Una de las primeras reseñas literarias, si no la primera, que escribió Juan Benet versó sobre Catch-22 (Para la lectura de 'Trampa 22'), la novela del neoyorquino Joseph Heller, combatiente en su momento en la II Guerra Mundial. La firmó en 1963, un par de años después de que se hubiera editado la novela en EEUU y se hizo como un saludo a esa novela, extraña para aquellos tiempos, que por fin se publicaba en español. Señal era de que la obra traía algo dentro y no solo se trataba de una parodia de humor nigérrimo sobre los bombarderos de una base italiana durante aquella matanza. Que si saltos temporales, que si voces narrativas diferentes, que si todo lo que interesaba a quienes ?como Benet? intentaban dar un corte en nuestras letras y la carta de defunción al caduco socialrealismo imperante de Cela y compañía. En 1970, la historia del joven Yossarian y sus compañeros de escuadrón (que van cayendo como moscas) en medio del gran absurdo, en la isla de Pianosa durante la campaña de Bolonia también llamó la atención del director Mike Nichols en 1970 que filmó un buen petardo pretencioso sobre ella. Ahora, nos llega en forma de serie con el reclamo de Clooney y Hugh Laurie entre otros... pero no se dejen ustedes engañar por ello. Apenas salen: el primero, al principio y al final; el segundo se diluye una vez que un lío con los mapas lo lleva a invadir él solo la ciudad boloñesa y entrar como el caballero inglés que afecta ser en mitad de una reunión estratégica de los nazis.

Catch-22 podría traducirse como trampa 22 o artículo 22. Me explico. La lógica de los reglamentos militares es un disparate lógico. Yossarian no quiere volar en más misiones (su coronel ?el sudoroso Kyle Chandler? las va aumentando de cinco en cinco a su conveniencia). Acude al médico (divertidísimo Grant Heslov) para pedir la baja por locura. Y el doctor se lo explica: si lo declara loco, no podría volar más, en efecto; pero ¿qué causa alegaría para hacerlo?; no otra que la de su negativa a subirse al avión por pánico a morir, razón tan lógica que demostraría que el peticionario no está loco. Quieras o no, en medio de la insensatez, acabas cayendo en el artículo de las ordenanzas que se cierra sobre sí mismo.

La serie se centra más en el humor negro del asunto que en otras virguerías formales. Ofrece un sí pero no; cuaja, mas no del todo; se ve, aunque no arrastra para hacerlo de un tirón; tiene momentos memorables, a pesar de que se nos sirvan en cuentagotas, en medio de relleno. ¿Memorables? A un sargento que se llama Mayor Mayor lo ascienden a Mayor, con lo que pasa a ser el Mayor Mayor Mayor, a causa del brete en que se ven el coronel y su ayudante (repulsivo Kevin J. O'Connor). Otro: el desquiciado jefe abronca a su tropa por haber dejado intacta una zona de Roma tras un bombardeo... hasta que le soplan que se trata del Vaticano. Más: las apariciones del cínico proxeneta Marcello (tenebroso Giancarlo Giannini) y la espeluznante confusión de la niña pedigüeña o el asesinato de una joven tras ser violada por un yanqui guaperas y criminal. Y más: el supernegocio que va formando Milo, las disparatadas negociaciones comerciales en Orán, los brincos de Clooney para instruir a sus soldados...

Gotas que, bien integradas, hubiesen dado una serie redonda que, por el contrario, se queda en la acusación al espanto ilógico de la guerra gracias a las carcajadas que sacuden como espasmos al espectador de vez en cuando. Parece que el descarrilamiento fue debido a asuntos de producción, qué sé yo. Pero creo que Catch-22 quedará como una novela experimental, una película pelmaza y una serie tobogán.