El ser humano siempre se pregunta si esto o aquello es normal. Nos gusta tipificar y clasificar lo que nos rodea e incumbe, para sentirnos de alguna forma más cómodos. Eso nos permite inferir orígenes, comportamientos y predecir en la manera de lo posible lo que va a pasar a nuestro alrededor.

De la misma forma en mi campo de estudio, la formación y evolución de galaxias, nos gusta hacer lo mismo. Nos hace la vida científica un poco más fácil si al estudiar un objeto podemos clasificarlo en un tipo determinado, por ejemplo en el caso de galaxias principalmente entre galaxias elípticas y galaxias tipo disco o espirales. Las primeras son galaxias claramente homogéneas y de forma elíptica, mientras que las de tipo disco tienen más estructura, brazos espirales y centros más luminosos que el disco llamados bulbos. Con esta sencilla clasificación, a la hora de interpretar los datos podemos intuir si vamos por buen camino o no. Esto funcionaría perfectamente si supiéramos todo sobre los dos tipos de galaxias, al igual que funcionaría si pudiéramos saber todo sobre una familia donde hay primos y hermanos. Pero la vida nunca es tan perfecta y clasificable, siempre hay matices y diferencias, y sobre todo mezclas.

Nuestra galaxia, la Vía Láctea, es claramente una galaxia de tipo espiral. En eso todos los investigadores en el campo estamos de acuerdo e incluso se dice en los libros de texto. Pero para llegar a su configuración actual, su estructura, ha sufrido diferentes procesos. Y aquí empiezan a aparecer las controversias. Nuestra visión del centro de la galaxia nos indica que tiene una estructura central con mucha luz (estrellas) que, hasta hace unos años, siempre había sido considerada un bulbo redondeado de tipo clásico. Estos bulbos se forman mayoritariamente por colisiones de galaxias más pequeñas. En nuestro símil de familia, sería del tipo mezcla. Esto estaría dentro de la teoría actual de formación y evolución de galaxias: galaxias grandes que se formaron de galaxias más pequeñas.

Y aquí llega uno de nuestros problemas. Una vez que hemos mejorado y ampliado los datos disponibles de nuestra galaxia, estrella a estrella de hecho, hemos descubierto que la zona central, a unos 10 000 años luz de distancia, no es uno de estos bulbos clásicos, sino parte de la masiva barra estelar de la Vía Láctea. La barra tiene un ensanchamiento en su parte central que habíamos confundido con una estructura independiente pero no lo es. Esta parte es un poco cuadrada, de ahí que este tipo de componente central se llame bulbos tipo caja (boxy bulges en inglés). Y después de 30 años de investigaciones en galaxias con este tipo de bulbos, una de mis especialidades, sabemos tanto de forma teórica y numérica como observacional que estos bulbos se formaron de una forma muy diferente a los bulbos clásicos. Por medio de simulaciones numéricas informáticas sabemos que estos bulbos se han formado mayoritariamente de estrellas que estaban anteriormente en el disco de la galaxia espiral que los contiene y que se han movido hasta formar parte de la barra y agruparse en esta nueva componente de bulbo tipo caja.

Así, mirando nuestra galaxia, en gran detalle aunque limitados por nuestra posición en ella, y sus hermanas, más lejanas pero que podemos ver "completamente", sabemos que la galaxia ha tenido una evolución tranquila, sin grandes sobresaltos, al contrario que sus primas las galaxias espirales con bulbos clásicos, que han sufrido diversos impactos para formar el bulbo clásico de su interior.

En Astronomía, el estudio de la evolución de galaxias es fundamental para entender cómo han llegado hasta aquí. Entender bien los fenómenos físicos, y cuántos y cuándo han ocurrido, es fundamental. Como buenos científicos siempre debemos tener en cuenta los procesos físicos conocidos a la hora de interpretar los datos, tanto en galaxias hermanas como primas. Ante la mínima duda, debemos comenzar con el bonito proceso de tantear abiertamente estos procesos, descartando o aceptándolos según nos indique nuestro análisis.

Siguiendo estas premisas hoy sabemos que la Vía Láctea es una galaxia espiral y barrada, donde su bulbo clásico es casi insignificante y por tanto ha tenido una evolución tranquila, al menos en sus partes internas. Para que esta última parte llegue a los libros de texto de nuestros estudiantes de Secundaria todavía falta un poco, pero ustedes de momento ya lo saben. Y yo me alegro de haber contribuido un poquito a que los próximos científicos que se dediquen a esto, o aquellos a los que en un futuro les haga falta saberlo, no tengan que invertir los 10 años que he invertido yo, junto con muchos compañeros, en adquirir todo el conocimiento necesario para establecer este resultado.

Inma Martínez Valpuesta nació en Logroño y con 10 años se trasladó a La Laguna. Es licenciada en Matemáticas por la Universidad de La Laguna, lo que explica el componente teórico y numérico de sus investigaciones. Gracias a una beca anglo-española realizó su doctorado en Astrofísica en Inglaterra (Universidad de Hertfordshire) y Estados Unidos (Universidad de Kentucky). Trabajó como investigadora postdoctoral en el Observatorio Astronómico de Marsella, el Instituto de Astrofísica de Canarias y el Instituto Max Planck de Física extraterrestre en Alemania. Desde 2013 reside en Tenerife.