El escritor y periodista tinerfeño Juan Cruz Ruiz presenta hoy Viaje a las Islas Canarias. Una historia cultural en el Parlamento de Canarias a partir de las 19:00 horas, en un acto en el que estará acompañado por la presidenta de la Cámara, Carolina Darias.

Se trata de un libro con un enfoque totalmente personal, alejado de la simple visión del viajero, que escribió ya hace varios años en español y se editó por primera vez en inglés en Estados Unidos y Gran Bretaña, a través de una editorial norteamericana con delegación en Europa. Posteriormente, Aguilar lo publicó en 2013 cuando estaba próxima a cerrar como empresa, con una tirada pequeña que apenas se distribuyó, por lo que se puede considerar que la que se da a conocer hoy en Santa Cruz de Tenerife es una primera edición que ha corregido y a la que ha añadido el Jardín Botánico, uno de los elementos más importantes, "no solo del Puerto de la Cruz sino de Canarias", explica a El Día el autor, que asume que no lo incluyó en "un olvido como para ir al infierno de las Islas", ya que ese lugar es el que atrajo al Archipiélago a Alexander von Humboldt, entre otros visitantes.

Fue el reconocido editor Peter Mayer el que un día, al cuestionar a Cruz Ruiz por sus orígenes, le encargó una "historia cultural" de Canarias, un destino por donde sabía que habían pasado personajes como Oscar Wilde y Bertrand Russell. "Se trata quizás del mejor editor anglosajón de la última parte del siglo XX, porque desde Penguin, empresa que presidió, marcó un estilo para que la literatura de calidad tuviera difusión mundial. Tenía intención de presentarlo en las islas pero enfermó y murió, y ahora, desde mi alma, se lo quiero dedicar a él", refiere sobre este visionario al que trató de imitar cuando dirigió la Editorial Alfaguara y al que considera su maestro en este campo.

En un viaje más literario que divulgativo, que construyó a partir de la experiencia de vivir en "uno de los lugares más hermosos del mundo", el portuense se inspiró en el recorrido que realizó en los años 50 el escritor vasco Ignacio Aldecoa y que este recogió en Cuaderno de godo, un texto breve que supuso para el premio Canarias de Literatura en el año 2000 "una ducha de agua salada".

Rellenando su maleta de "curiosidad, ganas de ver a la gente, de escucharla, con necesidad de respirar el aire de las Islas", comenzó su itinerario por La Gomera, abanderada por el Parque Nacional de Garajonay, y lo concluyó en Gran Canaria, con la playa de Las Canteras como símbolo de su esplendor, tras pasar por Lanzarote y disfrutar de la ruta de César Manrique, La Palma y su asombrosa Caldera, Fuerteventura y sus impactantes desiertos y Cofete, Tenerife y Las Cañadas -"el paisaje del alma isleña, una belleza abrupta que tenemos los canarios"-, y La Graciosa, alegoría de la soledad de Aldecoa.

"De Fuerteventura fue de donde más me gustó hablar porque se parece a los alimentos que comíamos los canarios pobres. La piedra me transmite la desnudez de nuestra alimentación, la jarea, el gofio", detalla el premio Nacional de Periodismo Cultural en 2012, que, sin inventar, solo dejándose llevar por su mirada curiosa, dedicó un tiempo de su vida a dejarse impregnar de la insularidad como si fuera a leerlo su madre o Pérez Minik, manifiesta desde la más absoluta sinceridad, a la vez que incide en que nunca ha hecho turismo, sino que cuando llega a un nuevo sitio lo vive con curiosidad "humana y literaria", y se entraña en él.

Canarias, que se nutre de ilustres canarios y de ilustres visitantes, de los que el libro ofrece anécdotas y comentarios, posee una identidad que "no está en un frasquito ni en una bandera, sino que depende de cada uno, de los padres, de los hijos, de los amigos, no se escribe en un papel, es cómo te subes a la guagua y saludas, lo que estudias, las personas con las que tratas, el respeto por el pasado y el presente, lo que escuchas, incluso en tus discusiones", asume este isleño que siempre ha defendido su acento allá donde ha ido, primero porque no sabría cómo cambiarlo y segundo porque sus hermanas siempre lo "vigilaron" para que no lo hiciera.

Entre los nombres que recorren las páginas de esta historia cultural se encuentra el de Miguel de Unamuno, que en su destierro en Fuerteventura hace un siglo puso de manifiesto el aire solitario de este territorio que hasta finales de los 70 permaneció casi inexplorado y es quizá "el que mejor nos representa". El bilbaíno "supo verlo en los años 20, con unos poemas que son como el gofio, nutritivos y secos", reconoce el también premio Benito Pérez Armas, que si pudiera mantener una conversación con aquel hablaría del momento actual que vive España, desde la experiencia de los últimos años de su vida, para comprender qué está pasando y qué puede suceder en el futuro.

Nombrado adjunto a la dirección de El País en 2014, diario del que fue miembro fundador, rechaza la nostalgia en su relación con las Islas, pero sí admite la melancolía: "La palabra magua es la que más me llama la atención, que no se utiliza en la península pero que mi madre la repetía mucho para hablar del dolor. El dolor es la magua que no se puede explicar".

En este sentido rememora la adolescencia, cuando acudía a la Punta del Viento en el Puerto, "donde el aire es más puro", y aquellos días de lluvia en los que el asma lo obligaba a resguardarse de resfriados, pero que en cuanto escampaba su madre le permitía salir a la calle para aspirar esa tierra mojada que se estaba calentando el sol, un olor que no puede olvidar y que evoca desde un momento actual en el que la felicidad pasa por "la sonrisa de un niño, el despertar de una persona que tiene dolor y sonríe, una amistad recuperada, cumplir una ilusión humilde, redescubrir algo perdido, las pequeñas cosas, el amanecer, terminar bien un artículo, recordar hechos de tu vida que han sido importantes y de los que hayas salido ileso" y, como decía el profesor Arístides Ferrer, la felicidad se puede encontrar hasta "en la carcajada de una mujer negra en el desierto".

Esta tarde Juan Cruz hace una nueva parada en la tierra que lo vio nacer, en un viaje personal que ha tenido cambios de rumbo curiosamente cada 13 años y en el que se mantiene gracias a la ilusión y a una frase de Albert Camus a la que presta mucha atención y que asume como referencia: "El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento".