Qué paliza de trabajo me dieron anoche en mi cantina. Eran cerca de las cuatro de la mañana y aún estaba calentando platos de garbanzas de las de mi madre y vaciando garrafones de vino para servir a todos los que, acabado el concurso de la Canción de La Risa, se pasaron a alegar un rato.

Hoy creo que me espera otra. Esta noche tenemos el concurso de comparsas, que últimamente ha levantado el vuelo y consigue llenar hasta los topes el recinto. Lástima que, salvo que mi hijo quiera relevarme, me lo tendré que perder. Este año será el concurso más corto de los últimos años debido a la ausencia de nada más y nada menos que tres comparsas, que han dejado de salir por a un problema común: la falta de componentes. Es sorprendente comprobar que, mientras unas dejan de salir al no lograr músicos o bailarines, otras pasan del centenar de miembros y casi que no caben en el escenario. Desconozco qué iniciativa se podría llevar a cabo desde la organización para que quien quiera formar parte de un grupo de Carnaval pase a engrosar las filas de quien realmente lo necesita y no de quien, avalados por un enorme historial de premios, precisa hasta dos guaguas y un camión para trasladarse a actuar. Mención aparte merece el tema de los músicos de la parranda; ya son tantas las exigencias, sobre todo económicas, que es prácticamente imposible ver una comparsa que, sin ser en el concurso, actúe en directo. Una auténtica pena. Atrás quedó la época en la que actuaban en riguroso directo de la primera a la última, época en la que participé en Tamanacos, tocando la guitarra con mi gran amigo El Compinche.

A ver si mi hijo se queda atendiendo mi cantina, para poderme dar un salto al Recinto y disfrutar de un concurso tan espectacular, en el que el público se lo pasa pipa tumbando caña.