Es muy real, hay señales evidentes de que ya está aquí, y, sin embargo, al ser un proceso de avance lento, parece como si nos hubiésemos "inmunizado" ante los vaticinios del desastre que se avecina. Hacemos caso omiso de los avisos que se nos dan, ignorando o minusvalorando datos reales que científicos nos muestran sobre los efectos nocivos, muchos de ellos irreversibles, que la actividad humana está provocando sobre el planeta. Acentuada desde la revolución industrial, esta desequilibrada actividad ha ido destruyendo ecosistemas, recursos y formas de vida. Una de sus graves consecuencias es el tan nombrado cambio climático. Al margen de los avisos que nos llegan de los especialistas, sólo hay que mirar a nuestro alrededor para ver múltiples ejemplos de cómo estamos destruyendo la naturaleza. Salta a la vista.

Una de las pruebas irrefutables del impacto del aumento de la temperatura terrestre, debido al empleo desmesurado de combustibles fósiles, es la desaparición de los grandes árboles del planeta. La muerte de los árboles grandesy de los más longevos, en el parque Yosemite en California, en las sabanas africanas o en la selva brasileña, se debe al aumento de la temperatura global y a la consiguiente escasez de recursos hídricos. La desaparición de estos gigantes afecta al ecosistema y a la salud del clima, de forma global, ya que son fundamentales en el ciclo del carbono. Además,devuelven mucho vapor de agua a la atmósfera, refrescando la tierra y sosteniendo la formación de nubes, las cuales modulan la radiación solar que impacta en la superficie del planeta y condicionan la temperatura y las precipitaciones. Sin olvidar la biodiversidad de especies animales y vegetales que alberga el entorno de estos árboles. Su desaparición es dramática y se asocia a los procesos de desertización.

Asimismo, estamos certificando la muerte progresiva de la gran barrera de coral del Pacífico. El calentamiento global está matando el coral de los arrecifes por blanqueamiento del mismo. Este fenómeno se produce cuando la temperatura del océano aumenta por encima de la temperatura media para esas aguas en verano. Cuando esto sucede, se desprende un alga que está adherida a la superficie del coral, como si fuera su piel, le protege y le da su color. El blanqueamiento denota la pérdida de este tejido protector. Sin el alga, el coral pierde su mayor fuente de alimento y es más propenso a contraer enfermedades, de forma que muere. Además, el cambio de color del coral deja sin camuflaje y sin protección frente a depredadores, a crustáceos y peces (como el pez payaso), entre otros seres vivos de este ecosistema. Se estima que entre 2014 y 2017 desparecerán unos 16.000 kilómetros cuadrados de arrecifes de coral. La gran barrera de coral australiana, que alberga 400 tipos de coral, 1.500 especies de peces y 4.000 variedades de moluscos, está devastada, y muere inexorablemente.

Y no nos olvidemos del deshielo de los polos. En 2016, se constató que los glaciares de Groenlandia y la Antártida se están derritiendo diez veces más rápido de lo estimado. Esta situación provocará, en los próximos años, un aumento del nivel del mar de hasta cinco metros, generando un grave problema a ciudades costeras, como la de Nueva York. Además, conllevará la destrucción de ecosistemas polares, afectando a osos polares, pingüinos, focas, leones marinos, ballenas, fitoplancton, zooplancton, etc. La lista de afectados por el uso de combustibles fósiles y el cambio climático asociado es mucho más larga y va en aumento.

Por cierto, ¿quién no ha disfrutado, este mes de agosto en las Islas Canarias de un aumento de la temperatura y de la humedad relativa, junto a dos procesos intensos de calima de libro, en menos de veinte días escasos, acompañada de nubes bien instaladas a modo de cúpula de invernadero? Y qué decir de las floraciones ("blooms") extensivas de microalgas, que dibujan el perímetro de nuestras islas, de la especie "Trichodesmium erythraeum", descrita científicamente como nociva para peces e invertebrados marinos, así como para el hombre, por contacto o por respirar los aerosoles que se generan en las aglomeraciones de esta cianobacteria. O de la ya casi fantasmagórica presencia del carguero británico "Cheshire", a la deriva en nuestras islas durante una semana, con una carga estimada de 40.000 toneladas de fertilizante que aún arde dejando una estela de humo tóxico. Ambas, señales claras de que nuestra acción impacta negativamente sobre nuestros ecosistemas y el planeta. Si no actuamos rápidamente, la naturaleza seguirá su curso natural inexorable hasta encontrar un nuevo equilibrio, seguramente, poco apacible para nuestra especia "superior". Nuestra capacidad de contaminación y deforestación, unida a los efectos de los incendios, destruye de forma irreversible el entorno y las formas de vida. Esto conlleva el agotamiento de los recursos naturales y la ruptura del equilibrio evolutivo ecológico-biológico que el planeta ha desarrollado en unos 3.800 millones de años. La sensación de impotencia y descontrol ante esta situación nos debería alertar de nuestra incapacidad para actuar y proteger nuestras islas sobre la marcha. Nuestra acción o inacción podría ayudar a que fenómenos como estos se conviertan en algo habitual. Es una idea pueril creer que nuestra especie y las demás no tendrán un precio que pagar por nuestra acción destructiva.

Tampoco hay que olvidar nuestra proximidad a las costas africanas y que, a causa del calentamiento global, se están difuminando las barreras geográficas y climáticas para vectores transmisores de enfermedades infecciosas. De hecho, estamos asistiendo como invitados de honor a un fenómeno único en la historia, como es la migración territorial de vectores y patógenos desde las regiones más húmedas y cálidas de los trópicos a las zonas templadas y secas subtropicales, o a latitudes del globo históricamente más frías. Así ocurre con los mosquitos del tipo Aedes que transmiten virus como el zika, dengue y chikungunya, y para cuyas infecciones y patologías asociadas no hay hasta la fecha ni protección ni cura. Por cierto, acabamos de saber que el mosquito común o culex, extendido por todo el globo, replica perfectamente y transmite el virus zika, asociado a malformaciones embrionarias y a trastornos neurológicos en el adulto. Los científicos nos están alertando de que, a no ser que actuemos rápidamente, las enfermedades antes ajenas a nosotros, por su lejanía geográfica, estarán conviviendo con nosotros antes de lo que creemos. El momento de actuar contra el calentamiento global es ahora. No podemos seguir mirando a otro lado.

La ciencia y tecnología nos permiten entender qué hacemos mal y las consecuencias derivadas, además de ofrecernos las herramientas tecnológicas para establecer conductas y políticas que eviten el avance irreversible de nuestro impacto negativo en la naturaleza, y protegiendo nuestro medio vital. Debemos poner todo nuestro esfuerzo en esta dirección. De lo contrario, y de la misma manera que hoy visitamos antiguas civilizaciones en los museos, quizás, en un futuro no deseable, nosotros podamos ser objeto de visita.

¿Qué necesitamos para verlo, para escuchar el grito agónico de socorro del planeta y acudir en su ayuda? ¿A qué esperamos para actuar?

*Profesor y Científico de la ULL; IUETSPC SciArt3D-FabLabULL

Ilustración: SciArt3D-FabLabULL