Güímar revive en la plaza de San Pedro la conjura de las brujas que eran burras

Centenares de visitantes, vecinos y miembros de grupos participan en un desfile que eleva al grado de espectáculo la representación del tradicional Entierro de la Sardina

Humberto Gonar

Humberto Gonar

La plaza de San Pedro, en Güímar, acogió el acto más relevante del Carnaval que celebra esta ciudad del Valle y que reunió a centenares de vecinos para secundar una tradición que se inició hace ya treinta y un años.

Una mezcla entre un aquelarre y una representación teatral que eleva al grado de espectáculo la lucha entre el bien y el mal desde la tradición oral de los campesinos de la zona que identifican a las burras en sus campos, y a la vez con elementos de la historia, como ese pulso entre don Carnal y doña Cuaresma que se representa a las puertas de la mismísima iglesia de San Pedro, entre una corte de ángeles que salen en defensa del pueblo para atender la voz de llamada de San Miguel en su enfrentamiento con la Inquisición.

Es otra visión del Entierro de la Sardina que coloca a Güímar como referente de esta representación que enmarcan a la ciudad en el mapa de actos de obligada visita para disfrutar de otro Carnaval.

Esta escenificación teatral data de 1992, cuando un grupo de jóvenes encabezados por el artista güimarero Javier Eloy trabajaron con el objetivo de que el Entierro de la Sardina recobrara el auge que había tenido en años anteriores. Para ello, recopilaron algunas tradiciones locales relacionadas con la brujería, como la creencia de que las brujas se podían transformar en burras para conseguir entrar en las casas de los campesinos y así poder realizar sus hechizos.

La escenificación comenzó ayer con la aparición de siete extrañas mujeres en distintos balcones y ventanas de la Calle de San Pedro Arriba. Siete mujeres que representaban los siete pecados capitales y que se acicalaban para salir al anochecer, algo que otrora se consideraba de mal augurio. Desde las casas acechaban a la comitiva de la sardina encabezada por los moteros de la Asociación Aguiluchos del Valle, escupefuegos, zancudos, fantasmas, viudas, el Club de Andreína Acosta, la Banda Juvenil de Cornetas y Tambores y, finalmente, la sardina.

Una vez el pasacalles se cruzó con ellas, se transformaron en burras y se unieron a la comitiva. Cuando llegaron a la plaza, las burras comenzaron a encararse con un grupo de campesinos que mientras seguían con sus labores y con la venta de un cochino negro, se inquietaron por el extraño aspecto de estas y decidieron enfrentarlas para descubrirlas.

Aquí se incluía la primera sorpresa de la Dirección Artística de este año formada por el tándem de Luis Marrero y Montse Placer, ambos pertenecientes al colectivo. Y es que en esta edición apareció una burrita cuyo nacimiento se vio en uno de las últimas representaciones. «Ha sido una forma de implicar a nuevas generaciones en este espectáculo, único en Canarias», decía Luis Marrero.

Tras el enfrentamiento de los campesinos, las burras recobraron su aspecto de brujas y comenzó el aquelarre. Las brujas son grotescas, descaradas y, en su éxtasis, invocaron al demonio, el cual apareció acompañado de motos ruidosas y de numerosos diablillos envueltos en fuego y humo. Las llamas se encendían frente a la fachada de la iglesia y las brujas bailaron con los diablos llenando la plaza de un auténtico estrépito, hasta que se comenzó a oír una música religiosa que indicaba la llegada de la Inquisición.

En ese momento hizo su presencia en la plaza un grupo de frailes acompañados por un obispo. Al llegar a la puerta de la Iglesia el obispo aclamó la ayuda del Arcángel San Miguel. Este descendió del cielo acompañado de varios ángeles y comenzó la esperada lucha entre el bien y el mal. El demonio quedó abatido en el suelo y entonces el obispo ordenó la quema de las brujas en la hoguera de la sardina, pero consiguieron escapar para emplazar al público al siguiente año.

Todo el teatro se desarrolló con actores y actrices amateurs que muchas veces involucran a toda su familia como es el caso de Nuria de la Rosa, la campesina con más espectáculos en sus lonas. Nuria comparte afición con sus hermanas, hijo, sobrinos y comentaba al finalizar: «Para los campes el espectáculo es como un puzle loco y desordenado pero unos meses antes las piezas empiezan a encajar con muchas risas y locas ideas. Hemos formado un gran equipo con respeto y una gran amistad. Agradecemos al colectivo, organizadores, dirección artística y al ayuntamiento por mantener viva esta tradición».

Participantes antiguos se coordinan con los nuevos. Laura forma parte del colectivo de Las Burras desde el año 2014 y destaca la forma en la que se activa el colectivo para que este espectáculo salga. «Haciendo de diablo veo cómo público de toda la isla viene a vernos y nos fotografían». Quizás los diablos son uno de los personajes que más llaman la atención. Después de horas de maquillaje, prótesis y lentillas interiorizan el personaje y se mueven de forma grotesca, arrastrándose por el suelo y asustando a los espectadores.