Alfred Hitchcock tuvo siempre predilección por comer mucho y bien. Era un avezado gourmand y en sus películas se nota una endiablada pasión por la cocina. El placer de la comida frente a la muerte. Un jugoso filete marchand de vin, unos huevos fritos con bacón, un pastel de riñones, unas chuletitas de cordero con hierbabuena y menta o una codorniz a las uvas, eran platos con los que disfrutaba el genial cineasta. Algunos están presentes en sus películas y protagonizan alguna que otra secuencia. El cadáver venía, luego, a los postres, pero entretanto los protagonistas de las historias del genial autor de suspense se ponían las botas y la cámara se posaba atenta sobre el plato, como si quisiese inducir a la sospecha o a la interpretación de un secreto a punto de desvelarse.

La comida es misterio. El fiambre lo tenemos en Hitch al final o, en último caso, entre plato y plato. Salvo en La soga, donde los asesinos, como recordarán, esconden al muerto en un arcón que les sirve de mesa para una copiosa comida. Entre las viandas se encuentra, cómo no, el pollo, objeto de digresión. Brandon Shaw (John Dall), uno de los personajes de la historia, encuentra la ocasión de contar cómo Philip Morgan, interpretado por Farley Granger, pilló aversión a los pollos el día en que, presa de un instinto asesino, le retorció el cuello a todos los que había en la granja de su madre. Brandon adorna su relato explicando que en ese mismo momento los pájaros cantaban y las campanas de las iglesias repicaban por doquier. Philip niega que él se hubiese dedicado a retorcer cuellos de pollos ante el gestos estupefacto de Janet (Joan Chandler) y Rupert ( James Stewart). El cadáver es un testigo silente en el arcón.

En las películas de Hitchcock se come y se bebe, pero aquellos que lo hacen se arriesgan en ocasiones a no tener nuevamente la posibilidad de repetirlo. En El caso Paradine, la señora Paradine (Alida Valli) es sospechosa de haber envenenado a su esposo ciego. Cuando la detienen, se dispone a cenar y está bebiendo un jerez. Deja encargado que avisen a la cocinera de que no es necesario que prepare nada para ella, y la cocinera, efectivamente, no tendrá que hacerlo ya jamás porque la señora Paradine acabará colgando de una cuerda. Irving Patrick Paradine se supone que comió antes de morir pollo asado, patatas fritas, coliflor y ensalada. Pide a su ayuda de cámara una copa de borgoña.

En Frenesí, la película donde un peligroso asesino de mujeres anda suelto y utiliza un prendedor de corbata como mondadientes, el inspector jefe Oxford da cuenta en su despacho de un abundante desayuno inglés, con salchichas, huevos y bacón, para aliviarse de los excesos culinarios de su esposa, que asiste a un cursillo de cocina y recurre habitualmente a las más sofisticadas técnicas francesas. Imposible para un inglés básico de entonces. "Sargento, está claro que mi mujer asiste a un curso de cocina francesa para gourmets. Y, al parecer, todavía no se ha enterado de que en nuestro país hay que desayunar fuerte tres veces al día. Un desayuno inglés como está mandado y no ese ridículo café completo", explica Oxford a su ayudante en Scotland Yard.

La doctora Petersen, Ingrid Bergman, en Recuerda, es también aficionada a las salchichas. De hecho, cuando el doctor Ballantine (Gregory Peck) le pregunta en un picnic, a punto de enamorarse el uno de otro, si prefiere jamón o salchichas, exclama que lo último. Oxford, insular de pura cepa, tiene más problemas para librarse de una cabeza de pescado a la bullabesa que le prepara su esposa que en atrapar al previsible asesino, un mayorista que se mueve por el viejo mercado de frutas del Covent Garden londinense.