Por las trampas piadosas que nos tiende la memoria y el común consuelo de añorar el tiempo perdido, la concesión del Premio Nacional de Teatro a la actriz catalana me transportó al otoño de 1970 y al pasmo juvenil ante "Las criadas" de Jean Genet, certero y acre alegato sobre la lucha de clases, cuyas bases y detalles recuerdo como cosas de ayer. Producida por Armando Moreno y con Nuria Espert y Mairata O''Wisiedo (la señora) en el reparto, la sorpresa y el regalo estuvo en Julieta Serrano (1933) que, desde entonces, me sumó a sus admiradores.

Barcelona era la puerta de Europa, refugio y altavoz del boom latinoamericano, tablado del folclore sensible y peleón del exilio, mostrador de las mejores y más osadas expresiones plásticas; en ese carácter, acogió la obra vetada por Información y Turismo en Madrid, durante uno de los estados de excepción del franquismo. Sin embargo, aquel texto instigador, saludado como una biblia dramática por el bueno de Pepe Monleón, pasó por el Poliorama sin pena ni gloria.

En su dorada madurez, la Serrano dejó dos hitos en la última temporada -"Ricardo III", en la Ciudad Condal y "Dentro de la Tierra", con el Centro Dramático Nacional-, para adornar, aún más, su carrera regular y brillante. La inició con "La rosa tatuada", de Tenessee Williams, dirigida por Miguel Narros; la continuó con los clásicos de Grecia y Roma, nuestras glorias del Siglo de Oro (Lope, Calderón y Tirso, especialmente) y su infalible William Shakespeare; y la coronó con el modernismo radical de Valle-Inclán y la alta comedia de Bernard Shaw, con García Lorca y los autores europeos que se colaron por las estrechas rendijas de la censura política.

Por esta vez, la venalidad y el amiguismo -tan comunes en la feria de la cultura- no influyeron en una decisión que aplauden quienes la vimos sin truco ni cartón sobre las tablas de los coliseos y teatros de provincias y en gozosas y gloriosas apariciones cinematográficas con el primer y mejor Almodóvar.

En la ciudad atosigada donde los viandantes murmuran o gritan y con un amigo de largo alcance recupero a Julieta Serrano dirigida por el revolucionario Víctor García cuando el teatro era un medio más en la marcha de la libertad, tan necesaria en la metrópoli como en la aldea.