En el ser humano habita una profunda pulsión de contar, tan fuerte como el deseo por escuchar historias, y Nicolás Soriano y Benítez de Lugo (La Laguna, Tenerife, 1938) participa de ambas sensibilidades en su condición de heredero de una antigua tradición oral, previa a la invasión de esos nuevos metalenguajes que capitalizan las redes sociales.

"Creo mucho en la fidelidad de mis recuerdos", confiesa un autor que convierte al lector no solo en espectador de sus vivencias personales, sino también en oyente y hasta cómplice de pensamientos y reflexiones existenciales. Y es que al evocar lo vivido también recuerda, que etimológicamente significa volver a pasar por el corazón.

Ya advirtió que no habría segundas partes de Iré donde tú vayas, obra de carácter autobiográfico que vio la luz el pasado mes de diciembre y que destina a la Fundación Tutelar Sonsoles Soriano lo recaudado por su venta. Lo que ahora se entrega a manos llenas es una segunda edición, levemente corregida en cuanto a erratas ortográficas se refiere, y que se presentó el pasado viernes, 24 de mayo, en el Casino de Icod de los Vinos, lugar donde en tiempos ofició el sacerdocio nuestro autor, más concretamente en la parroquia de Buen Paso.

En este acto hará de introductor Eligio Hernández, magistrado jubilado y exfiscal general del Estado, quien ejerció como juez en aquel municipio norteño, aunque su toga no coincidiera con la sotana de Nicolás, ni los juicios humanos se mezclaran con los divinos, y que no duda en definir este libro como "un emotivo y sincero testimonio de una vida ejemplar", reconociendo en sus páginas "una autobiografía entrañable, un dechado de amor y esperanza", además de "una intrahistoria personal optimista, plena de fraternidad, solidaridad y generosidad".

Soriano ha tomado prestada la voz y la palabra de Unamuno para sostener la verdad de un relato que está construido en primera persona: "Perdonad que hable de mí mismo, pero soy el hombre que mejor conozco", dice, y recitando al poeta Pablo Neruda asegura haberle perdido el miedo a los recuerdos.

Así, desde la pasión y con ánimo sereno, acompañado por la memoria y armado de una firme valentía -una cualidad que destacan sobremanera quienes ya se han sumergido en el libro- afirma el autor haberse encontrado a sí mismo.

Con todo, admite que "en la escritura he mandado yo, pero en la lectura manda el lector", asumiendo así esa abdicación que es implícita a todo creador y proponiendo, también, un doble acercamiento a la obra, casi a la manera de Julio Cortázar con su 'Rayuela', abordándola bien de una forma lineal y cronológica, capítulo a capítulo, o bien asomándose al índice y saltando en el tiempo y las historias con total libertad.

Desde ese principio, tomando la lectura por la llamada cara B, que así figura en el libro a imitación de los discos de vinilo, y abriendo con el capítulo titulado Renuncia, Nicolás Soriano relata el farragoso trámite una vez asumió la decisión más reflexionada y meditada de su vida: abandonar el sacerdocio.

Por el Concordato suscrito entre el Estado español y la iglesia católica, cuando se llamaba a filas a quien se estaba preparando para ser cura bastaba presentar un certificado para cumplir el expediente, "pero al firmar la secularización en el arzobispado de Madrid, este comunicó al Obispado de Tenerife que había dejado el sacerdocio" y, como quiera que no había cumplido el servicio militar, recibió una notificación citándolo ante la autoridad militar.

"Tenía treinta años y fue una mala noticia", pero se armó de valor y vestido con sotana se presentó en la Comandancia militar y procedió al formulismo del juramento y beso de la bandera.

"Aquella ceremonia castrense me dejó un retrogusto de venganza hacia quien me delató ante la autoridad militar. Esta vez fui yo quien me cuidé de comunicar a la autoridad eclesiástica el oficio que certificaba el servicio militar cumplido", relata.

De fondo quedaba un rastro de decepción. "Con el obispo Franco Gascón fui crítico". Nicolas Soriano confiesa que lo pasó muy mal. "Me hizo coger muchas rabietas y no porque no me dejara hacer, sino porque no me permitiera ser".

En un contexto en el que la iglesia vivía con enorme ilusión la revolución que representaba el Concilio Vaticano II, con ese nuevo espíritu de renovación, actualización e integración, "un obispo conservador y con una visión muy antigua suponía un freno para mí".

Ya colgados los hábitos, Nicolás Soriano sentenciaba: "Cuando uno se retira de lo que sea, si de verdad se retira, es para no volver. Exit is exit". Y ahora, volver a empezar.

Entonces fue cuando surgió la figura de Georgette y el amor. "Sin ella no sé lo que hubiera sido de mí. Lo que sí sé es que gracias a ella me encontré a mí mismo y con ella volví a ser feliz".

En la ceremonia de boda, Georgette eligió como lectura un pasaje del Antiguo Testamento que cuenta la historia de Ruth la moabita y que comienza así: "No insistas en que vuelva y te abandone. Iré donde tú vayas, viviré donde tu vivas".

En esa generosa renuncia, Nicolás Soriano advirtió "su entrega y confianza en mí. En esa roca viva está cimentada nuestra relación".

Y así, como sostiene Steve Jobs, "si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón".