Antes de empezar, aprovecho estas líneas para agradecer a Fujifilm España el apoyo que me ha dado desde el principio con este proyecto y con otras tantas cosas. Ellos son una de las claves para que pueda concluirlo. Apostaron por mí y esta aventura. Gracias Joan, Juanma e Irene.

La semana ha sido intensa por los últimos preparativos para la aventura. Revisiones médicas, trámites burocráticos y compra de billetes. Dejar todo en casa atado para que nada se desmadre mientras estoy fuera, ha consumido gran parte de mi tiempo.

El vuelo al país de las sonrisas fue especialmente curioso. Madrid-Doha (Catar) sufrió un retraso de una hora y media, lo que supuso perder el enlace a Bangkok y a partir de ahí se fue acumulando un retraso de más de un día. En Doha la compañía me colocó en un buen hotel y se ocuparon de todo nada más llegar al aeropuerto, sin colas ni reclamaciones de mostrador. Además tengo derecho a una indemnización y pude descansar en una cama a mitad de camino, así que no ha ido tan mal.

En el trayecto de Catar a Tailandia, mi compañera de viaje fue una tailandesa que aparentaba 150 años, aunque ni se me ocurrió preguntar por su edad. Me comentó en un español casi perfecto que llevaba 35 años en España y ahora estaba jubilada. Me preguntó si era la primera vez que visitaba Tailandia. Es una pregunta recurrente cuando viajas, al menos a mí me lo han preguntado miles de veces. Luego, con el descaro que se puede permitir alguien que ha vivido tanto, comenzó el interrogatorio. Me preguntó de todo y yo le conté lo justo al principio; al fin y al cabo era una extraña a pesar del aspecto bonachón. Tras horas de vuelo junto a alguien es sorprendente lo que puedes llegar a abrirte, es casi como el diván de un psicólogo. Un buen psicólogo. Acabé desvelándole cada detalle de mi proyecto, cuántos hermanos tenía y hasta el nombre de mi madre. Tailandia debería contratar a esta señora como espía y meterla siempre en vuelos largos. Impresionante. Consiguió que le contara hasta mi color favorito, algo que ni siquiera sabía que tenía.

Al aterrizar en Suvarnabhumi, probablemente uno de los aeropuertos más concurridos del mundo y caminar por sus interminables pasillos para coger el tren que me llevaría directo a Phaya Thai, lo primero que hice fue recargar mi tarjeta SIM para avisar de que estaba allí a mi colega Carlos Sardiña, un grandísimo periodista que conocí hace ya algunos años. Si les interesa la historia reciente de Birmania publicará un libro que estará a la venta en febrero bajo el título El laberinto birmano, y ya les adelanto se convertirá con seguridad en una herramienta fundamental para entender lo que ha pasado en ese país y las consecuencias para sus vecinos.

Al llegar al centro cogí una de esas guaguas infames de la ciudad, pero que cuestan tan poco que no se puede traducir a euros el valor del ticket. Cuarenta minutos después estaba en frente del hostal donde siempre duermo cuando visito Bangkok. El Bangkok House, pero estaba de reformas. Me fui al siguiente en el mismo callejón oscuro y resulta que mi amiga Mimi, la dueña del hostal, ha progresado mucho y ahora regenta también el Vi-Man Guest House. Ambos edificios son antiguas casas de madera. Mimi tiene dos reglas para proteger su negocio; prohibidas las velas y prohibidas las prostitutas. Las dos me tranquilizan bastante.

Esa misma noche no falté a la tradicional cita cuando se pisan tierras siamesas. Aunque esta vez vi a Carlos en el almuerzo porque tenía visita en casa. A Gaspar y Jorge, colegas de fatigas, los vi en un chino/tailandés de Tong Lo, en Sukhumvit. La velada siempre termina bebiendo cerveza y arreglando el mundo, o al menos Asia, entre utopías y destellos pesimistas. Gaspar, que llegó varias horas tarde a la cita, es periodista de la agencia Efe. Llevaba todo el día casi sin trabajo y, justo cuando salía de la oficina, nos contó, le llamaron porque varias facciones armadas, de las tantas que existen en la antigua Birmania, se habían unido para atacar una academia militar en Pyi Oo Lwin, Myanmar, con un resultado de 14 muertos en un principio. La curiosidad de la noticia es que un grupo de españoles pasaban en guagua muy cerca del ataque, al parecer en una excursión organizada como viaje fotográfico. Aún no he hablado con mi madre, pero si lee la noticia o la ve en algún telediario se preocupará muchísimo, ella nunca sabe dónde estoy exactamente y nunca le cuento toda la verdad, cuando lea esto se enterará al mismo tiempo que todos ustedes de este detalle. Trato de evitarle más angustia de la que ya le supone que esté trabajando al otro lado del mundo. Mi primer viaje fuera de España a una zona relativamente complicada fue de la mano de mi amigo Ramón de la Rocha al Sáhara Occidental, allá por el 94. Yo era prácticamente un niño y aunque Ramón me lleva apenas unos años en esa época se notaba mucho la madurez, y yo no tenía ni idea de que el Sáhara había sido español, así que imaginen cómo fue todo. Me apunté al viaje como el que se apunta a una excursión del colegio un fin de semana.

Siempre pensé que me acostumbraría a los viajes. Nunca ocurrió, hace una semana sentía el mismo nudo en estómago que en aquella primera aventura, así que no puedo pedirle a mi familia que no se preocupe. Mi padre parece ser el que mejor lo lleva, pero en el fondo, probablemente, esté igual de preocupado, aunque siempre ha sido más reservado.

El proyecto

Tailandia es un país que he tenido la fortuna de recorrer desde la paradisíacas playas de Ko Phi Phi hasta las junglas de Khao Sok, con más biodiversidad por kilómetro cuadrado que el Amazonas. Me dispongo en este viaje a seguir disfrutando de sus gentes y sus paisajes mientras desarrollo mi trabajo.

En Bangkok, a muy poca distancia del hostal hay un estudio de tatuajes, Metal Hand Tattoo. Pertenece a Kai, de etnia Thai Yai, al que fotografié en septiembre del año pasado y que me dijo que lo más importante para él en la vida era acabar su nuevo estudio. Se acababa de trasladar desde la famosa calle de los mochileros, Khao San, porque decía que allí no se respetaban los valores de Buda. Me pidió que esperara a que terminara de decorarlo para hacerle la foto. Al llegar a la tienda me sorprendió el abrazo con el que me recibió. Le traía una copia en papel de su retrato, supongo que imaginó que no volvería a verme nunca más y esa fue su forma de reaccionar al saberse equivocado. El estudio completamente renovado y sobrecargado como solo un asiático sabe hacer me supuso un verdadero reto para fotografiar. Realmente no tengo claro que haya conseguido una buena fotografía, volveré a Bangkok en los próximos meses, así que no estoy demasiado preocupado.

La primera parada después de Bangkok será Chiang Rai, al norte del país. Iré en busca de los Yao y los Ahka, los dos únicos grupos humanos que me faltan de Tailandia, aunque siempre puede haber cambios. Esta vez iré en avión y me ahorraré las 18 horas de guagua hasta la frontera de Birmania.

En esta segunda entrega les haré un resumen del proyecto para que entiendan mejor todo lo que irá pasando en las próximas semanas.

El título de esta serie (Diarios de un viaje en el tiempo) tiene una explicación sencilla. A parte de que iré saltando de país en país ganando y perdiendo horas al día a través de las franjas horarias, cuando llegué a Birmania por primera vez, no había teléfono móvil, cajeros o internet. Estados Unidos y Unión Europea habían impuesto sanciones al país que lo habían sumido en los años 50. Cuando viajaba a lugares más remotos en toda esta zona del mundo, me di cuenta de que había gente que realmente vivía como hace siglos, algunas tribus de Malasia y Tailandia viven literalmente como comunidades de cazadores-recolectores, muchos no usan apenas dinero, solo el trueque y son felices en su mundo, no necesitan nada de nosotros. Probablemente que les dejemos en paz, simplemente.

El objetivo principal es fotografiar diferentes grupos étnicos o tribus en sureste asiático antes de que desaparezcan bajo la arrolladora fuerza de la cultura occidental. Lo presento en forma de díptico, una obra única formada por dos imágenes estrechamente relacionadas. Un de ellas es un retrato de hombre, mujer o niño, y la fotografía que acompaña representa lo más importante para esa persona en la vida, que puede ser algo que ya tiene o un deseo para el futuro. Lo curioso es que la inmensa mayoría responde lo mismo: la familia y la religión. Nadie me ha hablado de dinero, coches u otros bienes materiales. "Agua corriente para mi casa", es el deseo de Yohka, un conductor de Rickshaw de Yangon, que vive en Dalla, la zona más pobre de la ciudad. Probablemente él ha sido quien me ha dado una respuesta más pragmática y menos sentimental, por pura necesidad, y he fotografiado a más de 200 personas a estas alturas.

Arturo Rodríguez. Santa Cruz de La Palma, 1977

Desde 1995 hasta 2003 colaboró con medios locales y nacionales de manera habitual. Tras algunos acontecimientos de relevancia internacional en las Islas, comenzó a colaborar para la agencia Reuters y luego consiguió abrirse hueco en Associated Press, donde verdaderamente se formó como fotógrafo de agencia, siendo corresponsal para Canarias, Ceuta y Melilla durante tres años. Más tarde pasó otros tres en Madrid, donde llegó a ser editor adjunto para España y Portugal.

Ha publicado en The New York Times, Interviú, El País, El Mundo, Tiempo, la revista Time, el International Herald Tribune, Washington Post, Der Spiegel, Paris Match o XL Semanal. Y ha trabajado para la organización ecologista Greenpeace.

En 2007, su trabajo sobre la inmigración africana hacia Europa fue reconocido por partida doble en los World Press Photo en las categoría de noticias de actualidad y gente en noticias.

Ha recibido una mención de honor especial en Canadian International Digital Photography Award, YIPPA 2011 y The World Wide Photography Gala Award, por su trabajo sobre la epidemia de cólera en Haití.

Finalista en el premio Lucas Dolega 2013 de fotografía de guerra por la cobertura del conflicto en el norte de Birmania.

Mención de honor FCCT / Lightrocket photo contest 2015 (Foreign Correspondent Club of Thailand) por su trabajo sobre las minorías étnicas en Myanmar, Face Oblivion.

Primer premio, individual (segundo general) en el VI Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2015.

Primer premio individual y primer premio de reportaje en el VII Concurso de Fotografía de Prensa y Documental de Canarias 2017.

Arturo Rodríguez ha impartido seminarios y talleres en diferentes lugares del mundo, ponente en las charlas TEDxLa Laguna. Embajador de buena voluntad de la Unesco y miembro del equipo Fujifilm X-Photographer.