De todos es conocido que los antibióticos son medicamentos que combaten las infecciones bacterianas. Estos fármacos matan las bacterias que originan patologías infecciosas, en distintos puntos de nuestro organismo. Ahora bien, hay que tener en cuenta que, casi siempre, se trata de antibióticos de "amplio espectro" que, para tener la seguridad de que atacarán a los gérmenes causantes de la infección, matan indiscriminadamente a todas las bacterias con las que se encuentran, buenas o malas. Y, como resultado, la flora intestinal está desequilibrada. Por eso, es muy importante que sepamos que nuestro intestino es un extenso mundo habitado por muchísimas bacterias y definido como flora intestinal. Muchas de ellas son útiles, indispensables para la digestión; otras, que son dañinas, les disputan a las primeras su espacio, además de su alimento. Si estas últimas se desarrollan de forma incontrolada, ocasionan putrefacciones, que producen sustancias tóxicas que pueden llegar a obstaculizar la absorción de los principales nutrientes. Ahora bien, esto se puede arreglar fácilmente con un alimento maravilloso: el yogur, producto de fermentación que se obtiene introduciendo en la leche pasteurizada microorganismos específicos (fermentos lácticos).

Debido a su contenido en importantes nutrientes, el yogur es un perfecto sustituto de la leche. Procede de los países del Medio Oriente, donde surgió la costumbre, mantenida hasta nuestros días, de hacer fermentar la leche para poder conservarla mejor. Llya Mechnikoff, discípulo de Pasteur y premio Nobel de Medicina en 1908, fue la primera persona en demostrar que el yogur era bueno para la salud. Por medio de observaciones estadísticas y demográficas, relacionó la extraordinaria longevidad de las poblaciones búlgaras y caucasianas con su alimentación a base de él. Pero la primera persona que lo fabricó en los países industrializados de Occidente fue Isaac Carasso, que, tras pasar su juventud en los Balcanes, en 1919 comenzó a producirlo en Barcelona. Lo llamó Danone, nombre derivado del de su hijo, Daniel. Aunque fue apoyado de inmediato por todo el cuerpo médico, que reconoció las beneficiosas propiedades de este producto, los consumidores se resistieron durante un tiempo a aceptarlo. Pero terminaron haciéndolo.

Por eso, es aconsejable ingerir fermentos lácteos después del consumo de estos antibióticos. Y, cómo no, utilizarlo como alimento diario. Preferible es consumirlos antes de haber comido. Si el estómago se encuentra sin alimentos, los fermentos lácteos llegan al intestino con mayor rapidez. ¿Y lo ideal? Pues, por qué no, desayunar a base de yogur.