José María de la Cova (Valencia, 1982) casi nació en un camión de feria un 11 de enero. Dos meses después ya estaba con sus padres trabajando en el Carnaval de Tenerife. A los trece años abandonó los estudios y siguió los pasos de su familia, de la que es la tercera generación de feriantes. Cuando cumplió su mayoría de edad le comunicó a su padre que había llegado el momento de iniciar una trayectoria independiente. Arrancó con sus propios cacharritos, como los que monta su padre en la feria, si bien sus ansias de superación lo llevaron a diversificar su actividad social: luego se dedicó a los peluches de feria, montó un restaurante, luego un negocio de copas, hasta que hace tres años abrió una productora de eventos dedicada también a contratar artistas o construir escenario, como ocurre este año en el Carnaval.

Una de sus virtudes, o defectos, es la capacidad de despertar filias y fobias extremas, sin dejar a nadie indiferente. La subasta de ayer lo mostró de nuevo en su hábitat. A todos conoce, pues se crió con ellos. Hablar con él parece cuestión imposible: parece una consultoría móvil. Sus compañeros afines de profesión elogian su capacidad y disposición para actuar de intermediario de todos en beneficio del interés general... Otros, a priori parecen minoría, intentan sembrar dudas sobre sus verdaderos intereses.

La clave del éxito profesional de José María de la Cova es sus ansias de superación. Y lo hace no a cualquier precio, desde una inteligencia natural. A sus amigos les explica que él tiene que poder comer en su negocio, como ejemplo de que no regatea esfuerzos económicos y que busca los mejores productos para ofrecer un servicio de calidad.

Con un alto grado de autocrítica, De la Cova dice que es un empresario que trabaja más por sentimientos que por dinero. De ahí su particular filosofía: está dispuesto a perder dinero por ganar. Lejos de amedrentarse por la falta de liquidez se atrevió a pedir dinero y resurgió.

Cuando tenía 23 años decidió establecerse en Tenerife. Su obsesión, más emocional, es ganar, y defender el honor que para un feriante representa mantener el puesto en el que siempre ha ejercido su actividad laboral. Convencido, defiende que cuando levanta la mano en una puja es para ganar.

Más que competencia, sus compañeros lo ven como su interlocutor con las administraciones, y cuando pasan delante de él no ocultan su agradecimiento y admiración, frente a sus detractores, que le reprochan sus ansias desmedidas por hacerse con el mayor número de puestos. A preguntas de EL DÍA, José María de la Cova reconoce que prefiere más la subasta a conseguir quioscos por patrocinio. Saca números y asegura que con el dinero que se gasta en patrocinar en Carnaval -más de 70.000 euros- se podría hacer con más puestos.

Niega que él negocie con las administraciones la reserva de puestos en su favor; de haber sido así ni habría pedido este año un puesto en la plaza Candelaria y ya se habría hecho con una de las joyas del Carnaval de Día, tal vez en Méndez Núñez.

De la Cova se muestra incansable. Atiende a todos. Tan pronto habla de su anhelado puesto 24 como de la estructura del escenario, unas pantallas de plasma o el tráiler de dos pisos que acaba de adquirir para el Carnaval.

Otra clave de su éxito ha sido acabar con los intermediarios para abaratar costes y mejorar la calidad, mimando a sus trabajadores. Un elemento controvertido, más allá del carácter afable y cercano, que despierta admiración, y envidias, por su proyección.