"No ha habido nunca un scholar que verdaderamente, y en tanto que tal, haya tenido nada que ver con el fantasma. Un scholar tradicional no cree en los fantasmas ni en nada de lo que pueda llamarse el espacio virtual de la espectralidad". Es más que pertinente comenzar la presentación de Roberto Gil Hernández (Los Realejos, Tenerife, 1986) con la cita de Espectros de Marx, de Jacques Derrida, porque el libro del filósofo francés ha sido determinante en la escritura del suyo, Los fantasmas de los guanches. Fantología en las crónicas de la Conquista y la Anticonquista de Canarias, recién publicado por Idea, y porque Gil Hernández, ciertamente, no es un scholar, un académico, al uso. Difícil de soltar desde que se comienza su lectura, en el libro, revisión de su tesis doctoral, el autor reflexiona sobre las herencias coloniales que atraviesan la historia de Canarias en los espacios de encuentro brumosos con sus primeros moradores.

¿Existen los fantasmas guanches?

A riesgo de que nada más comenzar la entrevista parezca que carezco de objeto de estudio, la respuesta es que no, que no existen.

Caramba, pues ya me dirá.

A ver, los fantasmas guanches no existen, pero insisten. Siempre están ahí, aunque no estén, aunque todavía no estén, como una ausencia recurrente que, bajo la apariencia de un problema irresuelto, atañe a la constitución de la identidad canaria. Estos espectros atraviesan las políticas de la memoria, de la herencia y de las generaciones que tratan de explicar a los canarios como sociedad, interpelándonos y forzándonos a adoptar ante ellos una posición que nos permita canalizar las controversias y remordimientos ocasionados, paradójicamente, por su apariencia impalpable.

Entonces, ¿qué es lo que pretende con este libro?

Intento explicar el modo en que el ámbito fantasmal, nunca antes evaluado por los saberes que se ocupan de estudiar el pasado de Canarias, ha determinado la forma en que concebimos a los guanches.

¿Los canarios estamos obsesionados con los fantasmas guanches?

Me temo que sí, que, por obra u omisión, todos lo estamos un poquito. Hay épocas en que lo estamos más y otras en que lo estamos menos y casi parece que los hemos olvidado, pero, de repente, ahí están, como si siempre estuvieran por aparecer.

¿Hasta dónde han condicionado estos espectros el proceso escritura de su libro?

Mire: le confieso que los fantasmas de los guanches me fascinan casi tanto como me perturban. Y esto que me ocurre a mí le sucede también a la mayoría de la gente que cito, desde Abreu Galindo a los integrantes de Taburiente, pasando por Viana, Carlos Acosta, Bethencourt Alfonso, Agustín Espinosa e incluso Forges, por citar solo unos cuantos ejemplos. Todos ellos lucen afectados de manera similar por la frecuentación de unas almas que no cesan en su lógica de asedio.

¿Es esta una historia sobre los guanches o más bien una historia sobre quienes han escrito la historia de los guanches?

Más lo segundo que lo primero. Los fantasmas de los guanches no es una historia al uso porque en ella no me ocupo de relatar con precisión cronológica los hechos que atestiguan cómo era el modo de vida de los antiguos canarios o cómo fue su rendición, constatando cuánto hay de cierto en tales episodios o su pervivencia, aunque es cierto que estas cuestiones se refieren en varios pasajes del libro. Mi interés, en cambio, pasa por evaluar la incidencia en las ciencias y las humanidades del giro espectral, una corriente teórica que, desde un punto de vista eminentemente transdisciplinar, reúne saberes distintos con el objeto de superar los escollos que nos han impedido estimar la incidencia social de la fantología.

Por eso se refiere usted a la historia de los guanches como una historia de fantasmas.

Así es. Entiendo que los sucesivos esfuerzos de quienes han tratado de precisar quiénes fueron los primeros habitantes del Archipiélago están atravesados por sesgos que, aunque parezcan imperceptibles, pueden señalarse y clasificarse para entender mejor las razones por las que, al hablar de los primeros isleños, los canarios y canarias contemporáneos aún destilamos algo de pasión.

Más que como sociólogo o antropólogo, habría que presentarle a usted, entonces, como fantólogo.

(Ríe). La verdad que no me lo había planteado de ese modo. Para poder hablar de fantasmas, Jacques Derrida ?uno de los impulsores del giro espectral?, acuñó la noción de fantología, que no es otra cosa que una ontología asediada por fantasmas. De modo que, si la ontología describe lo que hacemos para representar cuánto constituye nuestra realidad, la fantología se encarga de aquellos elementos que no existen, pero insisten, como ya dije, que son y no son al mismo tiempo. Luego, puede afirmarse que los guanches, atrapados eternamente entre la vida y la muerte, han sido representados fantológicamente a lo largo de toda la modernidad.

Estupendo, pero ¿fantólogo sí o fantólogo no?

Supongo que sí, que en la medida que en este libro asumo la tarea de reseñar la persistencia de un sinfín de historias ilusorias y proyectos ficticios en torno a la figura difusa de los antiguos canarios, me comporto de la misma manera en que lo haría un fantólogo.

Usted, que ha departido con ellos, ¿cómo describiría a los fantasmas guanches?

Como un espejo en que nos reflejamos los canarios actuales. Su genealogía nos muestra con nitidez la deriva racista, patriarcal, clasista y etnocéntrica imperante en nuestra historia colonial y moderna, cuya proyección hacia el pasado no es sino una prueba de su persistencia en el presente. Creo que, por eso, al imaginarnos a quienes habitaron las Islas antes que nosotros, nos suele venir a la cabeza la imagen de un guanche antes que la de una guancha, es decir, el fantasma de un hombre viril, semidesnudo, normalmente musculoso y rubio, más sano y puede que incluso más libre que nosotros, a pesar de que en nuestra fantasía este también está condenado a desaparecer. Todos esos arquetipos denotan la existencia de importantes niveles de dependencia entre el saber que se produce en el Archipiélago y el que tiene lugar en los grandes centros de poder metropolitanos, que son los que han establecido esa imagen mítica de las sociedades no europeas de la que, a su vez, nos hemos apropiado. De lo que se trata, entonces, es de ser al menos conscientes de que la forma en que entendemos nuestro mundo, especulamos con nuestro pasado y proyectamos el futuro, se atiene, en no pocos casos, a un marco ideológico que otros han pensado por nosotras.

De ahí la importancia del inventario guanchinesco que ofrece su libro.

Una de mis preocupaciones fundamentales ha sido ofrecer una clasificación de los distintos materiales que animan la historiografía canaria cuyos protagonistas son los guanches. El antropólogo Fernando Estévez, a quién tanto debe mi trabajo, solía decir que una de las grandes carencias de las ciencias sociales que hacemos en las Islas es su falta de sistematicidad y criticismo, un ejercicio imprescindible para reflexionar sobre la legitimidad de sus distintas esferas de saber y sus interconexiones con el poder. Y eso es lo que intento conseguir en este libro, una ordenación inédita del impacto que ha ocasionado la desaparición de los guanches en ámbitos como la antropología, la literatura, la arqueología, las artes, la biología, la música o la historia.

¿Y a qué conclusiones ha llegado?

En términos generales, la manera en que pensamos en los antiguos canarios está excesivamente mediatizada por la colonialidad. Esto quiere decir que, a pesar del paso de los siglos, los fantasmas guanches todavía se manifiestan bajo una apariencia afectada por los patrones raciales, de género, de clase y de conocimiento inaugurados por la Europa moderna que tomó posesión del Archipiélago en el siglo XV, cuya expresión se mantiene con el paso del tiempo en el género cronístico.

¿Y esto no viene a contradecir la postura que adopta en el libro, cuando establece una línea divisoria clara entre crónicas de la Conquista y crónicas de la Anticonquista?

Bueno, es cierto que la perspectiva que los primeros cronistas inauguran en las Islas posee una peculiaridad llamativa: es capaz de representar a los guanches, una y otra vez, como si estuvieran eternamente encadenados a los acontecimientos que provocaron su desaparición. Pero no todos los cronistas lo hacen de la misma manera. Por eso distingo entre crónicas de la Conquista y crónicas de la Anticonquista, porque la mayoría de la gente que ha tenido algo que decir sobre los guanches ha tomado partido en un debate atrapado entre dos posiciones claramente definidas: la que ha legitimado las violencias inherentes a la guerra colonial, la esclavitud y la muerte a la que fueron sometidos los cuerpos de los nativos, y la que la ha censurado para, inmediatamente después, poner en valor los aspectos positivos de la colonización.

Pero las crónicas de la Conquista que describe en Los fantasmas de los guanches no se corresponden exclusivamente con lo que habitualmente denominamos como crónicas.

Efectivamente. En el libro incluyo, dentro del género cronístico de la Conquista, cualquier tipo de enunciación que se refiera a los guanches con el ánimo, más o menos explícito, de legitimar las violencias que la modernidad propició en las Islas. Esta es la causa por la cual las crónicas normandas, por ejemplo, más conocidas como Le Canarien, figuran dentro de este listado, debido a que sus páginas procuran la descripción de las primeras sociedades insulares con el objetivo de acreditar su sometimiento. Lo mismo sucede con otros materiales más recientes, como la película Tirma, de Paolo Moffa y Carlos Serrano de Osma, rodada en plena dictadura franquista, un periodo calificado, no por casualidad, como la Segunda Conquista de Canarias. Y hace apenas una década, La Konkista de Canarias, una obra de teatro de Antonio Tabares, también reproduce en el presente, con un sentido del humor sublime, el contexto en que tuvo lugar la anexión del Archipiélago, así como las acusaciones que los emisarios europeos vertieron sobre los guanches para justificar su destrucción. Como ve, se puede hablar de crónicas de la Conquista hasta ayer por la tarde. En oposición a las crónicas de la Conquista, como ha explicado, hace referencia a otro género cronístico, el de la Anticonquista.

¿Qué se dirime en este?

Anticonquista es un concepto que tomo prestado de Mary Louise Pratt con el propósito de adaptar su uso al Archipiélago. Esta lingüista utiliza el término para describir el avance de la literatura colonial del siglo XVIII como afirmación de la superioridad del imperialismo noreuropeo, fundamentalmente británico y francés, frente al colonialismo ibérico de los siglos anteriores. Su propósito es detallar las estrategias de inocencia que avalaron la hegemonía del Viejo Occidente a partir de la decadencia de España y Portugal como potencias coloniales. El mío, en cambio, pasa por ubicar el germen de este discurso en torno al imaginario indigenista que se consolida tras la Controversia de Valladolid, en pleno siglo XVI.

¿Cuáles crónicas de la Anticonquista aparecen en su libro?

¡Son muchas! Este género es el más fértil para la proliferación de los fantasmas guanches, abarcando desde la obra de Fray Bartolomé de Las Casas en que nombra a los guanches, hasta una de las comedias menos conocidas de Lope de Vega, la historia de Viera y el empeño de Berthelot y Chil por constatar la continuidad racial de los primeros insulares en los canarios contemporáneos. Por otra parte, el idealismo de Viana, el anticolonialismo de Segundino Delgado, la raciología visual de Luis Diego Cuscoy o la repetitiva fragua de espirales de Martín Chirino, se mezclan en este libro con los versos posmodernos de Charles Olson, la Crónica histérica del Equipo Neura, verdaderamente hilarante, la corrosiva ironía en la pintura de Luis Navarro y José Otero, y hasta con las K-Narias cantando vestidas de guanchas.

Por el libro desfilan también autores que hablan de guanches negros y de guanches que hablan en guanche y hasta autores que testan esencias genéticas guanches.

Pues sí, mientras que Albert Hooton no duda en certificar, a principios del siglo XX, la existencia de guanches de rasgos negroides, Juan Jiménez reivindica, en la Transición, volver a escribir, como ya hiciera Cairasco, en la lengua de los antiguos canarios, lo que provoca que se vea envuelto en una airada polémica con Pedro García Cabrera, principal detractor de esta tesis durante el Primer Congreso de Poesía Canaria. Y eso que García Cabrera no llegó a conocer los versos de Agustín Gajate Barahona ni el cine de Armando Ravelo, ambos en una lengua supuestamente guanche. Mención aparte merecen los estudios genéticos que tratan de detectar, en rincones microscópicos de nuestro cuerpo, lo que habría sobrevivido de los habitantes precoloniales del Archipiélago.

¿Diría usted que en Canarias no hemos superado el trauma de la Conquista?

No es fácil responder a esta pregunta. En lo que al ámbito de mi investigación se refiere, existen pocos materiales que aborden la historia precolonial de las Islas desde una perspectiva alejada de tópicos eurocentristas, reconociendo, sin titubeos, la huella que el colonialismo ha dejado en el modo en que aún nos imaginamos a los antiguos canarios.

Descolonizar a los guanches, entonces ¿es una utopía?

Estoy convencido de que no. Es posible descolonizar las formas de conocimiento que se han encargado de representar a esta fracción fantasmal de nuestros antepasados. Le diría más: donde hay un fantasma hay un problema, un asunto pendiente, una historia reprimida que vuelve. Un deseo extemporáneo de justicia.