Sostiene que su experiencia fundacional fue la película Fantasía, producto de la factoría Disney, que pudo disfrutar en un reestreno, y además confiesa abiertamente que "la idea de la música y el reto de contar cosas sin palabras es algo que me vuelve loco".

Jonay Armas (Las Palmas de Gran Canaria, 1981), compositor y pianista, ha sido el responsable de dar vida a la partitura de la banda sonora que acompasa los tiempos de la película Blanco en blanco.

"Formaba parte del proyecto desde hace tres años", cuando todavía era un esbozo de guion y también de intenciones. "Se encontraba en fase de producción", explica, y cómo en su mente siempre está bullendo el propósito de fusionar, esa fue la razón por la que empezó "a imaginar cómo sería", a que sonaría aquel encuentro tan particular entre notas e imágenes.

La película aún no existía y en sus periodos de ensoñación, Jonay Armas iba dibujando escenarios posibles, acaso una obra de tratamiento sinfónico, se dijo, debatiéndose en cómo iba a salir, en qué musicalidad imponer.

Pero no sería hasta el mes de enero, con la cinta ya definitivamente montada, cuando se pudo por fin poner manos a la obra. Su estudio se convirtió desde entonces en ese universo en el que volvía a reencontrarse con sus dos pasiones: cine y música.

En continua colaboración y contacto con el director, Theo Court, el músico grancanario fue atrapando sensaciones y reivindicando su lenguaje. "El director, lógicamente, siempre habla de imágenes, mientras nuestro idioma es mucho más abstracto; es unión y armonía" frasea este titulado en órgano moderno, composición y armonía, que combina la actividad crítica en revistas especializadas, como Caimán, Cuadernos de Cine, colaboraciones en Mongolia y Alisios, además de ser el creador del blog La Butaca Azul.

Así, y mientras las imágenes se iban sucediendo, Jonay Armas entendió que en aquella historia estaba asomando "un proceso de deserción" debido al desacuerdo que manifestaba el protagonista. En consecuencia resultaba inadecuado "romantizar un hecho de conquista que había generado un conflicto personal"-

Desde esta reflexión decidió que más que acompañar al personaje central, encarnado en la figura del fotógrafo, la banda sonora debía marcar de forma clara su turbado estado de ánimo.

"Se trata de una persona aislada y sola que habita un lugar hostil" y entendió que esas particulares condiciones, esos rasgos, debían interpretarse desde el corazón de un violín, el instrumento que suena como solista y que representa la otra voz de aquel ser humano convulso, y que en las manos de Gala Pérez se convierte en la melodía de la película. "Lo hace de una forma convencional, de manera que hasta puede silbarse y tararearse", señala el músico, y con la presencia de disonancias que asemejan los tiempos de ese difícil estado mental.

"El director, Theo Court, tenía bastante claro que la textura del instrumento debía ser árida, que debía transmitirse la idea de un violín desnudo", en consonancia con el estado vital del personaje.

Y de fondo, como parte indisoluble de la banda sonora, los sonidos del propio paisaje austral: la inmensidad de los silencios.