Filip Custic, tinerfeño de padres croatas, colaboró con Rosalía en su álbum El mal querer con once fotografías que ilustran cada uno de los temas que lo conforman, unas creaciones que reflejan la particular forma que tiene de concebir el mundo este artista que mañana desvela en Lanzarote una nueva propuesta por el centenario de César Manrique.

¿En qué consiste el homenaje que tributa a César Manrique?

Como artista canario, la Fundación me ofreció la posibilidad de contribuir con una instalación cuya pieza principal es una escultura hiperrealista de mí mismo en la que me integro con los juguetes de viento de Manrique.

Los desnudos proliferan en sus trabajos.

No pienso que utilice lo que todo el mundo llama desnudos. Lo que yo hago es vestir los cuerpos con objetos que coloco en un lienzo, lo que me sirve para transmitir aprendizajes, conceptos e ideas. En el caso concreto de Manrique, estoy vistiendo mi cuerpo con la escultura de viento, que simplemente no es una ropa al uso, pero sí una forma de cubrir nuestro templo que es el cuerpo con cosas que ofrecen un nuevo significado.

En muchos casos usted se convierte en objeto de su propio arte.

Es una forma de encontrar el limbo entre lo vivo y lo inerte, entre lo humano y el objeto, entre el pasado y el futuro, lo que transmite la sensación de misterio al espectador.

¿Por qué el cuerpo humano es el eje de sus creaciones?

Al principio no fui consciente, pero más tarde me di cuenta de que me apartaba de retratar el paisaje porque vivimos en la época del ego, obsesionados y centralizados en nosotros mismos. El lienzo sobre el que escribo mis aprendizajes es una plataforma y escaparate que utilizo para que la gente no se compre simplemente un pintalabios de Kylie Jenner, sino que aprenda la proporción Fibonacci o la proporción áurea, y se nutra intelectualmente.

¿Cuándo surgió esa forma de entender el arte?

Siempre me ha interesado la creatividad, pero llegó un momento en que mi cabeza hizo un clic y comprendí el orden mental que debo seguir para desarrollarme, en un viaje intenso y rápido. Como una botella que se ha vaciado de información, olvidé todo lo que sabía a los 20 o 21 años y me empecé a llenar de nuevo. En esa línea temporal surgió el cuerpo humano, que después lo mezclé con objetos, a los que doté de simbología y conceptos, jugué con el cromatismo y añadí los aprendizajes del pasado de maestros como Da Vinci, Dalí o Rafael, a la vez que me di cuenta de que el objeto nuevo del siglo XXI es la tecnología, un campo de experimentación que se puede explotar, sobre todo el mundo virtual, que está por descubrir.

Se define como autodidacta.

No me dedico a lo que estudié porque no quise seguir el rebaño de la humanidad, no quería esa vida ni estaba aprendiendo lo que necesitaba. El sistema educativo no sirve para encontrarnos a nosotros mismos. Desde los 14 años me puse a investigar en internet y al final mi hobby se convirtió en mi trabajo.

¿Qué tiene de singular su obra?

Me cuesta reconocer mi propia creatividad. Dicen que he creado un imaginario con una realidad completa, pero lo que veo es que gracias a la tecnología somos capaces de materializar y dar forma a cosas intangibles que no pueden suceder en la realidad. Es posible crear nuestro propio paisaje mental y es la persona que observa la que decide si formar parte de esa propuesta o consumirla.

¿Qué supuso colaborar con Rosalía en ese proceso?

Me inspiró mucho, sobre todo porque yo tenía ideas que no había verbalizado y en las conversaciones que tuvimos ella convirtió en palabras mis pensamientos. Además me gustó su posición como mujer, se siente muy poderosa, y fui consciente de la diferencia del empoderamiento masculino y femenino. Me transmitió su satisfacción por el trabajo que le presenté ya que refleja perfectamente en imágenes sus letras. Fueron once fotos animadas, una por cada capítulo del disco, donde mezclo mi historia y la simbología para materializar directamente sus metáforas en lienzos.

¿Qué aporta ella a la música?

Ha revitalizado totalmente la música flamenca, un estilo que se había oxidado. Gracias a ella y al equipo que generó el estilo del álbum, en el que me integro, se consiguió refrescar el imaginario castellano, que es increíble.

¿Qué es compartir?

En el mundo creativo la gente siente que es dueña de las ideas y cada uno copia del anterior, pero las ideas están todas como en una nube y nos llegan a todos al mismo tiempo. Nosotros somos canalizadores de esa información y si planteo algo es para que otro que vaya después lo haga no mejor sino actualizado. Los maestros del pasado me inspiran porque nos han dejado un legado que fusiono con el código del presente que vivimos y lo proyecto hacia el futuro.

¿Puede el arte cambiar el mundo?

Por supuesto, la función del artista es dibujar el futuro, darles forma a las ideas, siendo consciente del poder que tiene para comunicar e influir en el público.