Un estricto contemporáneo
La divulgación internacional del poeta y su reivindicación como fundador del lenguaje de vanguardia, dos impulsos decisivos en 2025

Un estricto contemporáneo / La Provincia
Alejandro Krawietz
Como por desgracia todos sabemos, el pasado mes de marzo murió, en su casa de Tegueste, el poeta Andrés Sánchez Robayna. Ha querido el destino que el autor de Sobre una piedra extrema o El libro, tras la duna falleciera en el mismo año en que se cumplía el centenario de la muerte de Alonso Quesada, poeta, narrador, dramaturgo y articulista a quien el catedrático de Literatura de la Universidad de La Laguna dedicó una atención poética y crítica continua y de una rara intensidad. De hecho, con la complicidad de diversos editores y siguiendo el designio natural de su filia hacia la obra de Quesada -que podría perseguirse desde sus primeros trabajos críticos hasta la actualidad-, Sánchez Robayna había dedicado en los últimos años un esfuerzo especial para alentar las circunstancias más propicias para la celebración de esa efeméride.
Así pues, si el año 2025 ha sido decisivo para la defensa de la actualidad literaria de Alonso Quesada, ello se debe de un modo muy especial al empeño de Sánchez Robayna en hacer de su centenario el ámbito de un doble movimiento: el de su divulgación internacional, mediante la edición de su Obra poética en la Colección Visor de Poesía y el de su reivindicación como fundador del lenguaje de vanguardia con la primera edición exenta -¡en 2025!- de su libro más relevante, el Poema truncado de Madrid (Avant-Garde. Ulises, Sevilla, 2025). Por si este verdadero acontecimiento editorial no fuera suficiente, es necesario recordar que Sánchez Robayna se hallaba, a comienzos de este año, terminando la reescritura completa de su tesis de doctorado, La poesía de Alonso Quesada, presentada en 1975 en la Universidad de Barcelona bajo la dirección de don José Manuel Blecua. La publicación de la nueva edición, necesariamente revisada, de uno de sus más tempranos trabajos críticos -redactado en su versión original cuando contaba solo con 23 años de edad-, era un antiguo proyecto del profesor, que percibía en el camino literario de Quesada la necesidad de un ahondamiento crítico que revelara de un modo definitivo el sentido de Rafael Romero como «estricto contemporáneo». Deberemos aguardar aún hasta los primeros meses de 2026 para leer finalmente este ensayo, La poesía de Alonso Quesada, publicado en la Biblioteca Melibea por las Edicions de la Universitat de Barcelona.
En cualquier caso, el conjunto de estos tres libros de y sobre Quesada compone una fórmula de revisión integral, desde la obra creativa y desde el empeño crítico, de un escritor cuyas amargas vicisitudes biográficas y editoriales habían frenado a lo largo de décadas su ubicación en el contexto que mejor lo define: el de los fundadores de la modernidad literaria en lengua española previos a la vanguardia. Un espacio en el que se encuentran Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna o Gabriel Miró, y en el que, nos atrevemos a decir, merece su lugar Alonso Quesada. Esta cuestión, la de la modernidad insoslayable de Quesada, ya había sido declarada desde la Nota preliminar de la memoria de licenciatura de Sánchez Robayna (El primer Alonso Quesada. La poesía de ‘El lino de los sueños’, publicada en 1977). Para el jovencísimo filólogo, interesado muy vivamente por la creación poética, debió ser decisivo el encuentro con un escritor que desde una contenida -pero muy honda- meditación de lo cotidiano, logró construir para el espacio literario al que pertenecía un nuevo lenguaje, tanto en la poesía como en la narrativa, el teatro y la crónica periodística.
En la ya mencionada Nota preliminar se insiste en la noción de alianza entre expresión y lenguaje, entre ironía y afirmación, entre insularidad y paisaje -temas estos que de algún modo podrían predicarse de sus iniciales compañeros de generación-, pero solo para terminar con un análisis en el que se observa la aventura de una novedad integral, un nuevo modo de comprender el mundo que avanza sobre la frontera y se adentra en territorios inexplorados: «[…] era, también, una disgregación del objeto por la inserción del yo, un desengaño de la conciencia, incapaz de anular la distancia que la separa del mundo exterior».
Esa disgregación -que se produce en la intersección entre mundo y ser a través del lenguaje- constituye, ya en algunos de los poemas de El lino de los sueños, el alumbramiento de una concepción nueva de la palabra poética, que no se construye como un ensamblaje retórico articulado en torno a unos ritmos y una selección léxica de estirpe «poetizante», sino que se ofrece -se da- como revelación de un mundo nuevo porque se ofrece bajo la forma de un lenguaje también nuevo: ni más ni menos que en un lenguaje de lo cotidiano que se transforma en palabra meditativa. Un lenguaje que no se contenta ya con la construcción de una realidad propia de la retórica poética, sino que se sirve de esa realidad para un ejercicio a la búsqueda de la hondura de la cosa. «Todo el silencio matinal parece / de una sagrada discreción; y tu alma / se recoge en su fondo, porque tenga / asilo más propicio la mañana», dice la Oración matinal y de En las rocas de Las Nieves es este verso en el que se presiente la hondura del naufragio, la salida del tiempo, el límite insular y el aislamiento: «Este mar se ha dormido hace cien años…» Estas nuevas ideas sacuden el sereno discurrir de El lino de los sueños -con acierto habla Sánchez Robayna de cierta templanza vital, de cierta aceptación de la vida-, y permite que el libro tome distancia, a la vez, con el preciosismo parnasianista y con el ideal simbolista. A la vez, el Quesada que escucha con atención a Unamuno a propósito de los lenguajes engalanados y de las músicas exóticas, del frugal estoicismo, de las securas de la tierra insular -no olvidemos la importancia del autor de los poemas de El Cristo de Velázquez en la apreciación del paisaje («campos, eriales, soledad eterna»)- es, con radical independencia, capaz de distanciarse de las lecciones hondas del rector salmantino para abrazar una ironía amarga que le es propia, o que es propiamente insular. Si detrás de la ironía hay siempre drama, un dolor que se esquiva a través del hacer, en Quesada esa misma herida parece tomar la palabra: es quizá ese el dolor del náufrago insular, el de los que se apartaron del tiempo, el de los que añoran la llegada del barco que cumplirá con el ensueño de rescate. Dice Quesada:
[…] ¡Todos se han ido! Yo, desnudo y solo, / sobre una roca, frente al mar, aguardo / el mañana, ¡y el otro! […]
Y dice un poco de tiempo después Vitorino Nemésio, desde las islas hermanas de Azores:
[…] Soy yo al viento y la lluvia, aquí, descalzo, / sentado en una piedra de memoria.
Es inevitable aceptar ese desgarro de Quesada como un acendramiento del extravío insular, de la ruptura con respecto de los pasos que ofrece en esos momentos la lírica nacional: en algunos de los poemas de El lino de los sueños asistimos, atónitos, como lectores contemporáneos, a la disolución definitiva del locus amoenus con el que las islas cargan desde que fueron pensadas por el continente como paraíso. Se trata de un mensaje llegado directamente hasta nuestro ahora. Ese mensaje alumbra un lenguaje nuevo: un nuevo campo de expresión que, a partir de entonces, fija una nueva poesía insular.
El camino que sigue Alonso Quesada es único y posee carácter fundacional, exactamente en los mismos términos en que resulta decisivo un libro como Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez. Para comprender la magnitud del paso hacia adelante dado por el Poema truncado de Madrid, es necesario reconocer antes la significación simbólica del viaje a la capital que Rafael Romero emprende en 2018, y es preciso entender qué significa el rescate, la salida, para el adolescente que confesó su ansia de otros lares. Es esta ensoñación inicial de «Tierras de Gran Canaria» la que otorga al poema el carácter de proyección, de pórtico hacia un viaje redentor. Ensueño soñado, se nos dice, no en el mar, sino en los montes de fuego, un ensueño de la voluntad, un ensueño de la tierra. Es preciso comprender la toma de conciencia negativa -¡el rescate imposible!- que el viaje supone: hasta el punto de que la única expresión poética posible no es otra cosa que un «poema truncado». El libro, que se publica inicialmente en la revista España a lo largo de varios números -también en ese destino es un poema fragmentado-, se enuncia desde una posición elocutiva inédita, absolutamente contemporánea, construida por igual en el desencanto y en el desparpajo, en la libertad compositiva y en la derrota victoriosa como objetivo. Nunca había aparecido de un modo más rotundo en la poesía española un otro, un excéntrico, como el personaje que encarna este ciclo poético madrileño. Quesada opera ahí una nueva fundación, en el centro de la lírica moderna. Es el otro, el náufrago, quien habla:
El hombre solo de Madrid, que mira / desde la hornacina de sus gafas / como un santo de palo, / eres tú: la amistad máxima.
Si alguien quiere saber dónde se configuró por primera vez el ser moderno de las islas, el «Quesada/Quijote» fragmentario y lejano de la conciencia insular, dónde se alcanzó «la entrevisión de un insulario», sin duda debe acudir a dialogar con el personaje que juzga, describe, condena y canta bajo el nombre de Alonso Quesada en el Poema truncado de Madrid. Es quizá esta razón para publicar el libro por partida doble: el poema en el que se ancla buena parte de la modernidad insular, esto es, una de las más altas aportaciones del archipiélago canario a la tradición poética de la lengua (nada menos que el otro insular, la amistad máxima) no solo merecía, sino que era obligatorio que dispusiera, 105 años después, al fin, de una edición exenta. Dice Sánchez Robayna en el prólogo a la edición de Obra poética: «Quesada -hoy es posible verlo con claridad- constituye un nítido exponente de la aventura que, con raíces en el modernismo hispano […], contribuyó desde la órbita hispana, con Tablada, Huidobro, Larrea, Diego o Vallejo, entre otros, a la conformación de la modernidad literaria».
En el problema de la inclusión de Quesada en el modernismo hispánico, como bien dice Sánchez Robayna, concurre de modo decisivo la falta de fortuna editorial de su obra. Ya hemos visto que el Poema truncado de Madrid apareció en la revista España, a lo largo de varias entregas. Peor aún es la suerte que corre Los caminos dispersos (Ediciones del Gabinete Literario, 1944), publicado mucho después de la muerte del poeta y de la disolución de la vanguardia histórica en la violencia de la Guerra Civil. Sostenido por un discurso en cierto modo narrativo, la palabra poética vuelve a adquirir ahí un rango experimental por la vía de lo que Sánchez Robayna denomina asociaciones inconscientes, que continúan, en una expresión muchas veces violenta y disgregadora, el camino de desdicha, de tragedia vital que ordenó y guió la existencia vital del poeta. Desengañado de las posibilidades abiertas más allá de las orillas, Quesada propone un imaginario nuevo, que raya en la desesperación, y que en uno de los más intensos poemas lo lleva a mantener un diálogo imposible con un grito que rebota «entre las recias paredes / del cráneo maldito». La coherencia interna del libro, su cercanía premonitoria, que apunta a la guerra y a la ausencia de esperanza, no pudo ser abordada críticamente cuando se publicó: ni la sociedad española tenía interés en indagar en aquellos presentimientos ni el espacio poético disponía, después de la regresión de la Guerra Civil, de herramientas críticas para interpretarlo. Sin embargo es un poemario que a día de hoy es necesario volver a recuperar como una de «las experiencias más sugestivas del período de las vanguardias históricas».
Terminemos: el propio Andrés Sánchez Robayna aclara que la de Visor no es una edición de la poesía completa del autor, sino un recorrido imprescindible por la mayor parte de su obra poética. Completan el volumen, así pues, una selección de poemas escritos entre 1913 y 1924 no recogidos en libro, que abundan en esa escritura joven todavía hoy. Por último, Sánchez Robayna incluye una generosa selección de los trabajos de traducción del poeta. Se trata de textos construidos mediante versiones españolas muy sólidas que trazan el perfil lector de Quesada de un modo muy lúcido -D’Annunzio, Heine, Leopardi, Pascoaes son algunos de los elegidos- y a la vez lo sitúan en diálogo con las principales tradiciones europeas.
La edición de Obra poética y la exenta de Poema truncado de Madrid ofrecen a los lectores de la amplia geografía del español, como dijo Emeterio Gutiérrez Albelo, la «impar, personalísima, intransferible manera de Alonso Quesada».
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