Emilio Gutiérrez Caba es sinónimo de teatro. Este actor vallisoletano, con dos Goyas en su haber, estuvo esta semana en la Isla para inaugurar la segunda edición del Festival Internacional Canarias Artes Escénicas (CAE). Su dilatada experiencia hizo del encuentro con el público un recorrido por la historia de las artes escénicas en España. En esta entrevista habla de cambio y futuro, todo aderezado de humor y recuerdos. “Hay muchos personajes que me hubiera gustado hacer, pero son muy pesados”, bromea.

Conoce muchas anécdotas del teatro, algunas históricas y otras vividas en primera persona. ¿Se sabe alguna de Tenerife?

Sí, del Teatro Guimerá descubrí los cuadernos que escribió un técnico que trabajó allí durante mucho tiempo. Orellana se llamaba, creo. Redactó un diario del teatro desde los años 20 hasta los 60. Contaba todas las anécdotas y todos los acontecimientos de la ciudad. Es emocionante, está en el archivo municipal de la ciudad. Invito a todo el mundo a que busque en internet, es un sitio maravilloso para encontrar este tipo de cosas. Todas las tesis doctorales sobre el mundo del teatro están publicadas ahí y son absolutamente admirables, deberían ser publicadas también en papel. Hay auténticas joyas. Este hombre del Guimerá lo que hizo fue eso, escribió una tesis sobre el teatro y lo que pasaba a su alrededor. Contaba, por ejemplo, cómo llegaban los cantantes de ópera a la Isla, todos mareados. Cuenta también el 18 de julio. Todo está ahí, esperando como la Bella Durmiente a que alguien los despierte y los haga públicos. Esta es la gente que debería tener una estatua en la ciudad y no los militares o los políticos.

Hacer recorrido por la historia del teatro español obliga, de alguna manera, a mirar hacia el futuro. ¿Cuáles considera que son los retos que afronta el sector?

Francamente, no lo sé. Estamos en un momento de enorme confusión, muy atomizados. No hay una coordinación general. Lo único que pasa es que a la gente -a los directores, intérpretes y técnicos- le gusta mucho lo que hace. Eso está salvando esto. No podría asegurar lo que va a pasar de aquí a unos años, tampoco podíamos saber lo que iba a pasar con la organización teatral cuando terminó la dictadura. En algunos casos se ha acertado y en otros se ha metido la pata. Ahora está ocurriendo eso en el teatro y en el cine. Y lo de la televisión ya es inabarcable. Ahora estamos con las plataformas, no sabemos lo que nos espera dentro de un mes. Todo va a una velocidad absolutamente espeluznante. Seguramente nos enfrentaremos a retos que afectarán al teatro. Pero el teatro es muy emocionante, es una creación que hacen para ti, en ese momento y en ese lugar. Es irrepetible. Es un medio de comunicación maravilloso, se crea una empatía y una relación inigualable. Es apasionante cuando el público se entrega a la historia que le estás ofreciendo.

¿Y el público, también ha cambiado?

Sí, últimamente noto que son bastante más educados que antes. No hacen tanto ruido con los caramelos. El único problema que tienen ahora son los móviles. Ahora ya no suenan tanto pero hay mucho pantalleo. No entiendo mucho para qué van al teatro si prefieren estar pendientes de la pantalla. Con todo, creo que son más perceptivos hoy en día que hace 30 años. Se podrían contar muchas anécdotas de entonces. Generalmente íbamos a las fiestas, con lo cual había una especie de ánimo jocoso y divertido que luego no correspondía con lo que veían. A mi admirada Nuria Espert le pasó una vez con Las Criadas. La gente pensaba que era un vodevil y se llevaban unos disgustos tremendos. Podías encontrarte con cualquier cosa. Una vez estábamos dando un recital de poesía en Pozuelo de Alarcón, donde antes había tenido lugar una corrida de toros y después había un baile. Yo estaba en una tarima y noté que me tocaban en una pierna, era un mozo del pueblo que me preguntó: ¿falta mucho para el baile? Ante aquella sinceridad, le dije al pianista que cortara el recital, que duró media hora. Si no, nos hubieran matado.

¿Hay algún papel que se le haya escapado?

Sí, hay uno que me hubiera gustado pero no puedo: Julieta (risas). Es broma, hay muchos personajes que me hubiera gustado hacer pero son muy pesados. Te dicen, ¿por qué no hace usted el rey Lear? Pues porque es pesadísimo: está todo el rato lamentándose y va lleno de harapos. ¿Por qué no haces Tito Andrónico? Pues por lo mismo: es una tragedia gigantesca, acabas agotado. Estamos en una edad de hacer colaboraciones pero no de personajes contundentes. Además, hay tantos personajes que no me puedo quedar con uno solo.

¿Le gusta hacer comedia?

Me gusta hacer cosas que tengan calidad. La comedia es espléndida y se pueden hacer cosas estupendas. Mi admirado Arturo Fernández hacía muy bien la comedia, siempre iban a verle. Hay que reconocer las cosas. No estoy de acuerdo con muchas cosas de su comportamiento actoral pero fue un hombre que trabajaba mucho y cumplía las expectativas de los que le iban a ver, nunca defraudaba a los espectadores. Fue un tipo fantástico, coherente.

¿Y qué le parece lo más atractivo de la dirección?

Dirigir es apasionante, es una experiencia extraordinaria pero la soledad es mayor que siendo actor. Y sobre todo no tienes ese nudo en el estómago que se te forma cuando sales al escenario. Escribir teatro también es muy apasionante, me he divertido mucho haciéndolo.