Usando las armas del sistema democrático contra el propio sistema, los independentistas catalanes van ganando una tras otra las batallas de la opinión pública internacional. El juicio en el Tribunal Supremo contra sus políticos imputados, que empieza hoy, tiene enormes posibilidades de trasformarse en un "Braveheart" a la española y un "show" internacional.

El TS ha recibido más de seiscientas solicitudes de acreditación de periodistas de más de ciento cincuenta medios, tanto nacionales como extranjeros (alemanes, franceses, holandeses, suizos, norteamericanos, rusos o chinos). La señal del juicio se retransmitirá de forma íntegra por TVE y la televisión catalana (no sé si incluirla ya con los medios extranjeros) y podrá seguirse por "streaming" a través de la web del Consejo General del Poder Judicial. O sea, un circo mediático de numerosas pistas que se ofrecerá en directo para todo el mundo, garantizando que sea cual sea su resultado judicial, los luchadores por la república catalana habrán logrado conmover al mundo en favor de su causa.

Cada vez que vemos en una película cómo un padre autoritario pretende impedir el amor de su hija por un novio poco conveniente, todos los espectadores saben lo que va a pasar. Cuanto más se lo prohiban, más intenso será el deseo de los pibes por romper las cadenas. El romanticismo no sabe negociar. Y la lucha por la independencia nacional es el más romántico de los ideales, de igual manera que el amor desmedido por la patria es la más ciega de las pasiones.

Veinticinco años de influencia en las Cortes permitieron a la burguesía catalana nacionalista desarrollar su paciente plan, tan distinto al emocional y violento de los vascos. Como en el cuento de la rana, había que calentar el agua muy lentamente para guisarla sin que se diera cuenta. El sueño de la república se filtró, en los colegios, en la mente de las nuevas generaciones, en la cultura, en la poesía, en la idea de no tener nada que ver con una España decadente que sorbía las riquezas de una Cataluña harta de cargar ya con los menesterosos del Estado. La pragmática burguesía le pasó el testigo a sus hijos, revolucionarios de izquierda y acérrimos republicanos. Ahora retransmitiremos al mundo "el martirio" de sus héroes.

El Estado español ha perdido a Cataluña de una manera irreparable. Y si los peores presagios se cumplen, probablemente se perderá a sí mismo para transformarse en otra cosa: una amalgama confusa de pequeños estados con sus pequeñas lenguas, sus pequeñas economías y sus pequeños presidentes de sus pequeñas repúblicas. El signo de los tiempos es el regreso a la tribu confortable. Es el tiempo de la demagogia y el populismo que ha topado con unos grandes partidos convertidos en desleales fósiles administrados por cantamañanas. Europa está al principio de su crisis. España casi al final. Cataluña, tarde o temprano, acabará marchándose. Pero no se irá sola. Lo extraño, con tanto incompetente, es cómo esto ha durado tanto.