Existe la creencia de que pocos poetas alcanzan su cumbre creadora en la etapa madura de la vida. T. S. Eliot menciona el caso de Yeats como excepción, por la excelencia de su obra tardía.

Este es el caso, a mi juicio, de Andrés Sánchez Robayna y de su fase poética más reciente, que se remata ahora con su nuevo libro, titulado Por el gran mar, al que han precedido, dentro del mismo ciclo de escritura, El libro, tras la duna (2002) y La sombra y la apariencia (2010). Compuesto en la lúcida sesentena de la vida de su autor, Por el gran mar aparece dividido ?según una numerología que recuerda a Dante en su Comedia? en 35 poemas o fragmentos. Es el número de años que tiene el personaje del poema italiano, "en medio del camino de la vida", según la concepción medieval. En el viaje de Dante al otro mundo, el poeta está acompañado por Virgilio en el Inferno y el Purgatorio, y por Beatrice, la musa, en el Paradiso.

El personaje poético, si podemos decirlo así, de Por el gran mar abre la puerta de su vía iniciática de la mano de Dante, con la cita inicial del Paradiso, para encontrar luego a la musa que le guía hasta el final. De esa cita proviene el título del libro ("onde si muovono a diversi porti / per lo gran mar dell'essere?"). El "gran mar del ser" se convierte, luego, en el gran mar de la existencia, el gran mar de la muerte y, por último, el gran mar del tiempo, en el fragmento final de la serie. La metamorfosis que sufre esta imagen en la experiencia poética (una experiencia particular de conocimiento) es uno de los ejes centrales del libro.

Sumo atrevimiento de una obra que trasciende, asumiéndolo, tanto al libro convencional integrado por poemas diversos, como al de un solo poema largo. De ambas cosas, sin contradicción, puede hablarse en esta nueva obra de Sánchez Robayna. Cada fragmento presenta un carácter autónomo, pero se inserta en la serie completa con un sentido estructural, a través de una sucesión de motivos, el más importante de los cuales es el tañido de campanas, entendido como un conjunto de "sílabas" aéreas que el poeta oye y lee, desde su infancia hasta la edad madura, encerrando así simbólicamente toda una vida humana. El elemento vertebral de ese lenguaje musical y aéreo no es otro que el tiempo, es decir, la reflexión sobre el tiempo. El libro no deja de resumir y de revelarnos algunas de sus claves en el fragmento XXII: "El movimiento del tiempo, / o más bien una idea del movimiento del tiempo, / es decir, todo aquello que se parece a un ritmo, / igual que ese oleaje que escuchamos (?), / es como un juego que comienza / y vuelve a comenzar, un oleaje / en lo perpetuo, y vuelve, una vez más, / a llevarnos con él a su vórtice inmóvil".

Apasionado y casi religioso estudiante de Góngora, Sánchez Robayna parece romper aquí la crisálida barroca para volar al modo de San Juan de la Cruz. La cita final del libro, que debemos incorporar al texto como parte de su cuerpo mismo, reza así: "? que ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico espiritual). El poeta quiere aprender de este modo la lección de la mística, y de hecho asume de ésta uno de sus principios esenciales, el "no saber" sanjuanista, a través de la idea de "ignorancia", muy presente en todo el libro.

El poeta, y con él el lector, quiere ser capaz de sentir todo lo que la imagen representa, sin alejarse de un estado meditativo radical. Como en un manual para la oración contemplativa, quiere ser capaz de la acción dentro de la contemplación: "el decir es un acto, / una forma dispar de la contemplación / y de la acción", leemos en el fragmento X. En este contexto, la memoria desempeña un papel decisivo. Estamos ante el fragmento XXII, que desvela secretos de la memoria (no en vano, desde la época griega antigua la memoria es el dominio de las musas): "hablábamos, tal vez, / de cosas nimias y, de pronto, en ellas, / en una sola, brota la lluvia de verano, / y con ella, la casa que parece / alzarse de lo oscuro y recobrar / el emparrado, el pozo, el árbol / del kaki, el fruto abierto en la tierra de agosto, / palabras susurradas en un cuarto en penumbra?".

Amor y dolor se alían en estos versos. Desde los espacios personales del luto, de la pérdida irreparable, irrumpe una luz que condensa en sus resonancias cuerpo y espíritu. Vuelve a encarnarse el amor, con el deseo y la belleza, dentro de este mundo. Nos hallamos ante un puerto para la esperanza, ante la poderosa reafirmación del amor. Sánchez Robayna cita los Dichos de luz y amor, de San Juan de la Cruz: "el más puro padecer trae y acarrea más puro entender".

En el camino de la reafirmación del amor, el poeta se encuentra con el desasimiento o desapego, tan cercano al budismo, como afirma el propio Sánchez Robayna en unas declaraciones recientes: "el 'yo' busca anularse, disolverse en el todo. (?) Creo que lo más parecido a esa crítica de la 'ilusión' del yo, que es por cierto una de las claves del budismo, se produce en los místicos. La disolución del 'yo' da lugar a una libre aparición de la conciencia. Es en ese territorio donde la palabra poética llega para mí más lejos". Imaginemos el estilo de la comunidad de maestros y discípulos. Un jardín bajo el sol del zen, y la constelación de Hércules por la noche. Fulgurante contemplación del tiempo por vía amorosa: "el futuro que fluye hasta nosotros / y poco a poco se hunde en el pasado / y es el presente, dados en las manos / de un niño, astros que giran en sus órbitas?". La alusión a Heráclito, en uno de estos relampagueantes fragmentos, no es casual: ese tiempo que es un niño que juega a los dados (la imagen, y la cita, ya aparecían en El libro, tras la duna). En este nuevo libro hace también su aparición explícita otro presocrático, Empédocles ("Muchos fuegos están ardiendo bajo el agua") para hablar de la unidad de espíritu y carne, sentido y materia, que representa el fenómeno poético.

"Tal vez lo que el poeta persigue es lo que podríamos llamar, de manera paradójica, la intimidad de los grandes espacios, la entrada a un afuera, la penetración en la luz", ha dicho Sánchez Robayna en las recientes declaraciones antes aludidas. El lector hace con el poeta esa aventura, entra con él en ese territorio, va con él "por el gran mar del tiempo".