Poco antes de las diez de la noche estaba perfectamente armado el cortejo fúnebre de la sardina a la altura de la esquina de la plaza de Weyler con la calle Méndez Núñez. Es más, no habían dado las diez de la noche -faltaban unos segundos-, y ya estaba en marcha un funeral que avanzó más rápido que al ritmo de las batucadas que amenizaban el desfile en negro.

El entierro más divertido gracias a la fiesta de la máscara certificó que ha sido un Carnaval raro. En la cabecera de la comitiva no estuvo anoche Manolo Peña, el eterno botones de la Sociedad Mamel's que sufrió un traspiés días atrás y se recupera adecuadamente-, sino una pareja de elegantes señores con fantasías espectaculares inspiradas en Sisi Emperatriz; o un elegante personaje, con traje impoluto que quedada al desnudo cuando se daba la vuelta... Fue raro porque la Sardina volvió a ser un diseño de la hija de Enrique González Bethencourt, uno de los responsables de que volviera a recuperarse el entierro de la sardina en la década de los años setenta. Bastaba con ver los ojos saltones y la bemba característica de los diseños del maestro para descubrir la mano de Elena González, creadora de un diseño al que dio forma el equipo de Patricia Vara, denominado DosManos. Desde Weyler, pertrechada con su móvil -fiel a otra de las pasiones del fundador de la Fufa, la fotografía- Elena González inmortalizaba a su sardina, escoltada precisamente por la cofradía que también promovió su padre junto a uno de los miembros, Patricia, la constructora del pescado, que la despedía mientras bailaba al ritmo comparsero.

Es posible que el tiempo que ha tardado en leer los dos párrafos anteriores haya sido el mismo tiempo que invirtió el cortejo de la sardina en recorrer desde la esquina de Weyler hasta el Ayuntamiento. Y es que la Cofradía del Chicharro, a la que dan vida como marca la tradición los componentes y amigos de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, no tuvieron tiempo de mojar sus vasitos.

Sube la mano pa'rriba, decía la canción, mientras el concejal de Fiestas, Andrés Martín Casanova, junto al infatigable Manón Marichal, veía con satisfacción el buen ritmo y cómo el público se entregaba en una de las pocas ediciones que se recuerdan que el cortejo fúnebre iba detrás de la Sardina. Entre los personajes nuevos de esta edición, junto a las lápidas que ya se estrenaron en años anteriores, o a las magas del Carnaval, se estrenó un nuevo operativo de seguridad, de la mano de La Guardia Civil de la Sardina, con un escáner propio. Entre las viudas, también llamó la atención esta edición la participación de uno -uno de tantos- papas que en el Entierro de la Sardina tenía más escoltas que cardenales, o algunas burbujas Freixenet, que por su color dorado destacaban en el manto asfalto que caracteriza el funeral más divertido de Carnaval.

Ayer la Sardina tenía prisa por acabar el desfile. En la comitiva, que comenzaba a ganar peso cuando ya el cortejo estaba a punto de llegar a la calle de El Pilar, sobre las once de la noche, destacaba la participación de Jose Cabrera y Michael Yanes, este último el hijo del recordado Manolo Yanes, quien durante décadas dio vida al personaje de Enigma o El hombre de verde, y que anoche, en la primera edición sin Manolo Yanes, quiso hacerlo presente como más le gustaba a él, en el Carnaval de Tenerife.

A las once menos veinte, al inicio de Méndez Núñez, a la altura de la esquina con la plaza de Weyler ya no quedaban ni los camiones de basura, mientras muchas viudas aún iban corriendo por La Salle o desde el Cine Víctor para ver si llegaban al encuentro de una sardina fugaz.

Fue un entierro tan raro, que hizo más ruido con las batucadas que la noche del Sábado de Carnaval en la zona del Orche o en Méndez Núñez. También en el Entierro de la Sardina se nota la impronta de Zeta-Zetas, con unas viudas con máscaras de chicharros y luces incorporadas. También fue un entierro raro por eso, porque precisamente el director de la murga ganadora en Interpretación del Carnaval chicharrero ayer trabajaba y no estaba disfrazado; también Juan Antonio, el tesorero de Bambones, junto a Francis, el percusionista de los de El Cardonal -o la murga que usted quiera- habían cambiado el traje de calle y dejaron el disfraz en casa para disfrutar frente la Subdelegación del Gobierno del cortejo más divertido del Carnaval. Ni el semáforo le hizo falta poner al desfile de negro -como ocurre en el concurso de murgas- para controlar que en menos de media hora había pasado el grueso de la comitiva por el ayuntamiento.

Fue todo muy fugaz. De nuevo, la mano arriba, y luego La Cucaracha, un enorme coche americano y un muerto muy vivo que se alonga a uno de los féretros que se sacaron ayer a desfilar en el cortejo mientras el coche de Bohemios amenizaba el poco silencio que quedaba detrás de la batucada y antes de que llegara la carroza en la que el mismísimo Pepe Benavente amenizaba el fin del desfile. Delante del cantante del Carnaval, unos Diablos negros que hacían récord de pasos avanzando de un lado para otro y animando tanto la comitiva como al público que acotaba el desfile.

Fue un Entierro de la Sardina raro. Porque el público no esperaba que pasara el cortejo. Las aceras no estaban llenas de público, sino que los espectadores, cuando se percataban del ritmo del desfile, avanzaban en dirección a la calle de El Pilar o si no buscaban un atajo para ganar el tiempo, en un pulso con un cortejo fugaz que se vengó de los críticos: si a alguien le pareció lenta la gala de la reina, cuando duró tres horas, o dijo que la Cabalgata anunciadora fue eterna... ayer el Entierro de la Sardina acabó en tiempo récord. Hubo que correr para disfrutar de algún desmayo... porque no hubo tiempo ni para tirarse al suelo porque en dos horas el funeral más divertido del Carnaval ya estaba llegando a su destino. Ahora solo queda la Piñata.