Las ciencias forenses de reconstrucción facial y un enorme caudal de datos genéticos e históricos permiten mirar a la cara a una aborigen canaria casi por primera vez desde los tiempos de la conquista: es el rostro de 977, un cráneo del siglo VI hasta ahora anónimo en el Museo Canario. El Gobierno canario, la empresa de arqueología Tibicena y el Museo fundado en el siglo XIX por Gregorio Chil y Agustín Millares presentaron ayer el resultado de uno de sus proyectos más ambiciosos: ponerles rostro a los antiguos canarios y hacerlo de una forma fidedigna, con criterio forenses.

"Olvídense de la corte de las guayarminas", ha resumido el director de Patrimonio de la comunidad autónoma, Miguel Ángel Clavijo, en alusión a la imagen romántica de las mujeres aborígenes propagada durante siglos, casi desde las primeras crónicas que describen la colonización de las islas por los castellanos.

La mujer de nariz gruesa, tez morena, ojos oscuros y una importante cicatriz en la frente que desde hoy mira al visitante desde algunas de las pantallas del Museo es algo más que una recreación artística realizada a partir de marcadores faciales: es la cara de alguien para quien sobrevivir fue una ardua tarea, como para la mayor parte de quienes habitaban la isla hace mil quinientos años.

Los arqueólogos no saben, obviamente, quién era esa mujer, pero sí han averiguado muchas cosas de ella: que tenía entre 25 o 30 años cuando murió, que la caries le había hecho perder varios dientes y le había deformado ligeramente el rostro y que sufrió un golpe violento que le dejó algo hundida la parte derecha de la frente. Y saben algo más: pertenecía a las primeras generaciones de pobladores de Gran Canaria.