El oro rojo de La Santa se llama carabinero

Tan frescos que incluso desde las bandejas de Lanzarote en las cuales se sirve este crustáceo decápodo parece rogarle al comensal que no lo mire así; que este manjar vestido como de arzobispo submarino no es sólo un cuerpo bonito; que detrás de esos bolichosos ojos negros que le sobresalen de la cabeza hay más que una exquisita y carnosa piel algo dulzona, que es lo que distingue a esta bicha de las aguas de La Santa, llamada carabinero.

Y es que, sin duda, el carabinero de La Santa es uno de los tesoros gastronómicos más preciados de la isla. Su buen tamaño, con una morfología cercana a la de un langostino pero considerablemente más grande, exhibe un exultante y llamativo color rojo, con algunos tintes morados, con el cual podría colarse sin problemas en el cónclave para elegir al nuevo Papa o, ya puestos, ser designado incluso el sucesor de Francisco como hombre de Dios en la Tierra.

El carabinero de La Santa se ha convertido en el protagonista de las mejores veladas gastronómicas de la isla de los volcanes. Su nobleza permite que tampoco precise de una elaboración excesivamente compleja: una plancha y un puñado de sal gorda marina son suficientes para jamás olvidar la explosión de sabor que oculta el crustáceo del cual cuentan que siempre fue una deliciosa captura pero que sólo estaba al alcance o de los humildes pescadores del norte de Lanzarote que lo capturaban o de los ricos señores conejeros que presumían de poder tenerlos sobre su mesa.

Tampoco se les ha escapado a los chefs aprovechar en arroces melosos, ceviches o al ajillo este producto cuya producción se consume íntegramente en la isla y cuyos precios han alcanzado costes desorbitados, tanto o más que los ojos de este jugoso animal que guarda en su cabeza uno de sus más sabrosos secretos.