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Entrevista | Lázaro Santana Escritor e investigador y editor de Las Obras completas de Alonso Quesada

Lázaro Santana: «La decepción de Quesada con Madrid le sirvió de exorcismo»

Lázaro Santana.

Lázaro Santana. / Andrés Cruz

Javier Durán

Las Palmas de Gran Canaria

Referencia ineludible del rescate y actualización de Alonso Quesada, Lázaro Santana (Las Palmas de Gran Canaria 1940) asegura que poco le queda que contar y escribir sobre el poeta, parecer que inmediatamente queda desplazado. Y como prueba, esta entrevista contestada vía correo electrónico mientras el escritor, investigador y editor se encontraba de viaje, completada luego en conversación telefónica. Autor con extensa bibliografía, mayormente en poesía y ensayo, acaba de publicar Descubrimientos (Mercurio Editorial), un compendio de escritos sobre afinidades artísticas que le han dejado huella. Así y todo, siempre mantiene entre sus querencias al protagonista del centenario que se celebra el martes.

Han pasado 23 años desde la edición de las Obras Completas de Alonso Quesada por el Cabildo, un trabajo que supuso una actualización de la que hizo la misma institución en 1986. Ambas han estado bajo su cuidado. ¿El paso del tiempo hace necesario una nueva iniciativa que acoja alguna carencia anterior?

Hay una tercera, la mejor, creo, la de la Biblioteca Alonso Quesada, publicada también por el Cabildo de Gran Canaria. Aquí, a diferencia de lo usual en estas empresas compilatorias, aumentarlas en cada nueva ocasión, yo la he disminuido; ya lo hice en la anterior, pero de una manera más restringida. Soy contrario a la acumulación y partidario de la selección. No todo lo que se va descubriendo de un autor vale al pena preservarlo. Este proyecto de la Biblioteca se planteaba, por parte del Cabildo, en tres volúmenes. Insistí en añadir un cuarto, el que recoge los textos teatrales de Quesada. Me habría gustado contar con un quinto, para acoger una selección de las Crónicas de la ciudad y de la noche, publicadas con posterioridad al libro, que sí está en la Biblioteca... Pero no pudo ser. Quizás ahora, con esta festividad del centenario, podría caber... El resto de variantes con respecto a las ediciones anteriores son cosa mía. Se ha prescindido de algunos poemas de circunstancias, y de textos en prosa de dudosa o nula efectividad; no aportan nada a la obra de Alonso Quesada y enturbian o distraen su comprensión.

Todos los textos que considero válidos figuran aquí, sometidos además a una depuración textual, sobre todo los periodísticos, que los acercan más a la posible intención original del autor. En cuanto a qué si queda algo por hacer al respecto: desde luego que queda. Yo di mi visión de Quesada ya en 1975. Ahora, 50 años después, otros pueden, y deben, dar su propia visión, de hecho ya lo están haciendo. Quiero además recordar a algunos más cercanos, de mi misma generación, pienso en Andrés Sánchez Robayna, Eugenio Padorno y Jorge Rodríguez Padrón, cuyas aportaciones a la interpretación del trabajo de Quesada han sido fundamentales.

En su Informe sobre el autor, incluido en la apertura de esa primera edición, usted desarrolla por primera vez una indagación sobre su complejidad insular. ¿Dónde la situaría? ¿Está cada vez más cerca de la generación del 98?

En ese Informe uno de los planteamientos que más me interesaban era la discusión acerca de la pertinencia de enfrentar modernismo y 98, algo habitual en las historias de la literatura española, y que aún se sigue practicando por inercia académica. En mi opinión, ambos movimientos no son excluyentes, sino complementarios. Las primeras obras de Quesada -El lino de los sueños y el citado de crónicas- están a caballo entre lo que se estima que representaron esos dos movimientos; pero el modernismo, en Quesada, es netamente distinto del habitual, el de Tomás Morales, sin ir más lejos. La falta de retórica de su lenguaje y el tono narrativo del mismo apunta más allá, incluso por encima del 98. Con Smoking Room, Las Inquietudes del Hall, y parte de Los caminos dispersos se atisba el rumbo que tomaría la vanguardia literaria en España en los años 30, incluso en el ámbito del surrealismo.

A la hora de un centenario y de otros honores, uno se pregunta si se está a la altura o nos quedamos cortos.

Al margen de alharacas más o menos bien intencionadas, y algunas con sesgo de relleno oportunista, lo importante es que se recuerde al autor, y se difunda su obra. En este sentido todas las iniciativas me parecen válidas.

De Quesada se hace hincapié en su aspiración de volar a Madrid para consolidar el reconocimiento literario. Sin embargo, tras una breve estancia en la capital, con los correspondientes contactos, retoma desencantado y lleno de contradicciones.

La razón del regreso de Quesada a Las Palmas tras su incursión madrileña fue, como él mismo aclaró, por «una imperiosa razón crematística». Simplemente se le acabó el dinero que durante algún tiempo había estado ahorrando para hacer ese viaje. Por otra parte, Quesada tenía aquí obligaciones familiares que atender, las tuvo siempre, y serían mayores después a su regreso; sus deseos de mudanza nunca pasaron de ser eso, un deseo, una aspiración, «el ansia de otros lares» como él mismo escribió tempranamente.

Establecerse en Madrid no era fácil. ¿De qué iba a vivir allí, de manera que no solo pudiera atender a su subsistencia, sino que además le posibilitara cumplir con sus obligaciones en Canarias? En la isla lo retenían muchas cosas que no podía, ni quería, dejar abandonadas. Por otra parte, la escritura del Poema truncado de Madrid, que refleja su ilusión y su decepción parcial, de todas formas, con respecto a la capital de España y a su ambiente, no sólo intelectual, le sirvió como exorcismo; entendió que en esta ciudad atlántica se podría trabajar como en aquella castellana: la misma estupidez sobrenadaba en una y otra. Sólo había que tener inteligencia suficiente para superarla, y estar avizor a las formas nuevas de creación que se difundían por Europa. Y él la tuvo -inteligencia y curiosidad. Permaneció aquí, pero nunca renunció a ser reconocido allí, y de hecho todas las obras que iba escribiendo intentó publicarlas en Madrid, aunque sin éxito; sus infortunios editoriales fueron épicos, y no dejaron de serlo una vez muerto el poeta, el peor, sin duda: la pérdida de todo los materiales inéditos que Clemencia Miró envió a Félix Delgado, y que desapareció con él en 1936. Quesada amó y odió a su país. Lo amó porque le dio la materia prima de su trabajo; lo odió, porque no era perfecto; es decir: era como él.

¿Hasta qué punto su humor singular fue aceptado por la sociedad retratada?

Quesada, el hombre, siempre suscitó cierta antipatía. Comparado con Morales, que sería ejemplo de una aceptación máxima, aparece como marginado. Basta repasar algunos aspectos de su historia póstuma: salvo el Gabinete Literario, que editó Los caminos dispersos en 1944, veinte años después de la muerte del poeta, ninguna institución se preocupó del destino de su obra. Ni para reeditar lo ya publicado, como hizo con Morales, ni para imprimir lo desconocido. Llanura y los cuentos de Smoking Room publicados por Planas de poesía son productos de la iniciativa privada. Y esa situación se prolongó hasta 1976. Y sin embargo aquellas crónicas, al parecer las culpables de su estigma, no son crueles, ni excesivas. Algunas incluso revisten un carácter poético, de ternura solidaria. Quesada tenía para los isleños una mirada de antropólogo. Radiografiaba sus personajes más singulares, ironiza sobre sus manías y costumbres, los pone en situación esperpéntica, ridícula; pincha, pero no hace sangre. En el fondo el poeta siente por sus paisanos una atracción singular que lo lleva a odiarlos afectuosamente.

¿La crónica quesadiana equivale a lo que hoy llámanos en términos periodísticos una «columna»?

No, salvo en su extensión. La «columna», hoy, es un texto abierto que acoge los más dispersos temas literarios, filosóficos, anecdóticos, autobiográficos, etc. En ellas cabe cualquier ocurrencia de sus autores. La «crónica», por el contrario, tiene un solo sujeto, un solo protagonista como referencia: el ciudadano de las Palmas. En este sentido es el trabajo de Quesada que más próximo está a la temática del 98, especialmente de Azorin: La ruta de don Quijote, Los pueblos, etc.

¿Y con otro de sus objetivos: los británicos?

Respecto a los ingleses de la colonia la actitud de Quesada no es unívoca: retrata a algunos individuos desagradables, implacables en su frialdad casi cruel, Mr. Talbot es un ejemplo de ello; pero otros son absolutamente simpáticos, como el capitán Rowe, el ingenuo Perkins, la adorable miss Mabel, etc. Si analizamos uno por uno los personajes ingleses de Quesada, son más los simpáticos que los altivos y displicentes. Quesada admira muchas cualidades personales de los ingleses, como la eficiencia, rectitud, seriedad, etc. Y, al mismo tiempo, le reprocha que las ejerciten de manera a veces tan estricta. Admiraba la literatura inglesa, y sobre todo el humor de los escritores ingleses. Léase la escena introductoria de Smoking Room, y se entenderá de lo que hablo. Quesada, en algunas cartas, fue más critico con los ingleses que en sus textos literarios. Y desde luego, no hay contradicción en vivir económicamente sujeto a una situación social, y, al mismo tiempo, someterla a crítica. Yo diría que el ochenta por ciento de la población mundial vive sujeta a esa tesitura.

Va a salir a la luz la correspondencia entre Quesada y Luis Doreste Silva. Ya usted en 1980 se adentró en ese ámbito con el libro Alonso Quesada y el Partido Liberal Canario, ¿Qué supuso para el escritor este periodo entre conspiraciones?

Lo mismo que para cualquier persona mínimamente decente que se acerque a la política: repulsión y hartazgo. Cayó, por así decirlo, en un fangal dialéctico donde varias facciones del partido de León y Castillo se disputaban la hegemonía en Gran Canaria. Luis Doreste, con su habitual complacencia buenista, y su posición cerca de León y Castillo, en París, cuando aquel era embajador de España, intentó auxiliar a Quesada; pero los intereses de la reacción pudieron más y Quesada acabó por renunciar a su batalla regeneracionista.

Eso intentaba él, iluso, regenerar el partido de León y Castillo, ejemplo del más rancio caciquismo decimonónico. Finalmente, hostigado por acusaciones personales, y cansado de una lucha sin perspectivas de victoria, tuvo que abdicar de la dirección de Ecos, sin duda el mejor periódico de Las Palmas durante el tiempo en que él lo rigió. Lo hizo con la colaboración de Saulo Torón, Tomás Morales, Pedro Perdomo, Benítez Inglot, etc. una redacción modélica, inteligente y entregada.

¿Cómo llamar a su vinculación con el caciquismo de León y Castillo?

Ingenuidad, infantilismo. Ignoraba dónde se metía. A diferencia de Morales, Quesada no tuvo nunca aspiraciones políticas. Así que no creo que intentara sacar rédito de ninguna especie en aquel enfrentamiento con los caciquillos locales. La política es el refugio,y el espejo de la mediocridad humana , intelectual y moral. Se está en ella para favorecerse personalmente y al grupo que te sustenta; la clase política conforma una especie de asociación tribal en el sentido restrictivo y egoísta del término. Quesada no era un tipo de tribu. Era un hombre independiente, con buenas e ingenuas ideas en este aspecto. Así le fue.

No hay unanimidad sobre la personalidad de Quesada: su tuberculosis, delgadez, rostro picado y vestimenta oscura parecen desmentir esa simpatía y burla que algunos le atribuyen. Otros lo tachan de neurótico e inadaptado. ¿Se puede hacer alguna aproximación?

Alonso Quesada no tuvo siempre el aspecto que usted describe. Las fotografías que lo muestran con ese talante lastimoso -las tomadas en la azotea de la casa de Tomás Morales, en Agaete- son unas imágenes desafortunadas, pero no trucadas, en las que, para mayor escarnio, el poeta viste un terno que parece sacado del guardarropa de un orfanato. Corresponden a los últimos dos años de su vida, cuando ya la enfermedad hacía estragos en su físico. Hay otras estampas donde aparece joven, e incluso atractivo . Véase las que envío a Gabriel Miró, o la publicada en La Umbría. La personalidad de un hombre es siempre un enigma, incluso para sí mismo. Quesada, según su hermana Mercedes, y su viuda, Rita Suárez, era un ser afectuoso, tierno y atento; según sus compañeros, no desdeñaba una noche de juerga y la visita a un prostíbulo; y cuando se enfadaba era «tremendo», como lo definió Saulo Torón. Recuerda con cariño a una inglesa muerta lejos de su patria, e ironiza, con sonrisa sarcástica, sobre los prohombres y las instituciones de la ciudad; despotrica de los curas, lo cual no fue obstáculo para que en el momento de su muerte sobre la cabecera de su cama colgara un crucifijo... Su crítica, salvo alguna excepción. era siempre desenfadada, sin acritud, una muestra de humor más inglés que español, es decir: un humor tranquilo, no gesticular. De todas maneras, lo que fuera el hombre acabó con él. Lo relevante es su obra; ella es en la que debe fijar toda la atención.

¿Por qué no se ha hecho una biografía definitiva de Quesada?

La existencia de una «biografía definitiva» es una imposibilidad metafísica. El término, y su significado, solo sirven como propaganda editorial. En 1996, Pedro Ortiz Armengol publicó Vida de Galdós, un volumen de 924 páginas. ¿Cabía decir algo más sobre Galdós? En 2020, Yolanda Arencibia ganó el XXXII Premio Comillas con Galdós. Una biografía. El libro tiene 863 páginas. Te digo con esto que un personaje -escritor, músico, político- puede tener tantas biografías como biógrafos se sientan atraídos por ellos. Y ninguna será definitiva. Siempre habrá algo que añadir, rectificar o discutir. En mi estudio sobre Quesada del año 1975 incluí los datos biográficos que estimé necesarios para el mejor entendimiento de su trabajo. En Alonso Quesada y el Partido Liberal canario (1980) amplié aspectos de su biografía en el ámbito político y periodístico. Luego no me he vuelto a ocupar por extenso de Quesada. Y desde luego nunca me he sentido tentado de trazar una biografía suya en sentido pormenorizado. Con lo que conozco de su vida me basta para acercarme a su trabajo, y sobre todo para entenderlo. Supongo que si esa «biografía definitiva» no existe es porque hasta ahora nadie la ha creído necesaria, o no se ha sentido con ánimo y estímulo para emprenderla. Desde luego me parecería estupendo que alguien quisiera dedicar su esfuerzo a componer una Vida de Quesada, aunque el volumen no alcanzara las casi 1000 páginas de los libros sobre Galdós.

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