Las islas son uno de los mitos más misteriosos y románticos del imaginario de ilusiones de la humanidad. Esa tendencia a trasladar a los bordes del mar los lugares más felices, maravillosos e idílicos permanece hoy en día en la imaginación colectiva y todos, al pensar en el verano, o la primavera, o en las vacaciones, encaminamos la mente a la idea de las islas, en las que se sueña -se fabula- que la felicidad, la calma, la armonía son posibles junto a una puesta de sol.

Sin embargo, la realidad, a veces, es otra. La fascinación por las islas no se corresponde luego con la materialidad de cómo nosotros, los isleños, las cuidamos. Es cierto que todos los que somos insulares nos sentimos privilegiados, la isla es lugar de naturaleza extraordinaria y mar, pero, el día a día, es otra cosa ¿verdad?

Especialmente en Canarias parece que nos hemos empeñado en no entender para nada lo que es -o debería ser- el litoral, también es cierto que no lo hemos destrozado solos sino que ha "ayudado" sobradamente la incomprensión de Costas -el organismo que dirige, desde Madrid, en el centro de la meseta castellana- el devenir de nuestras orillas, playas y acantilados.

El caso de los Puertos es especialmente dramático, por su incomprensión absoluta (la de los ingenieros y equipos que los suelen diseñar) del lugar, y en Canarias tenemos ejemplos de muelles especialmente deformes, inacabados, llenos de obstáculos para los ciudadanos que nos cierran las vistas y la posibilidad de disfrutar del mar.

Ante esta realidad de aquí rastreo tras ejemplos de otros lugares, en otras islas, y, en esa búsqueda, he encontrado un proyecto de los arquitectos españoles María Díaz y Vicente Guallart en la isla de Taiwan, que bien podría ser un ejemplo de lo que podría ser -y de momento no es- un lugar como la dársena de Santa Cruz de Tenerife o el encuentro con el mar junto al pequeño Puerto de Corralejo. Ojo, no estoy diciendo que Taiwan sea un ejemplo a seguir en materia de cómo cuida su costa, realmente ha realizado bastantes más desastres que nosotros en Canarias, pero está cambiando esa actitud y este es solo un ejemplo de los proyectos que tiene en marcha.

Desde mi punto de vista lo más importante del proyecto de Díaz y Guallart es lo que permite a los ciudadanos: interactuar físicamente con su mar de muchas maneras. Los arquitectos intervienen en una parte de un ambicioso proyecto de remodelación urbana para la ciudad de Keelung, en Taiwán, con el objetivo de mejorar las condiciones de la frontera (eso si es un muro) entre el puerto y la ciudad, creando una plataforma de madera y una pérgola que permite su uso público y se convierte en un icono, que sus ciudadanos puedan identificar como algo que les acerca al mar.

Keelung es el puerto de Taipei, está situado a 30 km al norte de la capital y es uno de los puertos más importantes de Asia en el tráfico de contenedores. Tiene la vitalidad típica de una ciudad portuaria, con uno de los mejores mercados nocturnos de Asia y una zona comercial central en las cercanías del puerto que es diversa y extensa. La ciudad, sin embargo, padece las heridas que en tiempos con rápido crecimiento económico siempre arañan, una u otra esquina, debido, casi siempre, al desamor y a la avaricia.

En el caso de Taiwan los arquitectos simplemente crean una centralidad funcional simbólica, y refuerzan la estructura urbana conectando el este-oeste de la ciudad a través de un eje cívico, impulsando usos civiles cerca del mar.

A pesar de vivir al lado del mar y gracias al mar, su principal negocio, la población de Keelung carecía de lugares para disfrutar de la costa porque el impacto del tráfico de vehículos en la primera línea de playa lo hacía imposible ¿no les suena? Ahora tienen un área abierta, pública, donde los ciudadanos pueden recuperar y disfrutar de su mar.

A ver si en estas islas idílicas del Atlántico no fastidiamos más el encuentro con el mar en los retos que tenemos sobre la mesa. Sería otra forma de conseguir bienestar y salud y de ser más felices, el principal fin de la política.