Años veinte del siglo XX. La Gran Guerra se apaciguaba. Llegaba un respiro y, tras la masacre de los ejércitos y la prueba de que las mujeres eran necesarias en la retaguardia, los esfuerzos del sufragismo se empezaban a materializar en algunos países con el acceso a las profesiones y unos muy recortados derechos políticos. Aún tendríamos que esperar en España a Clara Campoamor.

La gran conmoción de la Revolución rusa había igualado a hombres y mujeres, al menos en los primeros tiempos, como trabajadores. El liberalismo parecía ir destronando al viejo tradicionalismo patriarcal, y los aires revolucionarios empujaban a las nuevas generaciones de intelectuales. En España, la Generación del 27 impulsó una gran tarea de ilustración pública y renovó la literatura frente a los viejos cánones. De ella nos quedan los nombres masculinos, pero las llamadas Sinsombrero quedaron en el olvido.

Las modernas de los años veinte se incorporaron al mundo antes vedado de la universidad, las artes y la política. Eran compañeras de sus compañeros, de sus hermanos, en las aventuras creativas de la poesía, el arte o el compromiso público. El aire de las vanguardias empezaba a recorrer Europa.

Josefina de la Torre, escritora canaria, es una de esas figuras que hemos tardado demasiado en recuperar. Apreciada por Salinas, que prologó su poemario Versos y estampas (1927), e incluida junto a Ernestina de Champourcin en la segunda antología de la Generación del 27 de Gerardo Diego, Poesía española (1934), fue luego olvidada. Tras la conmoción de la Guerra Civil, no se resignó al encierro, y junto a su hermano Claudio, fue protagonista en diferentes ocupaciones de la incipiente industria cinematográfica. Para sobrevivir, asumió un pseudónimo, Laura de Comminges. La colección La Novela Ideal, para el consumo popular, le podía suministrar sustento económico a finales de los años treinta y durante los primeros años de la década de los cuarenta. Más adelante, publicará dos novelas cortas en la colección La Novela del Sábado: Memorias de una estrella y En el umbral (1954). Solo he podido avanzar unas páginas de la primera, que será reeditada este año por el Gobierno de Canarias, y me he encontrado con una radiante modernidad. Una periodista entrevista a una actriz de cine, a una estrella, y esta le deja un manuscrito sobre sus experiencias. Tras un tiempo, lo empieza a leer y no puede parar. Narra la estrella sus comienzos en el cine, y de repente, nos encontramos con el peaje que las aspirantes a artistas del Séptimo arte tienen que pagar para progresar. El peaje sexual que hoy mismo, cuando estoy escribiendo estas líneas, vemos reflejado en el juicio de Harvey Weinstein o en la petición de perdón de Plácido Domingo. Los avances del productor en Memorias de una estrella nos hablan de la injusticia radical del sexismo y de la posición subordinada de mujeres que siempre se han rebelado. Josefina de la Torre, excelente poeta y artista total, lo denunciaba ya en este texto de 1954, el mismo año que Pino Ojeda escribía la novela Con el paraíso al fondo, semifinalista en el premio Nadal, pero publicada hace nada, en 2017, obra en la que también se denuncian el acoso sexual en el trabajo y el rancio sexismo de su época.

Son mis contemporáneas, nuestras contemporáneas. Las recuperamos porque dialogan con nosotras de lo que nos atormenta, de la violencia sexual y de la desigualdad a la que nos han sometido durante siglos. Aún nos queda mucho por descubrir en la narrativa inédita de Josefina de la Torre, que también será publicada por el Gobierno de Canarias en diciembre de este año. Pero ahora, para nuestras jóvenes, todo está cambiando. Se acerca el 8 de marzo y miramos hacia atrás para comprobar cuánto hemos desafiado las viejas y nocivas costumbres.

No dejes de leer Memorias de una estrella en cuanto aparezca su edición, no dejes de leer los maravillosos poemarios de nuestra homenajeada este año en el Día de las Letras Canarias, la "muchacha isla", como la denominó Pedro Salinas. Deja entrar en tu vida y en tus sueños a Josefina de la Torre.