No somos aquellos cazadores recolectores que hace unos 40.000 años salieron de África. A lo largo de esos años, ocurrieron innumerables modificaciones en nuestro genoma que nos hacen más aptos para la vida de sujetos sedentarios en un ambiente muy diferente de aquél. Tenemos algunas pruebas de cómo el medio selecciona aquellas mutaciones casuales que son favorables. Allí, en África, un niño nació con una alteración genética que hacía que sus glóbulos rojos resistieran mejor la invasión del parásito que causa la malaria. Lo transmitió a su descendencia y esa resistencia los hizo más prolíficos, porque vivían más. Así que hoy la encontramos con frecuencia en ese continente donde la malaria es una plaga. Esa alta frecuencia se ha convertido en un riesgo.

Recuerden que cada gen tiene dos "alelos", el del padre y el de la madre. Cuando solo uno de los dos está mutado, esa persona soporta mejor la malaria, pero si están los dos se produce la anemia falciforme y su vida está en riesgo. Más intrigante es la adaptación al buceo que tiene una comunidad, los Bajau, que viven en Malasia y Filipinas. Resiste minutos bajo el agua y bajan a 70 metros sin dificultades. Hay una adaptación inmediata al buceo: vuelve a las venas la sangre acumulada en órganos y tejidos para aportar el necesario oxígeno que no se obtiene del aire. Uno de los órganos que acumula más es el bazo. Pues a una investigadora, la doctora Ilardo, de Copenhague, especialista en genética, se le ocurrió hacer ecografías de los Bajau y de los pobladores de la costa que no pertenecen a esa comunidad. Encontró que los primeros tienen el bazo enorme. Lo tienen también los Bajau que no bucean, por tanto no es adaptación durante la vida, es genético.

Ellos tienen una mutación en un gen el cual no parece relacionado con el bazo pero sí con la actividad del tiroides. Y ésa es la que parece que produce la hipertrofia. Los que tienen los dos alelos mutados tienen aún más grande el bazo. ¿ Cuándo ocurrió esta mutación? Los Bajau bucean desde el siglo XVI cuando los chinos empezaron a apreciar los pepinos de mar. Es posible que los Bajau portaran la mutación u ocurriera entonces y que la descendencia del mutado al tener esa capacidad no sólo proliferara, además se especializara en el buceo. En resumen, los seres humanos nos adaptamos como individuos, nuestro cuerpo y nuestra mente se conforma para poder sobrevivir en el ambiente en el que se desenvuelve, y nos adaptamos como especie, heredando características que nos hacen más aptos para el medio cambiante, consecuencia casi siempre de nuestra propia actividad.

Probablemente los cazadores recolectores de los que procedemos comieran de forma irregular, quizá atracones cuando conseguían cazar o, como carroñeros, cuando aprovechaban los cadáveres alternando con periodos de ayuno o alimentación frugal. El dominio de otras especies, el trigo, el arroz, animales de granja, nos aseguró una ingesta regular: ¿está nuestro organismo adaptado a estas nuevas condiciones y es ésa la mejor forma de alimentarse? O dicho de otra forma: ¿no comer regularmente puede constituir un riesgo?

La respuesta puede estar en los estudios, numerosos, sobre la importancia del desayuno. Hay suficiente literatura que demuestra que los niños que no desayunan tienen un peor rendimiento escolar y que los trabajadores que van en ayunas tienen más accidentes. También se sabe que los que no desayunan, en general, tienen peores hábitos: fuman más, beben más y comen más comida basura. El resultado es que tienen más riesgo cardiovascular, incluido el colesterol elevado, la hipertensión y diabetes. Pero hasta ahora se pensaba que eso era una cuestión de hábitos, que no había nada en no desayunar que pudiera, en sí mismo, provocar daño.

Un estudio realizado en España en el CNIC publicado el año pasado demuestra algo sorprendente: las personas que no desayunan o apenas lo hacen tienen más aterosclerosis que los que consumen más del 20% de las calorías en esa comida. Para llegar a esa conclusión examinaron las arterias periféricas con ecografía y las coronarias con escáner de 4.000 empleados de banca. Encontraron aterosclerosis en el 62% de los que no desayunaba (el 3% estaba en este grupo) y sólo el 13% de los desayunaba bien (el 28%). Pero como ese 3% tenía hábitos poco saludables, lógico es pensar que la causa estaría ahí. En parte es así porque cuando se tienen en cuenta la edad, el sexo, la circunferencia abdominal, hipertensión, dislipemia, diabetes, tabaco, consumo de carne, alcohol y sal, la asociación se diluye. Así y todo, los ayunadores tienen casi el doble de riesgo de aterosclerosis periférica.

Qué mecanismo biológico produce esta consecuencia no se sabe. Lo curioso es que no se encuentra más aterosclerosis coronaria, como si esas arterias tuvieran una fisiología diferente. Me pregunto, a raíz de este estudio, si nuestra especie se ha adaptado a una ingesta regular o si ya era fisiológicamente así cuando salimos de África.