Conocí a César Manrique a principios de 1992, cuando llevamos a cabo un diálogo sobre el arte publicado en aquella época en el suplemento de Cultura de 'La Provincia'. El siguiente encuentro fue raro: un día de otoño de ese mismo año, mientras acudía yo a un congreso de pseudociencias en un lugar del Mediterráneo, hice escala en el aeropuerto de Barajas. Tomaba una botella de agua mineral en la única mesa vacía que encontré en el bar self-service que había frente a la puerta de Salidas nacionales, y se me acercó alguien pidiéndome por favor si podía sentarse en mi mesa a tomar su whisky: era Juan Cruz, el escritor, a quien yo no conocía de nada. Lo primero que me espetó cuando, tras presentarnos, trabamos conversación, fue que César Manrique acababa de fallecer hacía una hora, en un accidente de coche, según le había informado Paco Cansino, desde Las Palmas. Tuve el chance de que, en 1991, en medio de las convulsiones de la guerra del Golfo, del golpe de Estado de la URSS, y de la destrucción del Muro de Berlín, sumidos en los inicios de una década postmoderna, coincidiera todo ello con un raro momento de César Manrique, quien por aquellos años había sido estafado por su administrador, y estaba reordenando su patrimonio, preparando la fundación, y ahí me llamaron para la publicación del mentado diálogo sobre el arte, de los que ya había publicado varios con diversos pintores, escritores y artistas. La secuencia de los hechos arranca de lo que era una entrada en la democracia, en un país que lo celebraba a lo grande con la Movida, una exageración lúdica en la que las drogas, la música, el sexo, la política y el arte constituían la celebración de la llegada de la libertad. Por eso en aquellos años Ilona Staller, Chicholina, era diputada italiana, era artista de pornografía y, a la vez, se había casado con Jeff Koons, uno de los artistas más respetados del panorama internacional. Sexo, política y arte. Manrique, aunque lo intenten ocultar algunos diccionarios políticamente correctos, venía de otro mundo, y se gestó como un fenómeno de la época de Franco.

Una interesante observación de Diego F. Hernández, el 14 de enero de 2013, critica que la Academia de la Historia no incluyera el apoyo a Franco por parte de Manrique, en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, y dice: "La participación del artista lanzaroteño César Manrique (1919-1992) en la Guerra Civil española en el bando nacional, hecho que marcaría su devenir profesional y humano, y la puesta en marcha de la fundación que lleva su nombre en la que fue su residencia de Taro de Tahíche, son cuestiones en las que apenas se abunda en la ficha que le dedica el Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia". La entrada de la biografía de Manrique estuvo a cargo de Violeta Izquierdo Expósito, licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Laguna, en Geografía e Historia por la Universidad de Valladolid y doctora Cum Laude por la Universidad Autónoma de Madrid con la tesis doctoral La obra artística de César Manrique. Diego Hernández sigue: "La autora no repara en la llamada a filas del entonces joven César, que en los primeros años de la Guerra Civil fue simpatizante de la Falange como miembro de una organización juvenil llamada Guardia Costera, junto a los hermanos Agustín y José María Millares, con quienes trabó amistad en Arrecife en 1936 a la edad de 17 años. Un dato revelador de cara a su futuro, recogido en el estudio crítico de Fernando Castro Borrego en el volumen que la Biblioteca de Artistas Canarios dedicó a Manrique. César Manrique fue llamado a filas trasladándose a Ceuta para recibir la instrucción militar y ser enviado al frente de Cataluña junto a tres amigos de la infancia. Según detalla Castro Borrego, le acompañaron en aquellas trágicas circunstancias Francisco Mestres, Juan Prat y José Ramírez. Éste último, sería una pieza fundamental en la labor de César en Lanzarote una vez que Ramírez fue nombrado presidente del Cabildo y su apoyo fue determinante para que Manrique realizara desde mediados de los años 60 sus primeras intervenciones en el paisaje lanzaroteño, una vez que el artista regresara a la isla tras su etapa en Nueva York".

César Manrique estudió en la escuela de Arrecife con Adolfo Topham, y ahí inició su amistad con José Ramírez, su colega de milicia, quien luego sería nombrado presidente del Cabildo de Lanzarote, en pleno franquismo, y cuyo hijo, abogado, es el actual presidente de la Fundación que lleva su nombre. Diego Hernández termina de recordar las pesquisas previas de Fernando Castro: "El pasaje militar de César Manrique en el bando nacional le libraría de cualquier posible represalia tras la contienda, circunstancia que sí sufrieron otros artistas e intelectuales canarios. Es más, años más tarde, en 1945 César recibió una beca de estudios de la Capitanía General de Canarias que le permitiría comenzar sus estudios artísticos en la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, por decisión del entonces capitán general de Canarias, García-Escámez". No obstante, Manrique había purgado la atrocidad de las experiencias de guerra, y contaba que cuando llegó del frente, vestido de militar, saludó a su madre y hermanos, subió a la azotea, se desvistió, pisó con furia la ropa, la bañó de petróleo y le prendió fuego. Sus veranos de cinco meses en la playa de Famara, ocho kilómetros de largo entre riscos de más de 400 metros, donde su padre había comprado un solar y construido una casa, dos años antes de la guerra, le traían recuerdos felices y de mucha y salvaje naturaleza, que tal vez fueron el origen de su land-art. Al regreso de la guerra estudió dos años de Arquitectura Técnica en La Laguna, y en 1945 entró becado, repetimos, gracias al capitán militar de Canarias García-Escámez, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se graduó como profesor de arte y pintura. En Madrid se casó con Pepi Gómez y se introdujeron en el arte abstracto. La biografía de Manrique en su fundación explica que "en 1950, con motivo de la visita de Franco a Lanzarote, en el mes de octubre, para la inauguración del Hospital Insular, Manrique interviene en el plan de embellecimiento de la plaza de Las Palmas, junto a la iglesia de San Ginés, en Arrecife, con la instalación de bancos, parterres, elementos decorativos... En 1951 pinta telas y pieles de cabra para cubrir los desnudos femeninos del mural de la cafetería del Parador Nacional de Arrecife, Alegoría de la Isla, instado por la Dirección General de Turismo que los considera impúdicos". En 1954 expuso en la Galería Clan, en Madrid, y también en 1954, recibe encargos de importancia empresarial como el de Agromán para el Hotel Fénix de Madrid, para el Hostal de Los Reyes Católicos en Santiago de Compostela, y para el Cine Princesa, por entonces el más famoso de Madrid. En 1955 recibe encargos para el despacho del constructor Huarte, y otros para el banco Guipuzcoano, y termina adquiriendo un ático en Madrid. En 1957 viajan, por Italia, él, su mujer y Waldo Díaz. En 1959 hace los murales del Aeropuerto de Barajas. En 1959 los murales de la fábrica de cerveza La Tropical. A finales de 1959 inaugura una exposición en su estudio de Covarrubias donde acude la élite, el todo-Madrid, aristocracia, agregados culturales, embajadores, y gente del mundo de las finanzas, de la crítica, de la literatura, del cine, periodistas€ En 1962 pinta el mural del Club Náutico, y comienza a construir su casa en Camorritos, Madrid. En 1963 diseña escaparates de El Corte Inglés. Y es en ese mismo año muere Pepi Gómez, su mujer, sumiéndose Manrique en una depresión. Su primo Manuel Manrique, psiquiatra en Nueva York, junto con su mujer y Waldo Díaz, le recomendó cambiar de aires, invitándole a vivir a Nueva York.

En una fiesta a finales de 1964, conoce a Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York, quien lo había invitado a visitarle en América. Franco celebra 25 años de paz en toda España, y César acude a Nueva York. En el verano de 1966, dos años después de ir a Nueva York, regresó. Había vivido allí en casa de Waldo Diaz-Balart, su amigo pintor de origen cubano. Y por mediación de su primo psiquiatra, consiguió una beca en el Institute of International Education, que patrocinaba Nelson Rockefeller. César pudo así llegar a exponer en la Galería Catherine Viviano, en Nueva York, e interactuar con Andy Warhol, Mark Rothko y sus mundos. Veinte años después, en 1984, en los felices ochenta, Warhol (que había sido invitado de César en su ático de Covarrubias, de paso a Tánger) estaba con The Carsgrabando el vídeo del tema musical Hello Again, y César a pleno rendimiento, pues se había convertido en un sello de calidad de land art. En 1968 había iniciado la construcción de su casa Taro de Tahíche, en Lanzarote, en una corriente de lava, aprovechando cinco burbujas volcánicas.

Es así que, si consideramos los años 66 hasta finales de los 70, fueron en los que Manrique terminó de consolidar su fortuna y su nombre (Mirador del Río, Castillo San José, El Almacén, Hotel Las Salinas, lago Martiánez€). Ya en 1983 inaugura La Vaguada en Madrid, y en 1987 Los Jameos. En la misma época el arte abstracto penetraba como valor de uso capitalista, de forma que, entendiéndose la plástica como un objeto perdurable a largo plazo, también lo sería, por tanto, depositaria del valor de cambio. Fue el tiempo en el que las subastas, los muralistas, los cuadros, las esculturas y el land art, empezaron a moldear su relación con el dinero. Y César Manrique se instaló en el land art, en la intervención en el paisaje, en un momento en el que la explosión turística fue bestial, donde se había convertido tempranamente en símbolo de la naturaleza y de la moda político-ecológica, liderada por la filosofía del heideggeriano Hans Jonas, filósofo fallecido en 1993, quien, en 1966, expuso en su obra El fenómeno de la vida el interés del humano en que la ética centrara su foco en la naturaleza y su conservación frente a la técnica como problema. César, en 1980, crea el Círculo Ecologista de Lanzarote, y en 1987, es nombrado presidente de honor de la Asociación Ecologista El Guincho.

Llegué de negocios profesionales a Lanzarote en los primeros años ochenta, y era una mina. Una mina turística cuyo desarrollo hizo multimillonarios como pocas veces se puede ver, excepto en zonas como Ibiza. La llegada de la democracia y la explosión de la industria turística fueron una, había finalizado una etapa de guerra y post-guerra para iniciarse otra etapa de comercio. El dinero volaba de manos, y su uso se derivaba a la droga, el sexo y el rock and roll, tanto como a la generación de capital. El pensamiento se hacía fláccido, la Escuela de Frankfurt se hacía vieja, Sartre moría y le echaba su último pulso a la historia. Eran los felices ochenta, los años del sida y las sobredosis. Entretanto los negocios crecían y el arte pululaba como el adorno final al éxito. La hacienda pública aún no se había puesto en marcha por dos principales cosas: no era necesario alimentar a una tropa de millones de funcionarios, y de otro lado las recaudaciones de impuestos no se habían convertido en deleznable instrumento de control de la ciudadanía. Control y creación de una casta funcionarial es lo que ocurre en las democracias para que el monstruo estatal funcione. Terminan los años noventa, César Manrique se dedica al arte plenamente, genera mucho dinero, se lo administra un administrador, amigo, y al final€ llega la Hacienda socialista, especialista en perseguir con saña a los famosos del tardofranquismo para producir ejemplaridad.

Podemos leer en El País del 3 de abril de 1987, la noticia de Carmelo Martín: "El artista César Manrique deberá pagar al Ministerio de Hacienda una deuda de 44 millones de pesetas debido a posibles errores cometidos en sus declaraciones de renta de los años 1979 a 1983€ a la reclamación de Hacienda se une la existencia de un descubierto de varias decenas de millones de pesetas en una cuenta corriente de la que es titular y de cuya circunstancia no había tenido noticias hasta hace pocas fechas.

Manrique fue informado en los últimos meses de que El Almacén, entidad cultural de gran prestigio internacional, de la que era propietario, había generado, sin su conocimiento, un importante saldo negativo en una entidad bancaria, debido a una gestión de su exadministrador, contra el que no ha querido entablar ninguna acción judicial debido a la amistad que les unía... El Cabildo Insular, con el que el artista ha colaborado en todos los proyectos turísticos de Lanzarote, le ha prestado una ayuda en tales circunstancias difíciles suscribiendo un alquiler de la citada instalación cultural". César quedó knock-out, y ahí fue cuando, bien asesorado, decidió poner en marcha la fundación con su obra, de bienes raíces y de bienes artísticos.

César había creado ya la fundación en 1982, pero la puso en marcha entonces, en 1992, acuciado por el cambio de aires que la dinámica española estaba sufriendo y por su situación personal. Cuando estuve en Tahíche había temor a que no saliera bien el experimento. Pero a los pocos meses se vio: el primer año las entradas fueron unos 60 mil, ya el segundo año subió a cerca de 200 mil, para situarse en los actuales 300 mil, viniendo de los alrededor de 230 mil visitantes de principios de este siglo XXI, lo que representa aproximadamente entre el diez y el quince por cien de los turistas que llegan a la Isla. Los naturales temores de César a principios de 1992, que fue cuando me lo manifestó, se convirtieron rápidamente en uno más de sus éxitos, el último que apenas pudo disfrutar. Apenas un par de años después llegó Saramago, quien fue el símbolo de la deriva izquierdista y politizada que la Fundación luego tomó. Pero eso ya no es César Manrique. César Manrique fue un hombre de su tiempo, y su tiempo lo quiso mucho y bien. César Manrique no hablaba mal de su tiempo, aunque estuviera asqueado, como todos, de la guerra, pero se curtió, vivió, experimentó, hizo dinero, conoció a lo más vanguardista del arte mundial, siendo un hombre de su tiempo y de su historia. Y sospecho que no renegó de lo que algunos lo quieren hacer renegar, al menos a mí me mostró respeto por todos los momentos de su memoria histórica, ya fuera enseñándome un poema que le había hecho Rafael Alberti en su casa, ya fuera agradeciendo a los próceres de la época las facilidades que le dieron para el desarrollo de su land art. Los arrepentimientos y las derivas izquierdistas, con todos sus valores y todas sus sumisiones y mansedumbres ideológicas, vinieron después, en el seno de su fundación, pero no son él, sino que fueron más bien una infestación de Saramago, el eterno, indiscutible, y equivocado rebelde.