Creo que estamos exprimiendo a la gallina de los huevos de oro. Así de tajante se mostró Kiko "El Ropavieja" en mi cantina, una afirmación que me costó entender porque, cuando le pongo un plato de garbanzas de las de mi madre, el fulano se las manda que ni respira; fuerte manía la de hablar con la boca llena.

Se refería Kiko a que, a la final de murgas del viernes, hay que echarle una pensada y reinventarla, o dejarla como estaba antes, y es que a un espectáculo en el que, solo la participación de los actuantes ocupa tres horas netas, no conviene introducirle elementos que lo alarguen mucho más. El pasado viernes, el evento comenzaba a las ocho y media pero casi una hora después, no había empezado aún la primera murga de concurso. Si a eso le añadimos que en el Recinto se debe esperar a que la tele ponga su batería de publicidad, que al final de cada actuación tengamos que ver las entrevistas que la tele, con toda su calma, le hace a los participantes y que el presentador entretenga al público con sorteos y "pasatiempos", el resultado es que, la última murga termina su actuación casi a las tres de la madrugada, con un recinto semivacío, y que la entrega de premios se realice al borde de las cuatro. Una locura. Lejos de recortar participantes y, como pensamos "El Ropavieja" y yo, dejar la final en seis o siete murgas, alargamos el "espectáculo" con un sinfín de variantes que no aportan ningún valor añadido y que son perfectamente prescindibles. Los únicos que ganan con este formato son los empresarios que han instalado sus cantinas legales en la terraza del recinto ferial, el resto salimos perdiendo.

En mi cantina tenemos puestas las esperanzas en que éste sea un año de transición en la organización y que, el año que viene, con más experiencia, el concejal ponga cordura y coherencia en todo aquello que precisa de una vuelta de tuerca por el bien de los espectáculos del Carnaval, y en esa vuelta de tuerca, toca repensar la final.