Manuel Hermoso, el hombre que pudo reinar
Como dirigente político, a Hermoso le gustaba ser obedecido, pero paradójicamente no le interesaba mandar: se le antojaba algo enojoso

Ilustración de Manuel Hermoso. / ED
Desde un punto de vista político Manuel Hermoso Rojas, que acaba de fallecer a los 89 años, siempre pareció un producto político simple y eficaz. No lo fue tanto ni tan obviamente. Fue un líder que llegó a ser presidente del Gobierno cuando a los cuarenta años aun no sabía una palabra de política y casi igual de poco de democracia. Fue un dirigente populista de una extraordinaria popularidad que terminó como cariátide de un nacionalismo moderado aunque era hijo de peninsulares y jamás tuvo acento canario detectable.
Creció y prosperó como insularista mesiánico y terminó encabezando una experiencia política que acabó prácticamente con la patología de los insularismos, subsumiéndolos a casi todos. Hermoso creció con Canarias y ayudó a consolidar definitivamente la comunidad autónoma como espacio político común a todos. Para bien y para mal fue con Manuel Hermoso en los años noventa cuando Canarias dejó de ser –en la praxis política cotidiana– un sumatorio de islas para cohesionarse como entidad política autónoma y cohesionada que dejó el maldito pleitismo atrás.
Es inevitable leer ahora, por ejemplo, que Manuel Hermoso y sus compañeros fundaron la Agrupación Tinerfeña Independiente (ATI) pero eso es muy inexacto. Durante el tardofranquismo el joven Hermoso, ingeniero industrial, no dio ninguna señal de interés por la actividad política, aunque sentía cierta fascinación por antiguos compañeros de estudios en Madrid que se habían metido en esas harinas.
Para Hermoso, por entonces, lo fundamental era salvar el pequeño negocio paterno –una tienda de muebles en el centro de Santa Cruz que introdujo en Tenerife la venta a plazos de armarios, cómodas y camas– e inyectar dinero a su propia familia. Era difícil encontrar trabajo a finales de los sesenta para un ingeniero industrial en Canarias. La pequeña empresa de materiales de construcción que montó –MAHER – no terminaba de despegar. Así que el ingeniero tiró de sus conocidos en Madrid – esos políticos que hacían magia en los ministerios de la España Una, Grande y Libre– y fue nombrado director del Instituto Nacional de Industria en Canarias en 1969.
No era en absoluto un puesto político, sino técnico, pero aliviaba su situación económica con un buen sueldo. Unos años después, en 1976, se creará la Sociedad para el Desarrollo Industrial de las Islas Canarias (Sodican), dependiente del INI, donde Hermoso coincidiría con hombres fundamentales en su futuro político, todavía insospechado, como Luis Suárez Trénor y, sobre todo, Adán Martín, el amigo de lealtad excepcional y el cómplice sin el cual Hermoso, como fenómeno político, es inconcebible. En Sodican también estuvo Ricardo Melchior y más adelante trabajarían ahí figuras como un veinteañero Rodolfo Núñez, ex director general del Gobierno de Canarias, expresidente de CajaCanarias y hoy accionista mayoritario de la compañía Binter.
En 1979 la Unión de Centro Democrático tenía un problema: encontrar personal político para completar sus listas a las elecciones municipales de abril, las primeras después de más de cuarenta años de dictadura. Los amigos de Hermoso, tal vez más que el propio Hermoso, se sentían cada vez más interesados por la política. Manolo –como lo llamaban todos– dudaba. A veces parecía entusiasmado y otras se encerraba en el mutismo y soltaba de tarde en tarde:
—Meternos en política es una locura. Yo soy ingeniero industrial.
José Miguel Galván Bello, que había sido presidente durante el franquismo y que quería serlo de nuevo en 1979 –y lo logró – se interesó por ese grupo de industriales, economistas, funcionarios de copete y pequeños empresarios. A algunos los conocía bien y los llevó a contactas con los prebostes locales de UCD, porque lo cierto es que ninguno de los amigos de Hermoso militaba en UCD.
Los recibió el patricio Alfonso Soriano y Benítez de Lugo y después de un par de horas conversando los despidió. Probablemente le parecieron unos advenedizos. Se cansaron de esperar una respuesta y un día se plantó ante ellos un individuo gordito, mofletudo, con bigotes y un ligerísimo acento palmero y mirando a izquierda y derecha, como si temiera que lo hubieran estado siguiendo, les dijo:
—Soy Juan Alberto Martín y vengo de parte del PSOE.
Martín, procedente del Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, había sido designado secretario de Política Local. Buscaba igualmente candidatos, Se reunieron varios. La conservación no iba mal hasta que Adán Martín levantó la mano:
— ¿No está el PSOE muy escorado hacia Gran Canaria? Si entramos en su lista, ¿está garantizada nuestra autonomía como independientes?
Martín no se lo esperaba. En un tono más bien áspero subrayó que el PSOE –en el que llevaba un año militando– era un partido jerarquizado y disciplinado y nadie podía ir por su cuenta y seamos serios, por favor. Repentinamente se esfumó cualquier interés. Pero hasta el Madrid ucedeo llegó el eco de la reunión, sonaron algunos teléfonos y Manuel Hermoso, Adán Martín y varios de sus compañeros finalmente encabezaron la lista de Unión de Centro Democrático por al ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Hicieron una campaña con dos duros y muchas ganas. El candidato a la Alcaldía sería Hermoso lo que, al mismo tiempo, le encantaba y le aterraba. Era difícil de domesticar.
— Manolo, el encuentro o mitin o como se llame es en Salud Alto, por el amor de Dios, no te pongas corbata ni gomina.
Pero ahí aparecía, con traje, corbata y gomina, rociando el aire con acento de Alcázar de San Juan, tratando a los asistentes al pequeño mitin de vosotros, queridos amigos. Curiosamente a la gente le solía gustar. Establecía cierta distancia –después esto desparecería– pero su cortesía era exquisita y no soltaba discursos plomizos; en cambio, escuchaba mucho. Cuando le presentaban a alguien alguna vez era suficiente.
No se le olvidaba el nombre, la ocupación y la dirección. Mientras tanto los socialistas, con la proverbial lucidez que han desplegado en el Chicharro, se pateaban los barrios céntricos y las zonas residenciales de la capital para ganarse el voto de las clases medias y medias altas, «porque los barrios, como es lógico, votarán a la izquierda».
Ganó UCD. Ganaron Hermoso y sus compañeros, aunque por mayoría simple. Debieron pactar. Pero Manolo fue alcalde y al lado su colega y segundo, Adán Martín, que asumiría Urbanismo. En esos días de euforia alguien le dijo que no se preocupara, que «llevar Santa Cruz» no podía ser tan difícil.
En los tres primeros meses de mandato perdió doce kilos.
ATI como tabla de salvación
Los socialistas, en los primeros mandatos de Hermoso como alcalde, se cansaron de afirmar que no había hecho nada. Es una completa estupidez. Hermoso reformó y amplió un Plan de Barrios abocetado a finales del franquismo y lo puso en marcha con un impacto innegable en casi todos los distritos de la periferia de la ciudad. Modernizó la limpieza pública y la recogida de basuras, metió perras en el ciclo integral del agua, sacó adelante un Plan Especial de Reforma Interior (PERI) que ordenó urbanísticamente el ámbito de la calle de La Noria y la zona donde se erige actualmente el Auditorio, procuró conservar la modesta actividad industrial de la ciudad.
Se pateaba la ciudad y construyó una red de relaciones con el asociacionismo vecinal (algunos presidentes se incorporaron después al partido) sin dejar de mimar a las sociedades recreativas y deportivas y (muy pronto) a los grupos del carnaval. En esos felices tiempos el papeleo normativo de la burocracia no impedía tomar decisiones inmediatas. Cuando Hermoso llegaba a placita de un barrio – que se había reformado gracias al ayuntamiento uno o quizás dos años antes – los vecinos le indicaban, señalando a la única farola que iluminaba el lugar:
—¿Ve, don Manuel? La bombilla está fundida y lleva tres meses así.
— ¿Pero no han llamado al ayuntamiento?
— Sí, pero ni caso, don Manuel.
El alcalde llamaba a alguien de su pequeña comitiva, que acudía corriendo como un gamo.
—Esto lo arreglan mañana.
—Mañana es sábado, alcalde.
—Pues es lunes.
—Pero hay que pedir permiso a Unelco…
—Pues primero revisas los cables y toda la instalación y pones la bombilla y después le pides el permiso a Unelco.
La gente sonreía, complacida. Quizás no le cambiaban la bombilla el mismo lunes, pero de esa semana no pasaba. Don Manuel ya llevaba cazadora, a veces se le alborotaba el pelo y repartía grandes abrazos. Pero a principios de 1983 se produjo una alarma. Era evidente que la UCD naufragaba. ¿Cómo presentarse a las elecciones? La solución vino de un partido de vocación municipalista, la Agrupación Tinerfeña de Independientes, que habían impulsado cuatro alcaldes del franquismo tardío: Elías Bacallado, Alfonso Fernández, Froilán Hernández y Francisco Sánchez.
Defendían algo así como una derecha social y la cohesión política de Tenerife frente a la supuesta hegemonía de Gran Canaria. Hermoso, Martín y Luis Suárez cogieron ATI como un sombrero –o una crema solar– para no achicharrarse con el resto de la UCD, pero lo convirtieron una plataforma de notables dignos de jubilación en un partido al que pronto se sumaron alcaldes y concejales en activo.
Una fuerza decididamente insularista que copió la experiencia de la Agrupación Herreña Independiente (AHÍ) y de la ya existente Agrupación Palmera Independiente (API). «¡Ha llegado la hora de Tenerife!», gritó Hermoso en 1983 y todavía más en 1987. ATI suscribió acuerdos con los otros insularismos en liza para construir una federación, las Agrupaciones Independientes de Canarias, donde se empezó a balbucear un lenguaje vagamente regionalista. Para entonces Hermoso había cambiado. Se aburría como una perla grisácea en la ostra del éxito. También se aburrió mucho cuando ocupó durante algo más de un año un escaño en el Congreso de los Diputados.
Como dirigente político a Hermoso le gustaba ser obedecido, pero paradójicamente no le interesaba mandar: se le antojaba algo enojoso. Su innegable carisma lo construyó a él, no a los demás. Como toda su generación, no conocía la historia de Canarias. Tampoco se estudiaba minuciosamente los temas ni era un obseso de la información, como su amigo Adán Martín. Pero tenía un olfato político excepcional, mucho más limpio de mezquindades, inseguridades y manías que el de Lorenzo Olarte, al que consideraba un hombre muy listo, pero desquiciado.
A Hermoso le fastidiaban los desquiciados, los maniáticos, los majaderos. Quien no forma parte de exponer un problema en cinco minutos no tardará en formar parte en el problema, si ya no lo es. Se dejaba llevar por el poder como un sonámbulo, pero con los ojos y los oídos bien abiertos, conduciéndose por la intuición, escuchando atentamente las voces (a veces cercanas y otras más lejanas) de Adán Martín y un par de amigos más. Por eso supo –sin pensarlo demasiado– que el poder autonómico estaba a mano, y en 1991 cerró un pacto con el PSOE.
Por eso supo –igualmente– que la llamada Minoría Canaria en las Cortes propugnada por Lorenzo Olarte era un camino expedito para llegar a un acuerdo de fuerzas nacionalistas y regionalistas –de centroderecha y centroizquierda - para desplazar a Jerónimo Saavedra del poder autonómico. Por eso comprendió que un partido de un nacionalismo templado y con base socioelectoral insular solo podía constituirse desde el poder, jamás desde la oposición, y era ahora o nunca. Los despachos y los presupuestos eran el mejor cemento de unión de un proyecto político tan complejo, delicado y erizado de desconfianzas y personalismos como fue en 1993 la auroral Coalición Canaria.
Jefe del Gobierno tras la moción de censura de 1993, fue de nuevo el candidato presidencial de CC en 1995. ¿Hubiera continuado? Sin duda. Todos quieren continuar. Pero simplemente por una verosimilitud elemental de Coalición Canaria no podía. Una jugada de Olarte que todavía merece un estudio hermenéutico convirtió a Román Rodríguez en el candidato y Hermoso no opuso ninguna resistencia.
A pesar de los vaivenes e incidentes que plagaron la consolidación de CC como alianza integradora de organizaciones políticas los gobiernos de Hermoso consiguieron objetivos como el artículo 99.2 del Tratado de Amsterdam y el reconocimiento de las Regiones Ultraperiféricas en el Tratado de Maastrich, la primera reforma del REF y la primera reforma del Estatuto de Autonomía aprobada finalmente en 1999. Y si la primera legislatura de la comunidad autónoma (1983-1987) contempló un impulso a la educación pública fue durante los seis años de Hermoso cuando se diseñó y materializó el Servicio Canario de Salud y se construyó, entre otras infraestructuras sanitarias, el Hospital Doctor Negrín.
Hermoso se retiró de la política sin escandaleras. Durante algún tiempo asistió a las reuniones de la dirección de CC, luego frecuentó las de la organización tinerfeña. Pero no duró mucho. Obviamente le gustaba el poder, pero tal vez no le interesaba. Le gustaba como experiencia inmediata, pero carecía para él de sentido como una justificación de todo y para todo, como el único aire digno de respirarse. Se refugió en su familia, que sufrió golpes durísimos, y llevó una vida modesta y recoleta. Tal vez, en realidad, nunca gobernó – como tal vez no lo ha hecho ningún presidente de Canarias– pero pudo reinar en un gobierno que fue un caravasar y, a veces, decidió lo verdaderamente importante.
- El juez tinerfeño Navarro Miranda filtró secretos judiciales a Ábalos
- Fuertes vientos y oleaje en Canarias este domingo: la Aemet mantiene los avisos activos
- La Palma da la bienvenida a la Semana Grande de la Bajada de la Virgen tras diez años de espera
- Los cabildos se blindan: el Gobierno no podrá ‘quitarles’ competencias
- Los canarios Poli Suárez y Lope Afonso se incoporan al comité ejecutivo nacional del PP
- Pedro Sánchez se queda sin crédito político en CC y tendrá que firmar los ‘micropréstamos’ de la agenda canaria
- Fernando Clavijo pide a Sánchez que se someta a una cuestión de confianza
- Canarias roza los 40 grados en la jornada más tórrida de la ola de calor