Hay vidas que se cuentan en una frase, en un parpadeo, la vida y las hazañas del diplomático canario Bernardo Cólogan dan para una serie. Su apasionante biografía es una sucesión de peripecias y logros que en cierta medida han sido sepultadas por la historia y también por el cine. En la película 55 días en Pekín, rodada en la Comunidad de Madrid, se cuenta el asedio de los chinos, en la conocida como rebelión bóxers, al barrio de los diplomáticos europeos en junio de 1900. Detrás de aquella pequeña ciudad amurallada y con escasas fuerzas militares se vieron obligados a resistir como pudieron a los ataques furibundos de los rebeldes. En la cinta, los protagonistas principales de la trama se corresponden con el representante británico, interpretado por David Niven, el mayor estadounidense Matt Lewis, al que da vida Charlton Heston y cerrando el triángulo, Ava Gardner como la baronesa rusa Natalia Ivanoff. La pequeña aportación española aparece en algunas secuencias en la que el actor Alfredo Mayo da vida al embajador Guzmán. Este personaje, al que se le cambió el nombre, al entender que Cólogan resultaba un apellido poco español, representa de manera muy superficial al responsable español en aquella cita histórica. El guión de esta película no recogió el papel relevante que jugó el embajador canario.

La realidad de lo que ocurrió durante aquellos 55 días de asedio y sobre todo el periodo de incertidumbre que se abrió después, a lo largo de un año intenso de negociaciones hasta que se logró la firma del acuerdo de paz, entre las potencias europeas y el imperio chino, tuvo como gran protagonista al canario, natural del Puerto de la Cruz, Bernardo Cólogan.

El conflicto real comenzó con la revolución nacionalista de los llamados bóxers, los llamados guerreros, a los que se unieron fuerzas imperiales. En aquellos años China se encontraba bajo la ocupación de las potencias occidentales, que se repartían su territorio en distintas zonas de influencia. Los misioneros cristianos predicaban su religión, en contra de las creencias locales. Eso desató el inicio de los ataques, que tenía como fin la expulsión de todos los extranjeros de China.

En la película se cuenta que una compañía de marines llega a Pekín con la misión de evacuar la embajada estadounidense pero el responsable británico, Sir Arthur Robinson, interpretado por David Niven decide quedarse y eso hace que todos los demás embajadores lo secunden. También saben porque las comunicaciones con Europa y Estados Unidos son fluidas que una columna de unos 2.000 soldados vendrá en su ayuda.

Al final, cuando las tropas europeas, sobre todo prusianos logran sofocar la rebelión con enorme dureza y hasta crueldad, la emperatriz china Cixí tiene que ceder y entonces comienzan unas duras negociaciones de paz, en las que los ganadores de esta guerra se quieren llevar la mayor parte del botín. En aquellas circunstancias, la autoridad que se puso al frente de estas conversaciones y que fija los acuerdos entre unos y otros fue el que entonces era decano de los embajadores, el español Bernardo Cólogan.

Durante un año se encargó de establecer las condiciones de este tratado de paz, un logro por el que recibió importantes distinciones de todas las cancillerías de Europa, salvo Gran Bretaña. También logró el agradecimiento de las autoridades chinas por su excelente trabajo.

Un álbum histórico

Han tenido que pasar más de cien años para que la figura y la enorme pericia del diplomático Bernardo Cólogan hayan regresado al primer foco de la actualidad. Como suelen ocurrir con las grandes historias, el comienzo de esta nueva singladura partió de un hecho casual, fortuito, su sobrino bisnieto Carlos Cólogan Soriano pidió a su tía que le enviara el viejo álbum con fotos y anotaciones que había pertenecido, al que todos llamaban Tío Bernardo. Entonces, la familia se dio cuenta que entre las manos tenían una auténtica joya que durante años se guardó en la casa de los abuelos en Tenerife.

Carlos Cólogan recuerda que estaba con su padre cuando abrieron aquel diario, un álbum completo con fotografías antiguas y muchas anotaciones, escritas a mano por el propio Bernardo, en las que como dijo su tía Cristina "aparecían señores elegantes y algunos chinos". Aquel álbum que el tío Bernardo se preocupó de traerse a Europa cuando abandonó China y que años más tarde entregó a su sobrino Leopoldo Cólogan para que lo guardara, en la casa familiar de Tenerife, contenía el guión más completo y real de aquellos 55 días en Pekín.

Desde ese instante, Carlos Cólogan entendió que en aquellos documentos con numerosas imágenes se escondía una parte importante de la historia, y un integrante de su familia formaba parte de aquella proeza.

Carlos Cólogan mantiene como una de esas escenas imborrables, aquel día en el que acudió al Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid con aquel álbum entre las manos. La responsable no podía creerse lo que veían sus ojos, en un momento se dio la vuelta y fue llamando, despacho por despacho, avisando al personal de este amplio departamento para que todos juntos pudieran admirar esa pequeña gran joya que el tinerfeño Bernardo Cólogan se encargó de confeccionar para la posteridad.

Durante ese largo año de negociaciones, el embajador de España en China, que no era por supuesto la delegación con más poder en aquel imperio, se encargó no sólo de hablar con todos, ganadores y vencidos, tratándolos con el mismo respeto, demostrando como señala su sobrino bisnieto "esa forma de ser de los canarios", con la templanza necesaria y una gran mano izquierda fue acomodando las peticiones de las distintas potencias, sus intereses, que muchas veces chocaban con las negativas de las autoridades chinas, hasta que aquel tablero de ajedrez repleto de jugadas de maestro fue llegando a su fin. Y todo ese engranaje, los encuentros y desencuentros aparecen a través de fotografías y de anotaciones en el álbum de Bernardo Cólogan. Como advierte Carlos, "se preocupó de documentar todo aquello, una de las fotografías que aparecen está tomada desde lo alto, desde arriba, y como cierre de este gran libro, porque él también fue un gran escritor, pone a los chinos y sus comentarios".

Fascinante

En este documento maravilloso hay muchos regalos y sorpresas. En la parte final, uno de los príncipes chinos le escribe que le enviará una fotografía para que quede bien en su álbum. Todos los actores de este gran acuerdo sabían de la existencia de estas anotaciones y sobre todo valoraron el gran trabajo de este embajador.

Para su sobrino bisnieto, la vida de su tío Bernardo "es una de las más fascinantes", aunque no será la única de las historias que han protagonizado la larga saga de los Cólogan y Cólogan.

Con toda la documentación que logró reunir, incluidas las cartas familiares que nunca dejó de enviar Bernardo, sobre todo a su madre, Carlos Cólogan Soriano publicó en el 2015 el libro Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín.

La publicación patrocinada por el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Gobierno de Canarias, además de ofrecer el álbum, incluye la destacada carrera diplomática de Bernardo Cólogan, que entre otros destinos estuvo en el Imperio Otomano, Venezuela, Colombia, Estados Unidos, China y México, donde vivió la caída en desgracia del general Porfirio Díaz.

La sombra del embajador español en China en la época de la emperatriz Cixí resulta tan alargada, que en la actual embajada de España no sólo se mantiene un retrato de Bernardo Cólogan, sino como recuerda su sobrino bisnieto: "El tío Bernardo fue el primero en firmar el Tratado de Xinchou (1901), acto que se escenificó en la embajada española por la emperatriz y los representantes de las potencias extranjeras, según el cual China se reconocía culpable de la rebelión y sus consecuencias, admitiendo el pago de compensaciones y fijando nuevos acuerdos con las potencias internacionales". Fue la emperatriz Cixí la que regalaría a Bernardo Cólogan los dos leones de piedra que presiden en la actualidad la entrada a la embajada de España en China.

Lo que parece evidente es que nunca antes, ni después de Cóloga y Cólogan, un embajador español llegó a jugar un papel tan importante en un conflicto internacional, que pudo extenderse y provocar muchas más víctimas de las que en realidad tuvo aquel asedio de los 55 días en Pekín.

El tío Bernardo hablaba mandarín y componía música

Los padres de Bernardo Cólogan y Cólogan dieron a sus hijos una educación sumamente estricta. A todos ellos los enviaban a estudiar fuera, a Francia o a Inglaterra, y cuándo enviaban cartas tenían que escribirlas en la lengua del lugar en el que estaban estudiando. Por eso no resulta extraño que Bernardo Cólogan, el segundo de los hijos, a los 20 años ya podía hablar con soltura en inglés y en francés. Para ampliar horizontes y aprender otros idiomas se marchó a China, y empezó a ampliar sus conocimientos de mandarín. En alguna de esas cartas llegó a decirles a sus padres, que si se hubiera podido quedar más tiempo, ningún chino hubiera notado la menor diferencia con su gran conocimiento de ese idioma.

Otra de las singularidades de Bernardo siempre fue su gran pasión por la música. Cada vez que llegaba a un nuevo destino lo primero que hacía era alquilar un piano, y así podía tocar y continuar con su espíritu creador. Durante su segunda estancia en China, coincidiendo con la rebelión de los bóxers tuvo tiempo de componer un vals, una partitura de la que apenas se conserva una parte.

Bernardo Cólogan no sólo tuvo un papel destacado en China también hay que detenerse en su etapa en Colombia y en México, donde coincidió con la caída de Porfirio Díaz.

A pesar de lo escrito, sobre todo por su sobrino bisnieto, la figura y los avatares de este canario del Puerto de la Cruz guardan muchas incógnitas. Cuando regresó de China, después de haber logrado la firma de ese acuerdo de paz, en lugar de marcharse a Madrid para ver a su mujer y sus hijos, se pasó unas semanas en París para hablar con el embajador de España en la capital francesa, el también canario Fernando León y Castillo.

Este gran enigma, que tal vez pronto quede al descubierto con la publicación de la correspondencia entre ambos, tiene para Carlos Cólogan una única explicación, a su tío Bernardo, después de lo que había ocurrido en Pekín, le preocupaba lo que las potencias europeas quisieran hacer en el norte de África, en Marruecos, y antes de ver a los suyos, fue en busca de alguien que podía ayudar en este grave problema, el embajador en París, León y Castillo.

Bernardo Cólogan nunca dejó de pensar en su país, y en las posibilidades de trabajar hasta el final para que pudiera salir victorioso de otros posibles entuertos