Una larga vida enseña a familiarizarse con la muerte. Andrea Camilleri solía decir que no la temía, que solo los jóvenes se preocupan de la Parca. Hablaba tanto y de tantas cosas que hay quienes sostienen que no habría que creer a pie juntillas o literalmente todo lo que decía, y menos pensar que él podría llegar a creérselo mientras fabulaba de la manera en que lo hacía.

Una vez contó que se encontraba entre los jóvenes sicilianos que habían enterrado a Pirandello, que murió en 1936, cuando él tenía once años. El gran escritor Premio Nobel había pedido ser cremado y que las cenizas se dispersaran en el distrito donde nació, en Càvusu. Pero el obispo de Agrigento se negó a celebrar el funeral de una urna. Algunos de los discípulos de Pirandello alquilaron un ataúd, en el cual depositaron las cenizas, y así lograron cumplir los últimos deseos del maestro. Si hay que hacerle caso a Camilleri, entre ellos estaba el pequeño Andrea.

Su palabra, sin embargo, se convirtió en ley. Si su paisano Sciascia fue en algún momento la conciencia moral de un pueblo, Camilleri, con su italiano macarrónico vigatano, coloreado de sicilianismos léxicos y fonéticos consiguió ser amado y venerado por los suyos. Hasta el punto que algunas de sus expresiones y las de sus personajes han pasado a formar parte de la manera coloquial de entenderse, no únicamente en Sicilia sino mucho más al Norte.

Cabasisi, por ejemplo, es chufa, pero cuando el vocablo que describe al dulce tubérculo con que se hacen las horchatas sale de la boca de Pasquano, el forense gruñón de sus novelas, se traduce en otra cosa: "non rompe i cabasisi", o lo que es lo mismo "no me toque las pelotas". Posponer el verbo es una de las características del dialecto siciliano. La forma de presentarse o de responder al teléfono de su famoso comisario, "Montalbano sono", es imitada por muchos de sus lectores, que en vez de decir "soy fulano" prefieren la fórmula invertida. En la Italia de hoy está muy extendida.

Todo esto no es solo fruto de la popularidad que otorga los millones de libros vendidos sino también de una identificación especial hasta epidérmica que raramente se produce entre el escritor y sus lectores. En el caso de Camilleri la química es proverbial y la posteridad está garantizada por las novedades que irán surgiendo de los originales que escribió y que aguardan en los cajones.

Él mismo, comunista hasta la muerte, jamás escondió la asombrosa identificación con el padre fascista de primera hora, Giuseppe, al que consideraba "un hombre leal, irónico, valiente y generoso" y que le sirvió para modelar el carácter de su personaje más popular.

Su esposa se encargó de recordárselo en una ocasión: "Montalbano es tu padre durante las tres cuartas partes de su papel en la ficción. Has escrito una biografía completísima de él".

Para adictos a Montalbano

Se quedó ciego, fumaba tres cajetillas diarias pero no paraba de dictar libros. Andrea Camilleri nació en 1925 en una villa de la costa sur siciliana que desde hace unos años se llama Porto Empedocle Vigàta, al añadir a su antiguo nombre el muy sustantivo Vigàta en homenaje al escritor que creó tal espacio imaginario. En la comisaría de ese mítico lugar manda nuestro Salvo Montalbano, asistido por el faldero Mimí, el eficiente Fazio, por Gallo y el maravilloso recepcionista Catarella o Cataré, que confunde nombres, habla con endemoniada sintaxis, da portazos tan constantes como involuntarios y venera al comisario. Montalbano (nombre tributo a Manuel Vázquez Montalbán, camarada de ideología política) está enamorado a distancia de Livia, vive en orden gracias a los cuidados de su asistenta Adelí, no perdona los salmonetes del restaurante de Enzo... Conózcanlo y no tardarán en convertirse en adictos suyos.

Aunque Camilleri escribió muchos otros libros y trabajó en mil cosas relacionadas con el teatro y el cine, se negó a convertirse en un jubilado miraobras y se aprestó desde 1994 a la creación y desarrollo de los episodios que protagoniza Montalbano. Lo hizo a partir de los 69 años, con La forma del agua. Hace unos meses apareció en castellano El carrusel de las confusiones, cuatro años después que en Italia.

Lo advertía el autor en su nota final: "Este es uno de los poquísimos casos de Montalbano que no ha surgido de una crónica de sucesos". Unas cuantas desapariciones que parecen secuestros exprés, la sombra de la mafia, algunos notables de la localidad, los cuernos de costumbre y las venganzas que conllevan, asesinatos... hasta una pelea inicial en la que el comisario sale malparado. Pero debería advertirse asimismo que Camilleri ya había renunciado casi por completo a la narración y a la descripción en favor del diálogo. De manera que en nada se lee con gran gusto este carrusel donde nada es lo que parece (como de costumbre) y cuando todo apunta a un culpable resulta que... (espacio spoiler)