El personaje del año 2021 no es ni Trump, que atizó a los histriones fascistas, disfrazados de indios y con sombreros estrafalarios y armas reales contra el Capitolio; ni Angela Merkel, que pasará a la historia como la política de derechas más progresista de lo que llevamos de siglo XXI; ni siquiera la reina de Inglaterra, que desafía a las leyes de la mortalidad y se mantiene en una solución de formol y ginebra, por encima de las defunciones de los demás, como la de su esposo, Felipe de Edimburgo, que este sí que era mortal.

No lo es tampoco Lionel Messi que, de hecho, también murió para el barcelonismo cuando decidió que París bien vale dejar atrás toda una vida de azulgrana, entre lágrimas (un día) y sonrisas (al día siguiente).

El personaje del pasado 2021 tampoco es Jean-Paul Belmondo, que fue enterrado como solo lo saben hacer los franceses, que es hacer pasar el protocolo majestuoso del adiós como un acto minimalista. No lo es tampoco Raffaella Carrà (tan entusiasta y bailarina) ni Franco Battiato, que buscaba un centro de gravedad permanente que a todos nos cuesta encontrar. El personaje del año pasado, aunque podría serlo, no es el gran Stephen Sondheim, que se preguntaba, en aquella canción tan triste, dónde están los payasos. Siempre debería haber payasos. 

Tienes muchas más preguntas para poner a prueba tus conocimientos sobre 2021 y la actualidad que nos deparó en nuestro trivial 2021.

El personaje se llama Manel Monteagudo y es aquel señor que declaró, primero, que había estado 35 años en coma y, después, que no había para tanto, que quizá no eran 35 años enteros, de día y de noche, sino que a veces también se levantaba y bajaba la basura, de vez en cuando, y que, eso sí, se desmayaba cada dos por tres. El señor Monteagudo exageró, como es notorio, pero despertó entre muchos de nosotros la tentación de un sueño muy largo, de una especie de nebulosa de la conciencia que nos hiciera olvidar, aunque fuera por un instante, esa pesadilla que hace ya casi dos años que dura y que va y viene y que parece que se vaya y vuelve, con más restricciones y más advertencias y más dudas y más angustia. A estas alturas, ya sabemos de memoria la mitad del alfabeto griego, el de las variantes de la covid (quizá la única aportación respetable de la pandemia a la cultura) y vivimos con la idea de que no ha terminado, como pensábamos, sino que se trata del latido incesante de un océano de oleadas. La primera portada del año de The New Yorker decía: «The plague year», pero tal como vamos será la década de la plaga. O el siglo.

Suerte hemos tenido de las vacunas, que nos han ahorrado el apocalipsis y que nos han dado tema de conversación. No hemos hablado de otra cosa. A favor, en contra, con argumentos delirantes de los anti, con variedades de menús para los que están a favor, con citas previas y pasaportes, con el debate sobre la obligatoriedad y con una colosal exhibición de hipocresía hacia el mundo, el Tercero, en concreto, allí donde no pueden discutir sobre vacunas porque, simplemente, no las hay.

¿Ha habido vida más allá del covid? Por supuesto, pero querríamos ser como el señor Monteagudo y no despertar sino de vez en cuando. O vivir en el metaverso, ese invento de Zuckerberg y compañía que empieza a hacer furor y que se trata de vivir como si no vivieras, en una realidad de dibujos animados. Donde no hay volcanes que escupen la mala baba (y lava) de la Tierra que contempla las cumbres del clima con indiferencia telúrica. O fuegos donde arden los desamparados, o electricidades de precios incendiarios o eméritos que dicen que vuelven y talibanes que ya han vuelto, impunes todos.

Necesitamos payasos de verdad (no de los que hacen payasadas) para volver a una normalidad que ya no sabemos cómo era, tan lejana. «Well, maybe netx year...», decía Sondheim. Quizá este año.