El profesor y filósofo Daniel Barreto publica El desafío nacionalista, una aproximación a las relaciones entre religión y política mediante la lectura del pensador judeo-alemán Franz Rosenzweig.

Autor de textos de referencia sobre Walter Benjamin, Emmanuel Lévinas, y Jaques Derrida, traductor de artículos y ensayos de, entre otros, Stéphane Mosés, Michael Löwy y Gérard Bensussan, Daniel Barreto (Las Palmas, 1977) siente fascinación por los grandes pensadores judíos europeos del siglo XX. Doctor en Filosofía, profesor del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias, integrante del Proyecto de Investigación "Sufrimiento social y condición de víctima" en el Instituto de Filosofía del CSIC y de la Sociedad de Estudios de Teoría Crítica, Barreto, uno de los intelectuales más avezados y mordaces del Archipiélago, publica ahora El desafío nacionalista. El pensamiento teológico-político de Franz Rosenzweig. Editado por el sello Anthropos, el libro constituye una aproximación a la obra del pensador judeo-alemán, crítico con el idealismo occidental y con su progresista filosofía de la historia.

¿Quién es Franz Rosenzweig? ¿Cuál es su peso en la filosofía del siglo XX?

La importancia de Franz Rosenzweig no se corresponde con su fama. Los efectos de su pensamiento han sido más bien indirectos; por ejemplo, a través de su influencia en Walter Benjamin y, de modo no confesado, en Martin Heidegger. Rosenzweig, que muere en 1929, desafía a la gran tradición de la filosofía con una acusación muy dura: la filosofía habría confundido la verdad con una totalidad pensable, una idea que busca hacer olvidar la pregunta por el sufrimiento. De ahí arranca su propuesta, que tiene raíces en el judaísmo, pero que se presenta como una nueva aventura filosófica sin más. La razón occidental no solo viene de Atenas. Aunque lo hayamos ocultado, también tiene su fuente en Jerusalén. La crítica a la totalidad como ocultamiento del sufrimiento se puede proyectar a sus versiones políticas.

¿Y qué ofrece Jerusalén al mundo moderno que no estuviese ya en Atenas?

La filosofía nace en Grecia como una crítica del mito. Pero también hay una fuente de la Ilustración que viene de Jerusalén. La crítica de los profetas de Israel a los ídolos y la identificación bíblica de la verdad con la justicia es una forma de desacralización del mundo. A esa idea de justicia va unida una concepción de la memoria del sufrimiento como conocimiento, un conocimiento que llega donde el mero concepto no alcanza. Esa es la lectura de Rosenzweig que ha desarrollado quien considero mi maestro, el filósofo Reyes Mate. En el libro intento prolongar esa vía. No es casual que hoy filósofos posmodernos como Peter Sloterdijk, quieran renegar a la vez de los Derechos Humanos y de la herencia bíblica, pues saben, como sabía Nietzsche, que aquellos vienen de esta fuente.

Rosenzweig pertenece a una constelación deslumbrante de pensadores judíos centrales en el siglo XX, que abarca a Benjamin, a quien ha citado, y también a Adorno, Marcuse, Wittgenstein, Arendt, Derrida, etcétera. ¿Hay algo en la condición judaica de estos filósofos que explique esta profusión?

Habría que diferenciar a cada uno de los filósofos que nombra para responder mejor, pero sí es cierto que en varios de ellos se da una mirada crítica que remite la experiencia de los judíos europeos. La Ilustración llegó con la idea de igualdad, de emancipación para los judíos, secularmente marginados en la cultura europea. Pero en vez de igualdad, lo que llegó fue Auschwitz. La perspectiva sobre este itinerario, que va de la Ilustración a la transformación del antiguo antijudaísmo en antisemitismo, permite a los pensadores judíos un campo de visión distinto y ampliado sobre la lógica violenta que mueve al proyecto moderno. Es muy difícil encontrar un proyecto nacionalista europeo que no haya tenido trazos antisemitas. El nacionalismo no podía soportar la idea de una forma de existencia diaspórica. Además, la propia tradición judía contiene claves indispensables para descubrir el ocultamiento del sufrimiento y la violencia en nombre de mitos ciegos a la vida humana concreta.

A este respecto, desde la perspectiva de Rosenzweig ¿en qué consiste el desafío nacionalista?

Hoy el nacional-populismo se expande por todo el mundo, tanto en su versión de izquierdas como de derechas. La apelación al pueblo, la patria y la nación es una forma desesperada de simplificar la crisis actual del capitalismo, que es una crisis de civilización. Pero volver al nacionalismo como compensación del narcisismo herido se ha hecho inviable para una filosofía que piensa después de Auschwitz. Si queremos comprender cómo la propia razón moderna, por ejemplo en la filosofía política de Hegel, ha sido cómplice de lógicas sacrificiales que vuelen insignificantes a los individuos, será muy útil activar pensamientos como el de Rosenzweig o Walter Benjamin.

O sea, que su libro implica una toma de posición.

Claro, si el proyecto ilustrado busca combatir las nuevas formas de barbarización social y política tiene que escuchar fuerzas que vienen de lejos. Una de ellas es Jerusalén o, si queremos, las tradiciones bíblicas. Algo no muy diferente propuso Walter Benjamin ya frente al triunfo del fascismo en 1940 en sus Tesis sobre el concepto de historia.

A propósito de Walter Benjamin, da la impresión de que Rosenzweig comparte su crítica a la ideología del progreso. ¿Es así?

En efecto. La experiencia bíblica del tiempo es diferente a la moderna, dominada por la idea de progreso, es decir, por la evolución indefinida, sin sorpresas, a la que el individuo se somete sin rechistar: el crecimiento económico ilimitado, el desarrollo tecno-científico autonomizado, etc. En cambio, la experiencia bíblica del tiempo, que buscan recuperar Benjamin y Rosenzweig, remite a la posibilidad de lo nuevo como interrupción. La novedad en el tiempo está vinculada a la acción impostergable a favor de quien sufre. La sensibilidad por el sufrimiento ajeno, por lo que no pertenecen a mi tribu o mi patria, es la condición para interrumpir el tiempo.