.

El acto se celebró en la plaza de Los Llanos de Aridane. Estaba llena. Muchos menores, que para ellos, al fin y al cabo, era el cuento. Santa Cruz de La Palma debe estar tirándose de los pelos cuando en el pasado mandato rechazó la posibilidad de ser escenario del Festival Hispanoamericano de Escritores. El tren pasa una vez y si no te subes...

Mario Vargas Llosa pareció cómodo encima del escenario. Sentado mientras escuchaba a Acuña. Una silla, unos botellas de agua encima de una mesa modesta y un abanico de escritores en primera fila. No pareció necesitar nada más para disfrutar del momento.

El autor de El pez en el agua, La verdad de las mentiras o La ciudad y los perros se dirigió a los presentes cuando la narradora acabó su interpretación. Y se dirigió a los niños y a las niñas (lenguaje inclusivo). Y, de camino, a sus padres. Tiró de una memoria prodigiosa para recordar la importancia que para él tuvo aprender a leer: "Ha sido la cosa más importante que me ha pasado en la vida", sentenció.

Recordó cómo comenzó todo. Ya se sabe, todo tiene un principio. El suyo ocurrió "cuando tenía cinco años. Vivía con mi familia en Bolivia y había ido ese año por primera vez al colegio, al colegio de La Salle. El hermano, uno muy delgadito, que era italiano, se llamaba Justiniano". "Aprender a leer fue una auténtica revolución en mi vida. Nada ha significado tanto ni me ha transformado la vida tanto como aprender a leer", sentenció.

El premio Nobel defendió que "la lectura nos hace viajar, nos permite viajar a países distintos de los nuestros, nos hace viajar en el espacio, nos permite conocer otros continentes, otras costumbres (...), pero también nos hace conocer el pasado y también viajar al futuro, con historias fantásticas, con mundos inventados por los escritores".

Vargas Llosa mantuvo su línea argumental durante el alegato. Y el público se mantuvo atento a su palabra. No dudó al hacer hincapié en que "las cosas que un ser humano puede hacer en la vida son siempre limitadas, pero gracias a la lectura esas experiencias pueden multiplicarse, lo que nos enriquece extraordinariamente".

Se fue creciendo, ciertamente y de manera extraordinaria, durante su intervención, hasta el punto de que dijo "sospechar" que "gracias a las historias que aparecen en los libros, el mundo salió de las cavernas en las que vivieron nuestros remotos ancestros (...). Hacían fogatas, se sentaban alrededor del fuego y se contaban historias. Y esas historias les aplacaban el miedo y siempre aparecía una vida distinta a aquella vida pobre, triste, llena de amenazas que tenían. Eran unas historias hermosas, que les hablaba de un mundo distinto, sin peligro".

Vargas Llosa cuenta lo que piensa, sus reflexiones, de manera que te atrapan. Y ayer en Los Llanos no fue menos. Un rato. Un lujo.