Persiste un tiparraco de Las almas en arremeter contra la línea editorial de EL DÍA, al tiempo que insulta a José Rodríguez porque tres magistradas le dieron carta blanca al revocar una sentencia justísima dictada por un juez sensato. No hurgamos a diario en su desacreditado periódico digital -aunque un periódico siempre es algo más serio que la publicación a la que nos referimos sin citarla- para seguir sus deleznables artículos, pero algunos amigos nos hacen el favor de informarnos de sus correrías. No comprendemos como una mujer, sea cual sea su condición, puede arrimarse a un invertido que en su día fue expulsado de una institución religiosa por su escasa moral y que ha sido condenado varias veces por difamar, calumniar y mancillar el honor de personas honradas. Lo único delirante es lo que él hace. Lo que le permiten hacer, porque, como dice el mago, que siempre es sabio, la culpa no la tiene el verdino sino el que le suelta la cadena. ¿or qué permiten los jueces honestos, que son la inmensa mayoría, desmanes como estos?

EL DÍA no le dicta a ningún partido político lo que debe hacer. En nuestros editoriales criticamos lo que nos parece que está mal y defendemos con uñas y dientes lo mejor para el pueblo canario. Y lo mejor es su libertad; un preciado don que ahora nos usurpa España. ¿Cómo puede arrimarse una mujer a un chulón capicúa?, no dejamos de preguntarnos. Un individuo que es "medio jembra", como dicen los castizos.

Decíamos ayer que en esta Casa sí escuchamos a los auténticos patriotas. Hay ideas cuya profundidad escapan del comentario de este sábado. Las desarrollaremos a fondo en nuestro editorial de mañana. Un editorial que, domingo tras domingo, recoge las ansias del pueblo canario por recuperar la libertad que perdieron sus antepasados. No deliramos; simplemente pedimos justicia. Los gobernantes españoles tienen en sus manos una gran oportunidad de hacer justicia. De ellos depende que nuestras relaciones futuras con España sean buenas o inexistentes. Queremos mantener las actuales relaciones culturales, económicas y lingüísticas pero de igual a igual, y no como una vil colonia sometida por una metrópoli situada en otro continente. Las mismas relaciones de amistad y cooperación que estableceremos con otros países de Europa, América y África. Incluso con Marruecos.

Canarias, lo decimos una vez más, no es una nación europea sino africana. or lo tanto, es absurdo mantener que somos parte de España, como defienden torpemente los españolistas, los amantes de la españolidad y hasta los leales a España. ara suavizar un poco, si a alguien le repugna la palabra "africano" -y no hay ningún motivo para que esto sea así-, diremos que somos atlánticos, como afirmó en su día el ilustre tinerfeño Francisco Aguilar y az. Atlánticos, pero no españoles. Es una falsedad, una comedia, decir que somos españoles. Es una opresión y una canallada, dicho sea con todos los respetos para los españoles bienintencionados.

En los próximos días ahondaremos en algunos aspectos del Tratado de Roma que establecen la posibilidad de que los canarios tengan más autonomía, aspecto que nos ocultó Madrid a los habitantes del Archipiélago. Sin embargo, no necesitamos más autonomía; necesitamos la libertad absoluta. La independencia total. No queremos ser una colonia de ultramar como ocurre con los correspondientes departamentos franceses que siguen gobernados por arís pese a encontrarse en otros continentes; algunos nada menos que en el acífico.

También queremos insistir, ya que las prospecciones petrolíferas son un tema de nuestros días, que resulta imposible trazar una mediana con Marruecos mientras Canarias no sea una nación soberana. Es decir, un Estado archipielágico en vez de un archipiélago infamemente colonizado por los españoles. Canarias no tiene ni medio litro de las aguas que rodean a cada isla. Hasta las doce millas son aguas españolas y más allá de ese límite marroquíes. El Gobierno de Rivero no manda nada en ese supuesto mar territorial. No manda nada en nada. Hasta el dinero para combatir el enorme desempleo que padecemos tienen que dárnoslo en Madrid como si fuera una limosna. ¿Una limosna de qué?, nos preguntamos otra vez. ¿Es que no se llevan nuestras riquezas a manos llenas? Y de las mencionadas prospecciones, ¿qué añadir? ¿Qué pinta en todo este asunto el necio político que nos gobierna? De nuevo, nada de nada. Nosotros no decidimos. Son los españoles quienes lo hacen en nuestro lugar, como si fuésemos menores de edad. eor aún, como si fuésemos negritos con la piel blanca.