Extraño en medio de la extrañeza, el valle de Haría es un paraje anómalo en el contexto de Lanzarote. La gama cromática predominante en la Isla, pardo, rojizo, negro, responde a la aridez de la tierra volcánica, pero aquí el frondoso palmeral mancha de verde el pueblo y se desperdiga por el entorno, el más húmedo de Lanzarote. Curiosamente, para construir su última vivienda Manrique eligió este lugar, que no se ajusta al canon paisajístico que instauró para introducir la Isla en el sistema turístico mundial. Hoy, convertida en casa-museo, pertenece a la fundación que lleva su nombre.

Es inevitable no ver esta morada en contrapunto con la que el artista se fabricó en Taro de Tahíche, en 1968, cuando regresó a Lanzarote. Actualmente sede principal de su fundación, aquella otra casa, como es sabido, aprovecha una colada volcánica que Manrique transformó mediante recursos vernáculos y modernos. Pronto, la imagen del artista que vivía dentro de un volcán se popularizó en Europa a través de los periódicos, las revistas y las televisiones en las que, exultante, publicitaba su privacidad, y, cada vez más, a su puerta comenzaron a tocar turistas que le pedían que se la mostrase. Un día, harto de la interrupción incesante, Manrique se hizo la vivienda de Haría y en 1988 se marchó a ella definitivamente.

Manrique erigió su nuevo hogar sobre las ruinas de una antigua vivienda de labranza. Aprovechó muros, reutilizó materiales y la remodeló según su óptica exotista de la arquitectura popular, pero, como ya había hecho en sus construcciones más celebradas, también introdujo en ella recursos espaciales modernos orientados al relax: el gran paño de vidrio que abre el salón principal a la piscina bebe del organicismo de Wright, lo mismo que el baño de los invitados, con su pureza espacial y su apertura al paisaje.

Desde la biblioteca, en la que tienen un lugar preeminente los libros de Wilhelm Reich apoyados en una estatuilla de Príapo, hasta la exuberante vegetación de la finca circundante, todo en esta construcción refleja la imagen de un creador que hizo del hedonismo su estandarte. No obstante, cuando se vino a instalar aquí, el boom inmobiliario de la década de los ochenta, muy agresivo con el medio natural lanzaroteño, había cambiado su política de visión. Si antes se obstinaba en hacer de la Isla una esfera-souvenir, sin malestares ni contradicciones, transparente y con el tiempo encapsulado, ahora, como icono mediático, desplegaba una enorme potencia de antagonismo frente a políticos y empresarios. Por lo demás, para entonces la normativa tampoco le habría permitido hacer casi ninguna de las intervenciones públicas que había hecho anteriormente en Lanzarote. Mucho menos construirse una vivienda dentro de un volcán.

Cabe conjeturar con la posibilidad de que Manrique se marchase a Haría para refugiarse de la presión turística que él mismo había introducido en Lanzarote: el pueblo, que estaba fuera del circuito para visitantes, no tiene ese acendrado componente ficcional de consumo de tantos enclaves lanzaroteños moldeados en el canon manriquista. Quizá pues, hastiado de vivir en su propia imagen, Manrique vino aquí porque ansiaba mudarse a la realidad.

*Historiador del arte