El fotoperiodista Arturo Rodríguez (Santa Cruz de La Palma, 1977) emprende una nueva aventura profesional. Tras cuatro años trabajando en el equipo de fotógrafos de Presidencia del Gobierno de Canarias junto a Fernando Clavijo, esta semana inicia un viaje que le llevará en un periplo por nueve países del sudeste asiático: desde Papúa Occidental hasta Tailandia. Serán entre tres y cuatro meses de trabajo para fotografiar los diferentes grupos étnicos que conforman esa parte del mundo. Las imágenes de Rodríguez han sido publicadas a lo largo y ancho de todo el planeta, desde el New York Times hasta el París Match o la revista Time, pasando además por Interviú, El País y El Mundo. Ahora, puntualmente cada domingo, compartirá con los lectores de EL DÍA sus experiencias y las imágenes captadas en esta impresionante experiencia profesional y vital.

Rodríguez tuvo su primera cámara a los 13 años. Se la pidió a los Reyes Magos y la llevaba siempre "enganchada" a su bicicleta. Desde entonces, no se ha separado nunca de una de ellas. Encontró su inspiración siendo aún estudiante, cuando conoció a otros dos fotoperiodistas tinerfeños, Fran Pallero y Ramón de la Rocha. "Empecé a trabajar en periódicos y agencias y a viajar, que es lo que yo quería. Todos los jóvenes soñamos con ir a países lejanos y conocer culturas", asegura.

Ha confesado que cayó rendido por la cultura de Myanmar (antigua Birmania), pero el proyecto de fotoperiodismo que inició allí, Face Oblivion (Enfrentando el olvido), es su gran reto inacabado. ¿Cierto?

Empecé en 2011 y mi objetivo era fotografiar a todos los grupos étnicos del país, todos los reconocidos por el régimen en aquel momento, que eran 135. La intención era catalogarlos con dos intenciones básicas. La primera, fotografiarlos antes de que desaparezcan, porque con la democracia y la globalización se están diluyendo y mezclando. Está desapareciendo toda su cultura. Antes de que ocurriera eso se me ocurrió fotografiarlo. Por otro lado, cuando llegué a vivir allí, tras viajar por el país y hacer un par de encargos para agencias y revistas, me di cuenta de que se odiaban los unos a los otros por desconocimiento. Eso, a la larga, lo que ha provocado es un montón de conflictos tribales. Todo esto unido a que parte de los Bamar, la etnia mayoritaria, tomó el poder en 1962 y estableció varias normas, como convertir el birmano en el único idioma oficial o el budismo en la única religión oficial del país. Eso hizo que se montaran un montón de grupos paramilitares. Viven en una eterna guerra civil. Hace poco se celebraron elecciones. Se supone que ahora hay democracia, pero la realidad es que los militares tienen derecho a veto en el Parlamento. Cualquier norma o ley que se quiera cambiar tiene que tener su apoyo y el ejército es muy poderoso y actúa por su cuenta.

Ese proyecto no se ha podido concluir porque a día de hoy no puede entrar en el país. ¿Por qué?

Es bastante sencillo. Antes de las elecciones el régimen empezó a poner ciertas normas que incluían limitar la capacidad de voto de los universitarios. Se sublevaron y organizaron una marcha pacífica desde distintos puntos del país hasta Rangún. Me uní a una de esas marchas, en el lado oeste del país, con otro compañero de Tenerife, Jonathan González. Estábamos juntos y la policía nos estuvo vigilando durante todo el tiempo; es algo habitual allí. A mi casa entraban cada dos semanas rompiéndome la puerta y revisando todo como si fuera un preso.

¿Perdió alguna vez su material?

No, era básicamente un tema de intimidación. Cuando nos detuvieron, revisaron todas las fotos y no las borraron ni se quedaron con las tarjetas. Nos metieron en un coche y nos llevaron al aeropuerto. Nos tuvieron durante 24 horas entre ese vehículo y una sala de espera del aeropuerto. Luego, nos obligaron a darles dinero para comprar los billetes hacia Tailandia. En ese momento no nos pusieron sello de deportación, pero la noticia corrió como la pólvora, se publicó en varios periódicos. No dijimos nada porque no queríamos levantar revuelo, no nos interesaba. Intenté entrar de nuevo y me negaron el acceso. Al final, a punto de celebrarse las elecciones, un amigo me dijo que habían eliminado la lista negra de periodistas. Pedí permiso y entré, pero lo primero que hizo el gobierno democrático al tomar el poder fue recuperar esa lista. Yo tenía un pasaporte duplicado con numeración diferente, pero al salir del país el agente de aduanas se dio cuenta de que arriba había otro número, lo comprobó y me metieron 24 horas en un calabozo y me expulsaron. Traté de entrar otra vez, fui a la embajada de Bangkok y me echaron literalmente a patadas. Me dijeron que no volviera o habría consecuencias serias.

Y no es la primera vez que se ve en un calabozo por intentar hacer su trabajo, ¿verdad?

No, en China también me encarcelaron. De hecho, también a causa de Myanmar. Hay una zona en el norte del país que se llama Laiza y que está controlada por el Kachin Independence Army (KIA). La única manera de entrar ahí es desde China. Conseguí los contactos para hablar con los guerrilleros y me llevaron hasta la frontera; al otro lado me estaban esperando. Estuve allí mes y medio, pero cuando crucé de vuelta el error fue dejar que me llevaran hasta el pueblo. Nos paró la policía y nos detuvieron. No pudieron demostrar nada, porque yo no tenía ninguna foto en el ordenador ni en las cámaras, las había subido a una nube antes de salir. Les dije que era fotógrafo de paisajes y que estaba haciendo dedo y esta gente me recogió. No se creyeron ni una palabra pero no pudieron demostrar nada. A ellos los deportaron y a mí me metieron en un calabozo con un montón de chinos, la mayoría borrachos y delincuentes comunes que además fueron superrespetuosos conmigo. Cada vez que había que comer, los policías me sacaban y comía con ellos, entonces hablábamos de fútbol. Fueron supersimpáticos y me dieron de comer auténticas maravillas.

Esta es una pregunta que le habrán hecho ya muchas veces: ¿por qué sigue insistiendo con este trabajo?

No me gusta dejar nada inacabado y este proyecto ha sido gran parte de mi vida. Tengo amigos allí que han colaborado muchísimo conmigo, amigos locales y europeos. No me gusta dejar nada a medias y mucho menos algo tan grande como esto que me ha costado tanto, nueve años casi. Hubo una ralentización enorme durante estos cuatro años que he estado en el Gobierno de Canarias, pero aun así he vuelto todos los años.

Durante estos nueve años ha colaborado y trabajado para agencias y medios internacionales, pero Face Oblivion aún no ha salido a la luz, ¿no es cierto?

No. Lo único, al margen de las píldoras que he colgado en mis redes sociales, fue que un amigo lo presentó en el Club de Corresponsales Extranjeros de Tailandia y me dieron un premio como proyecto del año, en 2015.

Como no puede entrar en Myanmar ha planteado una alternativa que compartirá con los lectores de EL DÍA cada domingo. Cuéntenos.

Claro, el año pasado traté de volver a entrar y no pude, como dije. Confiaba en que la democracia se impondría, pero no. Tenía ya tres posibilidades apuntadas en una libreta sobre cómo actuar en el peor de los escenarios. Al final he decidido recorrer todos los países que componen la zona Asian, una especie de Comunidad Económica Europea del sudeste asiático, salvando las distancias. Son diez países en total, incluyendo Myanmar. Voy a recorrer esos otros nueve. Como es imposible fotografiar todas las tribus étnicas de esa zona -necesitaría tres vidas-, lo que me planteé es fotografiar en cada uno de los países a la tribu mayoritaria y cuatro minoritarias e incluso extrañas. Serán 50 en total de 10 países. Elegiré cinco de Myanmar de las que ya tengo hechas.

¿Cuánto tiempo espera que le lleve hacer este viaje?

Entre tres o cuatro meses. Muchas veces el problema de estos viajes es el dinero. Hasta ahora me he estado autofinanciando y moviendo en guagua, a veces con trayectos de hasta 14 horas. Ahora Fujifilm me apoya y paga todo el proyecto, me puedo mover en avión y en coche de alquiler. Cogeré del orden de unos 32 vuelos en el sudeste asiático. Me moveré incluso en avión dentro de cada país porque los trenes son también muy lentos.

Cuando llega a una tribu de este tipo, de las más aisladas, ¿qué tipo de recibimiento se suele encontrar?

Muy pocas veces he tenido problemas. De lo que se trata es de tener un buen interlocutor que te introduzca, que conozca a los grupos y su idioma, si eso es posible. Todo es explicarles bien la historia. Llevo siempre el ipad para enseñarles lo que estoy haciendo. Estoy con ellos mucho rato, tomando té y comiendo. Muchas veces permanezco varios días en la aldea y luego hago las fotos. Llevo siempre la cámara colgando para que se den cuenta de que no estoy ocultando nada. A la hora de introducirme, el proceso suele ser muy lento, hago fotos de familia y cuando todo está relajado decido a quién voy a hacerle la foto que me interesa realmente. Otras veces cuesta más, tienes que pedirle permiso al jefe de la tribu para hacer la foto y sacarle primero fotos a él. Alguna vez me han intentado robar, pero muy pocas.

¿Y cómo protege su equipo en este tipo de viajes?

No me preocupo más de lo que me preocupo aquí. Mi experiencia, al principio de llegar al sudeste asiático, fue proteger todas las cámaras con una cinta negra especial que se supone que evita la corrosión y la humedad. Estuve en la jungla con ellas y cuando volví les dejé la cinta puesta. Un año después se me ocurrió quitarla y las cámaras estaban completamente corroídas, la humedad se había quedado dentro.

¿Cómo se prepara usted para una empresa de esta envergadura?

Siempre que voy a hacer un viaje largo a cualquier sitio donde sé que el sistema sanitario no es bueno, me hago una revisión completa. Me voy al médico, me hago análisis, me pongo refuerzo de vacunas y sobre todo voy al dentista. Miro si tengo alguna caries o problemas de encías; no se trata de estar allí a base de ibuprofeno. Mientras viví allí tuve problemas, nunca ninguna enfermedad grave. No me ha cogido ni la malaria ni el dengue, pero siempre llevo medicamentos para ambas. Sí que he tenido dolores de muelas, diarreas que duran mucho y cosas así. En Tailandia hay un sistema sanitario privado muy bueno, pero en Myanmar, por ejemplo, si entras al médico probablemente salgas muerto o peor que lo que entraste. Los hospitales allí son infames.

¿Cuál ha sido su experiencia como fotógrafo del expresidente de Canarias, Fernando Clavijo? ¿Cómo ha sido estar de ese lado?

Me lo he pasado teta. He viajado por todas las Islas y he tenido la suerte de trabajar con un equipo increíble que ha respetado siempre mi trabajo, desde el presidente hasta mis compañeros de prensa. Ha habido muy buen rollo. He aprendido a ver cómo funcionan los periodistas cuando tienen que tratar con un presidente o ver cómo funcionan los empresarios. Yo tenía carta blanca, soy el único que tenía la tarjeta para abrir su despacho y su apartamento. Ese fue el trato, podía entrar y salir libremente. Teníamos una clave para cuando era un tema privado y debía irme: "Luego hablamos". No me la dijo nunca en cuatro años. El respeto que ha tenido por mi trabajo ha sido la clave del éxito. Eso me ha permitido oír y ver cosas que nadie creería. Ha sido muy interesante.