Recibí el premio literario de publicar por primera vez en Tusquets Editores, porque no recibí un premio literario. Aclararé esta elemental paradoja de inicio.

Me había presentado al Premio Loewe del año 1995, con una primera versión de un libro de poemas que se llamaba Los países nocturnos. El libro estuvo en la final, pero el premio lo ganó, con todo merecimiento, mi amigo Alejandro Duque Amusco. Pero el caso fue que mi poemario gustó a algunos miembros del jurado ?a Francisco Brines, sobre todo?, y a algunos amigos lectores que conocían el manuscrito ?a Felipe Benítez Reyes, en especial?, y le insistieron a Antoni Marí, director de la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets, para que lo conociese. Toni hizo una lectura generosa de mi poemario y decidió que pasaría a formar parte del catálogo de la editorial.

Aquella carambola del destino me enseñó, en propia carne, la exactitud de ese axioma de mesa camilla que afirma lo siguiente, con cierto aire de receta de cocina, mitad estoica, mitad de fusión oriental: El camino hacia lo mejor pasa a menudo por el paisaje de lo peor, pequeño saltamontes. Por aquellos días ya se fraguaba en mí la inclinación gastronómica hacia el sushi, el sashimi y toda la poética tepanyaki.

Para el joven mitómano que yo era en aquel tiempo ?y que no he dejado de ser, al menos por lo que respecta a las mitomanías?, la Editorial Tusquets representaba un territorio de ardientes ensoñaciones literarias. Era la casa de Vargas Llosa, de García Márquez, de Kundera, de Ribeyro, de Gil-Albert, de Bataille. Me había educado sentimentalmente con sus Cuadernos ínfimos, con sus relatos evangélicos de La sonrisa vertical, con su colección de novela. De modo que ingresar en aquella cuadra me causaba, al mismo tiempo, un secreto orgullo de cumplimiento infantil, y un cierto terror pánico de obsequio inmerecido.

Fue Beatriz de Moura, la gran sacerdotisa, quien se encargó de disipar todos mis miedos, la primera vez que la vi. Fue en el precioso despacho que tenía en el jardín de la sede de Iradiers (y que para mí será siempre la sede de Tusquets, por más sedes diferentes que la editorial tenga). Había ido a Barcelona para hacer promoción de Los países nocturnos, había cenado con Juan Cerezo y otros amigos de la editorial, y había trasnochado y bebido con insensata virulencia. Cuando entré tembloroso en su despacho, Beatriz ?que era para mí, como para todos los escritores en su sano juicio, la musa cultural de las fotografías de Colita? me diagnosticó en cuatro segundos: Tú lo que tienes es resaca. Necesitas una cerveza urgente. Y me hizo traer un tercio bien frío. Desde entonces, mi corazón es tusquetiano.

El catálogo de Tusquets no es un catálogo de libros: se trata de una forma de observar el mundo a través de los libros que figuran en su catálogo. Los grandes editores literarios tienen como verdadera vocación el acto de ingresar en la intimidad de sus lectores: como la música, como los viajes, como el amor.