Voy a tener que comprar un caldero más grande y llevárselo a mi madre porque, el que me suele mandar, que apenas lleva treinta kilos de garbanzas, se me está haciendo corto; anoche apenas tardó tres horas en volar. Menos mal que Pepe Benavente, que se pasó a saludarme, llegó a tiempo de echarse un plato.

Venía a contarme que, por fin, ya lo han contratado desde la organización y estará, como debe ser, en los escenarios del Carnaval con sus canciones de siempre. La noticia de Pepe "Buenagente", como lo llamamos en mi cantina, no solo me llenó de alegría, sino que me tranquilizó bastante porque no me hacía yo a la idea de una fiesta sin Pepe, sin que el gallo suba... un Carnaval sin "polvorete". Y es que el desastre hubiese sido mayúsculo, no en vano las consecuencias, directas e indirectas, de los polvoretes en Carnaval, van más allá de lo que podemos imaginar: la cantidad de nacimientos que se producen allá por el mes de Noviembre, mejorando los índices de natalidad, con la llegada de aquellos que pagarán nuestras pensiones; lo que venden las farmacias en esos días de desenfreno en los que los "racatapunchinchín" abundan por esquinas y callejones; la de flores que venden las floristerías en las semanas posteriores al Carnaval, por no decir joyerías y establecimientos de artículos de regalo, o incluso restaurantes especializados en cenas románticas. Un desastre económico. Porque no solo se trata de que el gallo suba, "racatapunchinchín" y se sacuda, es que en esos días nacen relaciones estables de quienes, bajo el influjo de don Carnal, se les llena la barriga de mariposas y acaban formando una familia estable. Qué equivocado está quien crea que, la famosa canción de Pepe, es sólo una melodía para bailar, cubata en mano, una noche de Carnaval.

Desconozco en qué situación estarán aún otras orquestas pero ya sé que, a Pepe, le han contratado tres o cuatro tocatas para esta edición de la fiesta, y no saben cuánto me alegro porque, lo que está claro que no le conviene a nadie, es un Carnaval sin polvorete.