"Fabulosas y rebeldes, cómo me hice mujer" (Destino) es una crónica de mi generación, de las que crecimos con Pippi Långstrump y estrenamos la Transición, las que silenciosamente tomábamos prestados de los mayores los discos de Elvis y los libros de Anaïs Nin -o el Frankenstein de Mary Shelley, cuyo nombre siempre estaba escondido, a diferencia del título-. Una crónica de la primera regla, del peso de la biología y del de cultura, de la relación con los hombres difíciles, la maternidad y la llegada a una edad difusa llamada madurez.

Se trata de un recorrido personal por mi aprendizaje de la feminidad, y un homenaje a las antecesoras que me mostraron sugerentes formas de ser mujer. También es una crónica dinámica del camino hacia la igualdad y el contexto actual, en el que el feminismo ha ganado la batalla de la opinión pública. Por eso no es tanto un libro íntimo como el relato de cómo se forja el carácter y se apuntalan los sueños, cómo tomamos conciencia de nuestra posición en el mundo y reaccionamos ante la desigualdad.

En nuestra construcción importa el tipo de niña que fuimos, los primeros amores y desamores, la literatura, las drogas, el peso de la biología, el constructo romántico que tuvimos que descifrar, el tipo de madres que somos, nuestra identidad pública y el encaje que tuvimos que hacer en un mundo de hombres. Fui una niña lectora; los libros han sido mi principal medio de transporte. Un salvoconducto que permite experimentar a la vez la complejidad y la sencillez de las cosas. Los libros me descubrieron a muchas de las 40 mujeres que me ayudaron a hacerme mujer, a las que rindo homenaje en él. Me han acompañado e inspirado. Algunas me abrieron los ojos, otras me despertaron el hambre artística o me tocaron con su poder transformador. Son mujeres espejo, en las que nos miramos y vemos reflejos de lo que somos o de lo que nunca llegaremos a ser. No nos dejan indiferentes, todo lo contrario: con su inteligencia, su talento, su estilo, sus contradicciones, nos muestran diferentes maneras de entender la feminidad. Ellas también tuvieron que emprender el recorrido vital, a veces solitario, hostil pero a la vez deslumbrante, de hacerse mujer. Marguerite Duras y su sensibilidad extrema, el perfeccionismo de Sylvia Plath, la determinación mentora de Simone de Beauvoir, Lee Miller y la voluntad de crearse a sí misma, el amor entregado de Vera Nabokóv y Zenobia Camprubí, Michelle Obama y su carisma sin rigideces, el walk on the wild side de Janis Joplin, Amy Winehouse y Nico, también de Dorothy Parker o Diane Arbus, la mirada de ensayista avanzada de Margarita Rivière o Mercé Rodoreda y el descubrimiento de la vocación! Tropezaron, tocaron la luna, algunas no sobrevivieron a los envites, otras mostraron sus heridas de guerra y de ellas aprendimos a que nunca se es mujer de una sola pieza, sino que estamos compuestas de miles de partículas, fuertes y frágiles.

Algunas de mis fabulosas y rebeldes:

Peggy Guggenheim. Tenía trece años cuando su padre, a quien adoraba, se ahogó en el Titanic con su amante. A partir de ahí su vida se convirtió en un viaje excéntrico, también autodestructivo, víctima de malos tratos hasta que se emancipó en Venecia, tomó un palazzo y, reina de la vanguardia absoluta, lo convirtió en una isla de arte contemporáneo.

Lola Flores. Ella era el espectáculo. Libre, sexual, abierta, devota de Cristo, madre, artista desde la punta de los pies. Fue una adelantada a su tiempo.

También es un ejemplo de superviviente, y de mujer que combatió la adversidad con dignidad y sentimiento, transgresora, creativa que nos guiñaba un ojo y hablaba de forma que contagiaba vida.

Isabella Rossellini. Diva terrenal, estrella sin cirugía ni juegos seductores. Respira autenticidad e inteligencia. La he entrevistado dos veces y su conversación siempre me ha regalado hallazgos. Su historia como imagen de Lancôme -donde cancelaron su contrato a los cuarenta y la volvieron a fichar con 65- es un ejemplo de justicia poética. También una prueba de cómo hemos cambiado las mujeres: no temer a la edad, tan solo a la vulgaridad.

Joana Biarnés. Fue la primera mujer en el fotoreporterismo español, pionera en los estadios deportivos o el Congreso de los Diputados. Más de una vez tuvo que decir: "no me mire como a una mujer, sino como a un fotógrafo". Inmortalizó la intimidad de los Beatles en su viaje a España, siguió a Dalí, a Orson Welles, a Raphael, y la vida de cada día, como aquella bofetada que recibía un niño en un internado, durante el franquismo, y que le valió una temporada fuera de España. Sensible y vivaz, era un pozo de humildad.

Nico. Me fascinaba su voz, "un ordenador IBM con el acento de la Garbo", como la definió Warhol. Portadora de una belleza vikinga, siempre moderna, magnética intérprete, en cambio fue considerada en su tiempo poco más que una yonki que se acostaba con cualquier estrella. Elegante y dramática, así le gustaba definir su estilo. No murió por la heroína, había conseguido dejarla, sino por despeñarse en una sierra ibicenca con su bicicleta.

Meryl Streep. Durante un tiempo me decían que me parecía a ella, y yo estaba encantada de formar parte de la escuela de mujeres que sonreían de reojo. Devolvió la personalidad a Hollywood, y, con los años, ha ido ganando una autoridad moral incuestionable. La han nombrado sucesora de Katherine Hepburn, poderosa actriz y a la vez símbolo del poder femenino que ha hecho de su libertad una bandera.