Borges lo acompañó en sus primeros pasos en el relato corto antes de adentrarse en el terreno de la novela, donde se nutrió de su pasión por los escritores centroeuropeos. Patricio Pron, premio Alfaguara de Novela 2019, presentó en la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife Mañana tendremos otros nombres, una historia de amor que analiza los modelos de pareja y las nuevas formas de relación personal, en un proceso de aprendizaje en el que los personajes descubren un futuro de encuentros circunstanciales con sexo casual.

¿Qué significa conseguir el premio Alfaguara con 'Mañana tendremos otros nombres'?

Sin duda es una magnífica caja de resonancia para una novela, la mejor a nivel nacional actualmente, y con la convicción de conseguirlo me presenté. Es evidente que ofrece la posibilidad de acercarse a más lectores, pero al final el éxito depende de lo que el lector determine y la importancia que le otorgue. Por ahora tiene una buena repercusión tanto entre el público como la crítica, y es una oportunidad de comenzar de nuevo. A lo largo de los años he tenido varias vidas como escritor en diferentes países: desde mis comienzos en Argentina, mi paso por Alemania con piezas académicas vinculadas a la universidad, y mi llegada a España en 2008, cuando conseguí el Premio Jaén de novela. Estos diez años son tiempo suficiente para plantearme dar una vuelta de tuerca y hacer cosas diferentes, no necesariamente de forma radical, pero es interesante pensar en la posibilidad y jugar con ella. Lo peor que le puede pasar a un escritor es quedarse paralizado y convertirse en un monumento de sí mismo.

Entonces, ¿los cambios son inevitables?

Sí, absolutamente. Autores cuyos libros han cosechado cierto éxito tienen la impresión de que es mejor no tocar nada porque las cosas les están yendo muy bien, pero ese tipo de actitud entraña un riesgo. A mí me interesa intelectual y emocionalmente estar vivo, y eso solo se logra con una vocación permanente de cambio y de avanzar hacia territorios donde mi trabajo no hubiera estado previamente, procurando tener conversaciones distintas con los mismos lectores y con los nuevos.

Siguiendo el tema de su última novela, ¿hasta qué punto la sociedad en la que vivimos condiciona las relaciones humanas, en particular las amorosas?

Tendemos a creer que existe una distinción entre vida pública y vida privada que es una línea roja que no se traspasa, pero si nos fijamos en nuestro alrededor y en nosotros mismos, vemos que las parejas están atravesadas por los condicionantes políticos y económicos de la época, por ejemplo las que se han roto por la crisis al tener que emigrar, o el cambio que supone irse a vivir a la periferia por no poder soportar el alquiler de los centros urbanos. En épocas de crisis lo primero que reflejan las estadísticas es que se reduce el número de divorcios y siguen viviendo juntos porque no pueden afrontar los gastos por separado; pasan de pareja a compañeros de piso, lo que demuestra cuán poco libres somos.

Entonces, ¿es posible amar en tiempos de Tinder?

Por supuesto, incluso es más fácil que en el pasado porque hay muchos modelos de pareja y mucha gente tratando de establecer nuevas formas de relación amorosa. La pareja ya no tiene como fin la reproducción, ni la convivencia, por lo que se articulan visitas circunstanciales con sexo casual que buscan juntar el deseo y la necesidad de apego. Es necesario transformar esa vida privada e intervenir en ella de forma activa como sujeto político, adquirir conciencia y transformarla como manera de contribuir a los esfuerzos por cambiar la sociedad que se produce en otros ámbitos.

¿Se planteó transmitir un mensaje con la novela?

No es moralista, no dice lo que tiene que hacer la gente, sino explora posibilidades vinculadas con la experiencia amorosa en la contemporaneidad, pero que no se decanta por ninguna. Los personajes, después de estar cinco años juntos, abren los ojos y descubren que el mundo ha cambiado mucho, por lo que deben averiguar los nombres que va a tener el futuro, qué les van a dar las personas que ellos amen. No es tampoco pesimista, al contrario, deja en evidencia que al margen de lo que les ha sucedido a los personajes han aprendido algo acerca de cómo se ama en el presente para ser amados en el futuro, y eso los salva, y a su lector.

¿Y a usted?

Yo he tenido relaciones muy satisfactorias y enriquecedoras, y hablando de esas relaciones, aunque no es una novela autobiográfica, he ganado el Premio Alfaguara, por lo que el amor me salvó, al menos a mí.

¿Dónde se siente más cómodo, en el relato corto o en la novela?

En los dos géneros y en ninguno en especial. La comodidad no es algo que el escritor tenga que buscar, sino el efecto que pueda causar en el lector, para interesarlo, atraerlo y conseguir suspender su incredulidad, que es el rasgo característico del lector antes de empezar a leer. En todo caso, en los dos tipos disfruto, también en el ensayo. Cada uno necesita de sus habilidades y ofrecen discursos diferentes.

¿Cómo fue el paso de uno a otro?

Fue algo lógico porque en América latina hay una profunda tradición de escritores de cuentos, y significó una clara experiencia formativa, donde destaco la influencia de autores rioplatenses como Jorge Luis Borges, Felisberto Hernández y Ricardo Piglia, además de norteamericanos como Raymond Chandler o Moore. Fue una especie de escuela que me permitió pasar después a la novela, donde ya me fijé en autores sobre todo centroeuropeos, checos, alemanes, suizos o austriacos, incluso ingleses.

¿En estas influencias fue determinante su estancia para un doctorado en Alemania?

El interés por la literatura germanoparlante lo tenía mucho antes de ir allí, más bien me sirvió de excusa, que se acrecentó con el tiempo y pude ir conociendo autores y obras a los que no había podido acceder, sobre todo del principio del siglo XX.

Fue corresponsal del diario La Capital en una época de su vida. ¿Le ayudó a conformar su estilo?

Sí, por supuesto, la experiencia de viajar por la zona de los Balcanes, norte de África o Turquía fue enriquecedora. Hay un libro mío de relatos, El vuelo magnífico de la noche, que da cuenta de historias reales o ficticias basadas en hechos reales que viví en ese periodo, pero sobre todo viajar y la obligación de escribir sobre esos viajes, contar a quien no tuviese la oportunidad de haber visitado esos lugares, fueron una magnífica escuela para mí como escritor, que además me sirvió para relativizar unos prejuicios que tenía como resultado del tratamiento por parte de la prensa de ciertos asuntos como la guerra de los Balcanes.

En el ensayo 'El libro tachado', ¿cómo enfoca la crisis de la literatura?

La literatura tiene cierta fragilidad que le es inherente y que atraviesa toda la historia, así que no puedes pensar en la literatura a secas sin plantearte todas las veces que ha sido represaliada, prohibida, destruida, y en todos los escritores que fueron encarcelados, asesinados, enviados a campos de concentración, más todos aquellos que dejaron de escribir por una razón u otra, o que sencillamente destruían sus obras; todos estos autores ponen de manifiesto que la literatura está siempre desapareciendo y depende de nosotros que no llegue a hacerlo, para lo que es necesario reconstruir su historia. En ese ejercicio de filología negativa de la creación literaria hay un intento por mi parte de reinvindicarla al margen de las opiniones más pesimistas.