Imaginen una isla del tamaño de La Palma, con una población de más del doble que todas las Canarias juntas, sin agricultura o producción ganadera alguna, repleta de edificios que rasgan las nubes y con súper árboles de metal iluminados con luces led, donde chinos, malayos e indios conviven con europeos, australianos y árabes, hoteles y bancos por doquier y una renta per cápita de 87 mil euros al año. Singapur es una ciudad-estado que basa su éxito en la actividad portuaria, el refinamiento de crudo y en una apuesta clara por la educación desde el principio de su independencia hace 54 años.

Aquí ha transcurrido mi semana; en esta ciudad que parece un augurio de lo que nos espera a todos en un futuro no muy lejano.

En el proceso de documentación descubrí que la única etnia original de la isla son los Orang Laut o Seletar, pertenecientes a la familia de los Orang Asli (primeros hombres, en Malayo), como ellos, son pescadores nómadas y se mueven a lo largo y ancho del estrecho de Johor. Estos son los más interesantes pero no estoy aquí solamente buscando a los que han estado siempre en el lugar, sino a los que forman parte de su estructura social actual. En este caso son chinos, indios, malayos y peranakan a parte de los Laut.

Como en cualquier sociedad desarrollada, las cosas aquí, para mi, son un poco más difíciles que en otros lugares del sudeste asiático, hay más reticencia a ser fotografiado, así que me costó un poco romper el hielo.

Había hecho una búsqueda en Google Maps para identificar una localización vista en una noticia en The Straits Times, rotativo de referencia en la isla. Tenía tres ubicaciones posibles, marcadas en el mapa al norte de la isla. Así que, el sábado por la mañana temprano cogí el metro que me llevó hasta Punggol y allí una guagua que me acercó a hasta la presa de Yishun. Anduve y anduve con la imagen de los Laut en la cabeza, acercándome a todas las zonas de manglar y mini-selva que había marcado en el mapa, frustrándome porque en cada uno de esos puntos había cartelitos de zona militar restringida. A medio día, ya estaba harto de husmear en cada rinconcito verde de la isla y me busqué un sitio donde comer. Me tomé un té helado en una terraza y me replanteé toda la estrategia.

Decidí comenzar por los que creí que eran los más sencillos, para que no decayera la moral. Así que se me ocurrió comenzar por los Peranakan. Los Peranakan son los descendientes directos de los primeros inmigrantes chinos mezclados con malayos en la península de Malaca y se movieron más tarde a este rincón del sur. El domingo por la mañana me fui al museo Peranakan, desde el Barrio Chino hasta el Barrio Armenio, apenas 20 minutos andando, pero el calor que derretía el aire y la mochila a la espalda, hicieron que el camino pareciera bastante más largo. Al llegar al museo veo un cartel que pone, estamos en reformas, reabriremos en 2021. No me lo puedo creer, empiezo a cansarme de los cartelitos de Singapur y solo acabo de llegar. Me pasee de un lado a otro como pollo sin cabeza durante un par de horas, intentando dar con la clave, las calles están semidesiertas en esa zona de la ciudad y acabo visitando un museo de bomberos y hablando con ellos un buen rato. Los bomberos suelen ser personas bastante dadas a ayudar, va intrínseco en su profesión, son capaces de jugarse la vida para salvar un gato. Como imaginaba, saqué bastante información interesante de ellos, me dieron un par de consejos de a donde ir y les hice caso.

Después de hidratarme un poco y descansar las piernas y la espalda en el hostal, entré en la estación de metro de Chinatown con dirección a Little India. Deambulé un rato cámara en mano. Había mucha gente por todos lados, típico barrio indio, pero buscaba algo un poco menos común. Localicé a un señor de unos 60, con un bigote impresionante, miré rápidamente alrededor buscando un fondo donde ponerlo antes de hablar con él, para no hacerle perder mucho tiempo y cuando ya lo tenía claro, el hombre-bigote había desaparecido entre la horda de indios de la calle Katong. Intenté encontrarle durante un buen rato pero sin resultados. Tras algunas horas de fotos sin chispa, me marchaba agotado, cuando, de camino a la estación de metro, ¡boom!, me crucé con la persona que buscaba, sus ojos azules, el turbante y su barba me transportaron a las novelas de piratas de mi infancia. Me giré y le perseguí a una distancia prudencial durante más de media hora (ya se que suena un poco psicópata, pero muchas veces me ha funcionado este método), hasta encontrar un fondo adecuado en su camino a donde quiera que fuera. Se le unieron dos amigos en un callejón y siguieron andando a buen ritmo, hasta un supermercado de comida india. Di unas vueltas alrededor del establecimiento, hablé con un señor que recogía cartones al que invité a un poco de agua y localicé un buen sitio para hacer la foto, así que me quedé esperando en la puerta del supermercado, acechando a mi presa, cual cazador.

Al salir uno de sus amigos lo abordé desplegando todo mi carisma. Le conté que me había fijado en los ojos azules de su amigo y le expliqué el proyecto, como siempre hago. Me dijo que seguro que no tendría problema, su amigo no hablaba inglés, pero él se ofreció a traducir. Accedió sin reservas a que le retratara. Me lo llevé al lugar que había elegido para la fotografía, le dije donde colocarse y se produjo la magia, me miró directamente con aquellos ojos que iluminaban el barrio entero, justo al atardecer y en apenas unos minutos estaba el trabajo hecho. Me quedé un rato charlando con ellos y haciéndole las preguntas de rigor para mi proyecto. Sukhraj Singh se reveló como mi primera imagen en Singapur y me sentí realmente satisfecho con ella.

Desde el lunes hasta el miércoles, desesperé en mi hotel cápsula de Chinatown. Cada día que salía a la calle con planes, estos acababan desvaneciéndose a lo largo del día entre las buenas caras y sonrisas falsas de esta futurista urbe. Nadie parecía estar dispuesto a ser fotografiado, decían que ya contactaban conmigo para el día siguiente y luego nada, otra de las respuestas típicas es que tienes que enviar un email a fulanito o menganita para ver si te da permiso. Lo único bueno de esos días fue el reencuentro con un buen fotógrafo y mejor amigo, Selu Vega, que llegaba desde Méjico para ayudarme con el proyecto durante un mes. Viví 4 años y pico en el sudeste asiático y nunca me había encontrado con tantas dificultades para hacer mi trabajo como en este país.

El miércoles por la noche, después de un día de fracasos y decepciones, mientras intentaba embriagarme con una auténtica San Miguel de Filipinas, en una terraza al lado del hotel y propiedad de James Khi, un simpatiquísimo singapurés, recibí un wasap esperanzador. Los días de gestiones por fin habían dado resultado, Angeline Kong, una prominente miembro de la comunidad Peranakan estaba dispuesta a ayudarme al día siguiente.

La mañana del jueves recibí un correo de William, un directivo de Aureus consulting, una academia preparatoria para el acceso a la universidad. Le había contactado el martes para poder fotografiar a algún profesor de su academia, había sido muy simpático pero no había vuelto a saber de él. Para describir Singapur en este proyecto, necesitaba personas de éxito profesional, porque justamente esta ciudad es famosa por sus oportunidades laborales.

A las 4 en punto de la tarde estaba en la academia para hacer las primeras fotos. Tras apenas diez minutos apareció William con cara de interrogación. Resulta que, según él, la cita era para el día siguiente, viernes. Yo estaba seguro de que no había mencionado nada sobre el día siguiente pero no me iba a poner a discutir con él, así que le pedí disculpas por mi error y me marché. Ya en la calle, comprobé correo por correo y wasap por wasap y nunca mencionó que la cita fuera al día siguiente. Otra tarde perdida.

A las 9:30 de la noche me presenté en la Katong Antique House para fotografiar a Angeline Kong. Nos presentamos y nos dio una clase magistral sobre cultura Peranakan mientras preparaba todo para las fotos. La anécdota de esa tarde fue que Angeline resultó ser una auténtica fan de Fujifilm y acabamos hablando de cámaras y lentes con ella un buen rato. Mientras hablaba y preparaba todo me di cuenta de que me faltaba la pieza que me permite anclar el flash al trípode, busqué y rebusqué en todos los bolsillos de la mochila y del pantalón y no apareció así que tuve que improvisar. Singapur ha acabado siendo una auténtica piedra en el camino. Le pedí a Selu que sostuviese el flash en la mano y lo dirigiera hacia un reflector flexible que siempre cargo conmigo, esto me permitió conseguir una luz más suave. Hice las fotos con un evidente nerviosismo que finalmente me impidió extraer el máximo de aquella situación. Pero, como un jefe que tuve hace mucho me dijo, "aquí no vendemos excusas, vendemos fotos".

Arturo Rodríguez. Santa Cruz de La Palma, 1977

Desde 1995 hasta 2003 colaboró con medios locales y nacionales de manera habitual. Tras algunos acontecimientos de relevancia internacional en las Islas, comenzó a colaborar para la agencia Reuters y luego consiguió abrirse hueco en Associated Press, donde verdaderamente se formó como fotógrafo de agencia, siendo corresponsal para Canarias, Ceuta y Melilla durante tres años. Más tarde pasó otros tres en Madrid, donde llegó a ser editor adjunto para España y Portugal.

Ha publicado en The New York Times, Interviú, El País, El Mundo, Tiempo, la revista Time, el International Herald Tribune, Washington Post, Der Spiegel, Paris Match o XL Semanal. Y ha trabajado para la organización ecologista Greenpeace.

En 2007, su trabajo sobre la inmigración africana hacia Europa fue reconocido por partida doble en los World Press Photo en las categoría de noticias de actualidad y gente en noticias.

Ha recibido una mención de honor especial en Canadian International Digital Photography Award, YIPPA 2011 y The World Wide Photography Gala Award, por su trabajo sobre la epidemia de cólera en Haití.

Finalista en el premio Lucas Dolega 2013 de fotografía de guerra por la cobertura del conflicto en el norte de Birmania.

Mención de honor FCCT / Lightrocket photo contest 2015 (Foreign Correspondent Club of Thailand) por su trabajo sobre las minorías étnicas en Myanmar, Face Oblivion.

Primer premio, individual (segundo general) en el VI Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2015.

Primer premio individual y primer premio de reportaje en el VII Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2017. Arturo Rodríguez ha impartido seminarios y talleres en diferentes lugares del mundo, ponente en las charlas TEDxLa Laguna. Embajador de buena voluntad de la Unesco y miembro del equipo Fujifilm X-Photographer.

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