Anoche estaba limpiando mi cantina, con la intención de cerrar, y de repente apareció en mi negocio, con ese aire de altanería que le caracteriza y con el que, al saludarte, parece que te perdona la vida. El enteradito estuvo aquí hasta las tantas y pico de la mañana dándome la habitual charla en la que me demuestra su enorme sabiduría en absolutamente todas las materias.

Empezó analizando las garbanzas de mi madre y explicándome qué haría él para mejorarlas; luego me cuestiona la calidad del vino de Ravelo con el que solemos acompañar el condumio de mi viejita... y continúa la exhibición: Él tenía la solución para ampliar el aforo de la final de murgas sin que hubiera nadie de pie; también sabe la fórmula ideal de composición de los jurados para que no haya polémica al tiempo que tiene muy claro lo que hay que hacer para que, en los concursos de Rondallas o grupos de la Risa, no se queden asientos vacíos a pesar de que se agotan las entradas. El enteradito se lamenta de que la organización no cuente con él porque él conoce la solución para que la cabalgata no sea un desastre. Después de darnos a todos una explicación sobre el porqué de la intrusión de lenguas de calima en las islas y ahondar sobre los niveles nocivos de contaminación, el enteradito tiene claro lo que se tenía que haber hecho con la alerta del sábado y la suspensión de actos del domingo. A continuación, ofrece una seria disertación sobre la ubicación idónea para la feria, así como para la distribución de quioscos en el cuadrilátero. Además, sabe qué fórmula utilizar en la subasta para recaudar más dinero y conoce el sistema para que las empresas privadas dediquen más fondos a la financiación del Carnaval.

Hoy seguramente estará en la Plaza del Príncipe, analizando si la Fufa desafina en alguna de sus canciones o si al trombón de Los Fregolinos, procede ajustarle las teclas. Desde luego que, si yo fuera el concejal de Fiestas, a quien no dudaría en incorporar a mi equipo de asesores, sería al enteradito.