Desde su casa en Madrid va dando los últimos retoques a su última novela, la que hace el número cien. "Ahora mismo estoy terminándola", comenta a través del teléfono, aunque todavía no tiene muy claro con qué nombre bautizarla.

Alberto Vázquez-Figueroa Rial (Santa Cruz de Tenerife, 1936) vivió una infancia difícil. A su padre, republicano socialista, lo encarcelaron durante la Guerra Civil y la familia fue deportada a Marruecos y el Sáhara. Estando en África su madre falleció y fue recogido por su tío, administrador civil del fuerte militar en el Sahara español en el que vivían, quien le proporcionó lecturas, sobre todo novelas de aventuras.

A los 16 años volvió a Tenerife para estudiar. Fue profesor de submarinismo en un buque-escuela. Estudió en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid y desde 1962 trabajó como reportero asistiendo a guerras y revoluciones en países como Chad, Congo, Guinea, República Dominicana, Bolivia, Guatemala, etc.

La editorial Kolima acaba de publicar Los bisontes de Altamira, su novela número 99, de las que 9 han sido llevadas al cine. Es uno de los autores más leídos del panorama literario español.

¿Cómo surgió la idea y cuándo decidió que aquella historia sobre los bisontes de Altamira podía llegar a convertirse en materia novelesca?

Un día, el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que muy buen amigo, vino a comer a casa, como suele hacer habitualmente cuando viene a Madrid y, además de anchoas, (¡que están buenísimas, por cierto!) me trajo la idea. Me comentó que los expertos habían concluido que los bisontes de las cuevas fueron pintados por una sola mano. Entonces me dije, aquí hay una historia. ¿Y quién fue ese pintor? Ya Pablo Picasso había sentenciado que a partir de Altamira todo había sido decadencia. Entonces empecé a imaginarme quién y cómo sería aquel personaje, pero procurando basarme en un cierto rigor histórico, a pesar de que la obra está ambientada en el Paleolítico Superior, hace nada menos que 13.000 años.

¿Considera que la genialidad y el talento están reservados a personas elegidas, que no se transmiten hereditariamente?

Esa es una de las conclusiones más importantes y definitivas que he podido extraer de esta aventura literaria y sobre la que creo nadie había caído en la cuenta. Y me enorgullezco de haber sacado a la luz eso que estaba ahí y que hasta ahora había pasado prácticamente desapercibido. ¿Cómo es que la genialidad y el talento de una persona fue capaz de reproducir aquellas figuras en el interior de una cueva sin tener a los bisontes delante y por qué razón nadie fue capaz de seguirlo posteriormente? ¿Por qué esa virtud no se ha transmitido genéticamente? ¿Qué pasa con los músicos, los pintores y los escritores geniales? De cantar, escribir o tocar bien un instrumento a hacerlo de una manera genial va un largo trecho (Pausa). Creo que la novela debió haberse llamado El genio de Altamira. Me equivoqué al titularla utilizando el elemento de los bisontes. En principio iba a ser El pintor de Altamira, pero ya existía una obra con ese mismo nombre, aunque no tenía nada que ver con el personaje original ni con la trama que yo desarrollo, sino con la persona que realizó unas reproducciones de la cueva.

¿Ha podido visitar el interior de la cueva?

En la auténtica estuve siendo jovencito, pero el acceso ahora está prohibido y me parece una medida totalmente acertada, sin ningún género de dudas. No debemos olvidar que se trata de la máxima representación de la pintura rupestre en España y que son las cuevas más importantes y famosas del Paleolítico a nivel mundial. La cueva de Altamira ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y eso merece que permanezca en un buen estado de conservación.

Aunque el creador tiene licencia para hacer ficción, ¿se ha visto amordazado o maniatado por la ausencia de documentos y otras referencias sobre aquel momento de la historia?

El truco no es otro que saber aprovechar las lagunas históricas. Nadie puede rebatir si este o aquel detalle son reales o no. Pero sí es verdad que me tropecé con un problema muy gordo cuando me planteé ¿y que comía esta gente? Porque no conocían ni el tomate, ni la papa, que llegaron de América, ni el arroz, que lo trajo Marco Polo, ni zanahorias, ajos, cebollas... Eso sí, se ponían morados a trufas y su dieta se componía de conejos, ardillas, ciervos, jabalíes, animales que en una Península Ibérica boscosa abundaban.

En el libro se habla de algo que hoy nos parece tan simple como una aguja como un gran hallazgo.

Ese fue un descubrimiento importante y vital para la época. Todo el mundo piensa en el fuego, que ya existía con anterioridad, lo conocían perfectamente, pero el hecho de haber hallado que con una aguja, ya fuera un hueso o una espina de pescado, y un tendón de animal podían unirse dos pieles y lo que significó en cuanto a la posibilidad de elaborar zapatos, gorros y otros atuendos fue crucial. Aquello los preservó en un clima frío, en plena fase postglacial, y les permitió enfrentarse al mundo. Otro elemento sustancial fue el hecho de descubrir el mar, por lo que representó en cuanto a la ingesta de pescado y mariscos, que les proporcionó el fósforo y ese enriquecimiento de la dieta se convirtió en un factor capital en la evolución humana.

Ansoc y Mungo, los dos jóvenes protagonistas, recorren la Península Ibérica en busca de los bisontes, son el hilo narrativo. ¿Esta pareja se asemeja a la figuras de Don Quijote y Sancho?

Sí, son ellos. Cuando tienes que describir algo nuevo siempre debes contar con el contrapunto: el más listo y el menos inteligente, que a veces es el que acierta por una cuestión de sentido común, lo que llamaríamos sabiduría popular, frente a la racionalidad de su compañero, tal y como nos enseñó Miguel de Cervantes en El Quijote. Me gustaban ambos personajes, pero debo confesar que me divertí mucho con Mungo por la cantidad de boberías que es capaz de decir.

¿Y a cada línea era como ir descubriendo la historia en compañía de ellos?

Claro. La verdad es que lo pasé muy bien, disfruté escribiéndola, pero también fue complicado. Cuando en su momento escribí sobre los tuaregs había vivido veintitantos años con ellos; sobre el Amazonas, en mi obra Manaos, pues es un lugar que conozco perfectamente, pero de un periodo de la historia del que se desconocen tantas cosas...

Pero en sus manos y en su cabeza el relato se convierte en algo fantástico, ¿no?

Empecé a crear personajes paralelos como las mujeres que violan a los jóvenes; aquellos otros que adoran a un pedrusco caído del cielo y no comen carne.

¿Existen héroes y antihéroes?

Pues están los Pataslasgas y también tribus que maltratan a las mujeres, otras que por el contrario las defendían... Gente buena y mala, tal y como ha habido siempre a lo largo de la historia, en cualquier civilización. Y echado un vistazo al actual panorama político del país, valdría la pena haber vivido hace 13.000 años. Al menos las cosas parecían estar más claras (Ríe).

¿Qué tiene esta novela de diferente con respecto a sus obras anteriores?

Es diferente por la época, pero en el fondo se nota mi mano, mi manera de escribir.

Y ya rematando la que hace la número cien. ¿Puede adelantar de qué va la historia?

¿Sabe cuántos teléfonos móviles hay en uso en este momento en el mundo? ¡Seis mil millones! ¿Y cuántos en desuso? ¿Cuatro mil millones! Hasta hace poco se mandaban a países donde los desmontaban y les extraían el coltán y otros elementos. Hay empresas especializadas en llevarlos a vertederos, junto con televisores de plasma y otros aparatos electrónicos, pero este material es altamente tóxico y provoca cáncer, sobre todo el infantil, que genera muertes (Silencio).