Adelantado. Innovador. Atrevido. Impulsor del disfraz que no dejaba indiferente a nadie. Así definió el alcalde Bermúdez al diseñador y modisto que cosechó 26 primeros premios de disfraces.

«Miguel Delgado Salas no solo fue un chicharrero por nacimiento sino por convicción». Así recordó el alcalde de Santa Cruz de Tenerife al modista y diseñador de disfraces y trajes de reinas y murgas del Carnaval que cosechó veintiséis primeros premios por sus fantasías imposibles.

Nacido el 7 de octubre de 1938, Miguel El Mudo, como popularmente se le conocía entre sus vecinos de El Toscal y amantes de la fiesta en general, falleció el 26 de abril de 2019. Hijo de un inmigrante cubano y una chicharrera, era el más pequeño de nueve hermanos, que desde muy pequeño mostró su habilidad innata con el diseño y la creación, hasta convertir la aguja y el dedal como su mejor forma de expresión. «Nada pegado; todo cosido». Era la seña de identidad de sus obras de arte, junto a unas fantasías capaces de moldear con tela y lentejuelas el cuerpo humano, hasta ser capaz de transformarse el mismo en dos payasos, uno de ellos haciendo acrobacias mientras otro tocaba el bombo, como hizo en 1973.

Pero Miguel Delgado era un torrente de fantasía con el que su imaginación desbordó Santa Cruz, desde su primer traje de Negro, en 1962, para seguir por el Príncipe Moro (1963), El Trovador (1964), La Mariposa (1965), El Jefe de Tribu (1966), La serpiente (1967), El Papagayo (1968), Noche y día (1969), El Pavo Real (1970), El Gallo Kirico (1971), El Faraón (1972), El caracol (1974), La Caja de Sorpresa (1975) –su único segundo premio; el resto, primeros–; Fantasía Japonesa (1976), Fantasía Egipcia (1977), Volcán (1978), Escorpión (1979), Sihva (1980), Ottoman (1981), Elefante (1990), Chino (2003) y Arlequín (2004). Incluso los últimos, sorteando unos dolores de espaldas que no le impedían el reencuentro con los vecinos y visitantes, con su familia del Carnaval.

Entre sus favoritos, Ottoman, de 1981, que se expuso ayer en la plaza que lleva su nombre junto a la fotografía que presidía su sala de estar que tenía tapizada con las fotografías que denunciaban la trayectoria de un artista que hizo grande el disfraz hasta convertirlo en obra de arte.

En la calle San Miguel, en su casa, su taller de sastre, testigo de sus geniales locuras, como la Palometa radiactiva que le diseñó a Singuangos en 1984; o el Payaso Matamoscas de Ni Pico, en 1985; o la fantasía payasos para Rebeldes, en 1986, y Chinchositos, en la última etapa. Y junto al Carnaval, su pasión por el Señor de las Tribulaciones y la Virgen de las Angustias, del Martes y el Viernes Santo chicharrero. Menos gente del Carnaval que la que cualquier día podía pasar para pedirle ayuda o hacerle un encargo que hizo historia en la generación de los diseñadores Luis Dávila y Miguel Ángel Castilla, cuando Rumberos se iba de gira y con las reinas promocionaban el Carnaval, el mismo que engrandeció con la originalidad única de este genio de la aguja y el dedal. Algo grande tenía que suceder ayer en El Toscal para que, además de la banda municipal tocando el Santa Cruz en Carnaval, se viera juntos a personajes del barrio de toda la vida, como la mismísima Rosita Ramallo, o Mary Carreiras –del grupo Dávila–. Otro grande del Carnaval recibió ayer su tributo de parte de Santa Cruz.