El próximo 15 de julio se cumplirán sesenta años de la muerte de la cantante Billie Holiday. En un hospital de Nueva York y custodiada por dos policías, la voz que le había dado al blues su alma, y por supuesto, corazón y vida, moría a los 44 años. Una muerte temprana que consumaba su condición de mito. La figura legendaria de un artista que no ha dejado de ensancharse desde su desaparición, ya sea en la búsqueda imposible de una heredera o en los numerosos tributos que no han dejado de sucederse a lo largo de este más de medio siglo. De Edith Piaf a Amy Winehouse, pasando por Nina Simone y Janis Joplin, la estrella Holiday ha volado por los escenarios y géneros musicales en todo este tiempo. Desde esa voz juvenil de los primeros registros a la voz herida de los últimas grabaciones, Billie Holiday, en su triple condición de artista, mujer y negra, estremece los escenarios, los pequeños clubes o sofisticadas salas de fiesta ante un público conmovido delante de una mujer y una voz que conjuga por igual el amor, la sensualidad, el dolor y la pena.

Coincidiendo con el aniversario de su muerte se publica Con Billie Holiday. Una biografía coral (Libros del Kultrum) de la escritora norteamericana Julia Blackburn, una monografía que se suma a la bibliografía de la cantante encabezada por las propias memorias de Holiday, Lady Sings the Blues (Tusquets) publicadas en 1956 y escritas en colaboración con su pianista William Dufty. A diferencia de otros textos, la novedad u originalidad del libro, entre otros, es su voluntad de rehuir el clásico itinerario biográfico para aproximarse a la figura de la cantante a través de un "fragmentario tapiz que esboza la poliédrica imagen de la artista" recogida en una serie de testimonios, "un luminoso torrente de recuerdos vertido por pianistas, proxenetas, agentes del FBI, abogados, camellos, amigos, colegas y enemigos", como señala el texto de presentación.

La propia génesis del libro encierra una historia ya de por si bastante rocambolesca. Treinta años atrás, una mujer llamada Linda Kuehl se dispone a escribir un libro sobre Billie Holiday. Para su proyecto Kuehl se entrevista con cerca de 150 personas que habían conocido o tratado a Billie Holiday. Las entrevistas quedan archivadas en una serie de cintas dispuestas para su transcripción. Desgraciadamente la editorial, Harper and Row, en un principio dispuesta a publicar la biografía acabará desistiendo de su edición ante "un batiburrillo en el que el lector se pierde con facilidad" como le señala la editora a Kuehl. A la negativa de la editorial se añade el fin trágico de la propia Linda Kuehl que se suicida en 1979.

Gracias a un coleccionista privado que había adquirido todo el archivo, cintas, documentación de Kuehl, el frustrado proyecto literario comienza de nuevo a caminar, ahora bajo la coordinación de la escritora Julia Blackburn. "Tuve que poner mucho de mi parte para lograr que de todo lo que se había dicho saliera una secuencia coherente, para separar todas las voces narrativas antes de poder volver a unirlas", señala la escritora sobre las dificultades de elaboración del texto.

Radiografiar la figura de una intérprete como Billie Holiday como señala la propia Julia Blackburn no resulta fácil. "Un sinfín de mitos, habladurías y tergiversaciones rodearon a Billie como una niebla espesa durante toda su vida, y han seguido creciendo y multiplicándose desde entonces". Quizás en este desorden resida también el poder o seducción del personaje y en esa imposibilidad de "dilucidar una verdad absoluta sobre Billie".

La misma imagen oscilante de la cantante a través de las fotografías nos hace pasar de una adolescente descarada a la enamorada sumisa, la diva escénica o la cantante yonki. La intérprete que se convirtió en la primera voz contra la segregación racial sin proponérselo de la mano de una canción como Strange Fruit escrita por un activista judío en la década de los años treinta denunciando el linchamiento de los negros en los estados del sur de los Estados Unidos.

Holiday vivirá la segregación en primera persona como otros artistas negros de la época. En muchas salas y clubes se la obliga a permanecer recluida, oculta, ante la prohibición de la entrada de público negro a los locales. Si su itinerario vital refleja la propia historia de la América negra en el siglo XX, su talento artístico, esa manera de cantar expresionista revelada por el espíritu del blues, la sitúa sin rival en esa santísima trinidad formada por las voces de Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan.

Más allá de ese claroscuro imperativo de alcohol, drogas, violencia y maltratos que sombrea su vida, un retrato estereotipado que ha contribuido sin duda a su leyenda, la figura de Billie Holiday, Lady Day como la bautiza su mentor y amigo el saxofonista Lester Young, señala la batalla de una mujer por conquistar su propia felicidad, su fe irreductible por vivir y alcanzar sus propios sueños. Y lo hará cantando. En ese corazón del blues donde los intérpretes negros exorcizan su propia infelicidad y dolor.

Como en otras intérpretes aureoladas por el mito, el itinerario artístico y la propia trayectoria íntima resultan difícilmente separables, pero más allá de las inevitables intersecciones, siempre emerge la voz heroica de Billie Holiday. Esa voz que fue evolucionando en el tiempo y acabó proyectando su propia vida. Esta vez sin necesidad de ningún biógrafo.